Entre las elevadas montañas, a las afueras de San José de Bolívar, hay un hogar que arropa a más de 100 vidas, provenientes de distintas partes de Venezuela e incluso de Argentina y Colombia
Yuliana Ruiz
Un día frío de febrero llega el sacerdote Franco Lanza de sus acostumbrados viajes a la capital del Táchira en busca de ayudas. Ha recorrido casi 100 kilómetros de vuelta a la aldea Los Pajuiles, en San José de Bolívar, municipio Francisco de Miranda.
“Vengo de San Cristóbal, de pedir medicinas y comida para los abuelos, y he recibido, en menos de un hora, más de 10 llamadas en las que me solicitan el recibimiento de la mamá o el papá”, dice Lanza, mientras avanza por la caminería que da al patio central y conecta, de ambos lados, dos hileras de cabañas de la Casa Hogar.
“Tu mamá ya llegó”, le dice el padre a Milagros, en el interior de la cabaña de una joven con parálisis que acaba de arribar de Tinaquillo, estado Cojedes. Ella intenta adaptarse a las bajas temperaturas. Hace frío.
“¿Y dijo, cuándo me vendrá a visitar?”, pregunta con curiosidad Milagros a pocos horas de ver partir a la madre a su lugar de origen.
“Arreglará unos asuntos y vendrá”, responde el sacerdote ordenado hace 18 años, para calmar el corazón inquieto de la joven que extraña ya el calor de la madre. Su progenitora no la puede tener.
Laura Milagro Andújar Mendoza, de 36 años, es la persona adulta número 126 que reside en la Casa Hogar Carpintero de la Montaña. Algunos tienen representantes y otros llegaron desamparados.
“Tenemos capacidad para 120 personas. Estamos sobrepasados, pero cuando llega gente con necesidad a pedir cupo, les digo a mis trabajadores que abramos un campito para aquellos que no tienen nada”, sostiene el padre.
Hay, además, 10 niños con condiciones especiales. A algunos se les ve sentados en los bancos de una choza frente a un patio central en el que comienza a llegar el aroma a papa, leche y cebolla junca, de una pisca andina que agarra hervor en la cocina. A otros no se les ve.
Nunca se había puesto ropa
“Necesitamos batas, dormilonas”, expresa el padre en la caminería con grama sintética que se extiende hasta una capilla, para arropar la humanidad de un joven que vivió su vida atado y nunca fue vestido. A él no se le observa en las áreas del complejo.
“Es un niño, entre comillas, porque tiene 20 años, pero es de la edad mental de 8. Nunca fue vestido”, dijo el padre, luego de pedir dormilonas, “esas de abuelitas”, apunta. Es lo único que acepta.
El joven, rescatado en La Grita y llevado hasta la Casa Hogar, en la aldea Los Pajuiles, se acostumbró a estar desnudo.
“Comenzamos a utilizar la psicología, el amor y empezamos a colocarle batas dormilonas, de las abuelitas, y pues necesitamos esas que usted ya no necesite en su casa, para este niño que no se deja vestir y que nunca se había puesto ropa”, señala Lanza, antes de pedir el café para la visita entre trinitarias y esbeltos pinos laso, árbol tradicional del Táchira.
Además del joven en condición especial, en el complejo de cabañas hay 15 abuelos que fueron rescatados de las calles cuando cerró sus puertas el nosocomio de Peribeca.
“Salí a la calle a recoger más de quince abuelos, y aquí están. Necesitamos medicinas, como Quetiapina y Carbamazepina”. Son medicamentos para la convulsión y la esquizofrenia.
“Ellos no son agresivos. Me traje a los más abuelitos”, detalla Lanza, quien también es rector de la capilla de San Pablo de Queniquea. “Ellos necesitan de todos ustedes”, agrega.
La Casa Hogar Carpintero de la Montaña recibe ayuda de familias, productores y personas que residen fuera del país. El padre Lanza suele ir a los pueblos de los municipios a solicitar donaciones. “Gracias a Dios, ha sido grandiosa la ayuda que da el pueblo”.
Solicitudes en aumento
El consultor jurídico de la Diócesis de San Cristóbal y asesor de las casas hogares, doctor Carlos Fuentes, recientemente destacó en una entrevista para Diario La Nación el aumento de las solicitudes para atender más personas en las casas hogares. La situación económica de las familias es la principal causa.
“Las familias no tienen para sufragar la cesta básica de alimentos… entonces, se ven en la necesidad de pedir un cupo”, indica.
Según Fuentes, en estos refugios los abuelos están bien, no hay covid-19, y tienen alimentos. “Sin embargo, continúan pidiendo para que no les falte comida y fármacos en las despensas”.
“La campaña es que esos corazones generosos no dejen de colaborar con todas las casas; ellos saben lo que se necesita, sobre todo medicamentos, que subieron un 60 %, y los pañales”, agrega fuentes.
En el caso de la Casa Hogar Carpintero de la Montaña, además de comida e insumos, se requiere de un personal médico que pueda estar vigilante de la salud de los abuelos y niños. Hay un ambulatorio equipado, pero no hay un doctor que atienda.
Toda una obra social.