Opinión

Arístides Calvani (II)

23 de septiembre de 2017

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Venezuela necesita líderes políticos que entiendan que la política no es para satisfacer vanidades, ni para acumular fortunas ni para saciar ambiciones de poder, sino para servir a un ideal y a un pueblo.

La semana pasada escribí una nota acerca de la celebración del primer centenario del nacimiento de Arístides Calvani. Comenté que el Instituto Internacional de Políticas Públicas (Ifedec), fundado por Calvani y que ahora lleva su nombre, había designado una comisión presidida por el doctor Román José Duque Corredor, presidente de la Fundación Alberto Adriani, para coordinar los actos relativos a esta celebración.

En el transcurso de los últimos días he recibido algunos comentarios que me animaron a escribir este nuevo artículo. La intención de recordar la figura de Calvani, su obra y su pensamiento, tiene que ver con la preocupación que sentimos por la actividad política, el deterioro del prestigio de la misma y la degradación de la idea que la opinión pública tiene de la política y de los políticos.

Calvani fue, entre otras cosas, un político. Fue un político ejemplar. Fue un hombre que con su conducta y con su testimonio de vida demostró que la política puede ser, como la definía el papa Pío XII, “La forma más excelsa de la caridad, después de la religión”.

Calvani fue un político que entendió que a la política se viene a servir. A servir a un ideal, a un pueblo, a unos seres humanos que tienen una enorme dignidad, cualquiera sea la condición económica, social o cultural de la persona. Hay gente que se dedica a la política por afán de figuración. Hay otros que lo hacen para atender una ambición de poder. Lo que Gregorio Marañón llamaba: “La pasión de mandar”. Finalmente, hay quienes se dedican a la política por afán de dinero y de riquezas.

Ni la vanidad, ni el afán de lucro, ni la pasión de mandar, ayudarán a elevar el prestigio de la política y de los políticos. Calvani fue un político diferente, porque a él no lo movía ni la vanidad, ni el afán de riqueza, ni la ambición de poder. Lo movían el amor a un ideal y el deseo de ser útil en el propósito de construir un mundo mejor, una Venezuela mejor y una civilización fundada en el amor y en la solidaridad, y no en el odio ni en la violencia.

Calvani fue un político distinto porque entendió la política como una oportunidad para servir y porque tenía principios muy definidos y actuaba en consecuencia con esos principios.

Era un hombre humilde, con la serenidad que solo puede lograrse cuando hay una absoluta congruencia entre los principios que se predican y la conducta que se practica. Venezuela necesita líderes políticos que entiendan que la política no es para satisfacer vanidades, ni para acumular fortunas, ni para saciar ambiciones de poder, sino para servir a un ideal y a un pueblo.

Eduardo Fernández

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