Opinión

Repelencias 487

2 de diciembre de 2023

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Carlos Orozco Carrero

El anciano observaba desde su viejo y desvencijado catre la flaca tranca que servía de soporte a las hojas de tabla que imitaban una malograda puerta. Casi todo era de madera y alambres. Por las hendijas que dejaban colar algunos destellos de la luz de la luna, podía saber que el viento arrastraba las nubes caprichosas que ofrecían figuras fantasmagóricas por encima de las copas de los árboles. En otros tiempos, tal vez el miedo a los sonidos de la noche lo hubiesen amarrado a las malogradas tablas del catre. Tenía tantos años desde que lo dejaron en ese lugar escogido por los superiores que no le importaba nada. Sin esperanza de vida mejor, ahora disfrutaba de lo que antes le aterraba. Con dificultad, decidió levantarse para observar lo que la tenebrosa noche le ofrecía en imágenes horripilantes para un corazón con millones de latidos en uso ya. Su presencia en aquellos promontorios de tierra estaba en la mente de los pobladores más viejos de la comarca. Se podía decir que habitaba el lugar desde los primeros tiempos. Los que se atrevían a pasar por aquellos humedales llenos de maloliente musgo sabían muy poco de su existencia en otros sitios. De lo que si estaban seguros era que sus saltones ojos eran de mirada fija, sin parpadeo alguno. Y sus manos dejaban estirar unos dedos larguísimos, capaz de alcanzar algunas ramas por elevadas que estuvieran. Algo extraño le presagiaba que un acontecimiento importante ocurriría esa noche. Ante un ademán de sus manos, el piso de aquel rancho se abrió para dejar paso a una vía de cristal que conducía a unas profundidades sorprendentes. El anciano se arrancó el ropaje para dejar al descubierto un cuerpo entero cubierto de una especie de escamas diminutas. Su movimiento era lento al deslizarse por aquel túnel brillante. Al llegar a un claro donde se veía una pequeña nave con algunas luces parpadeando, se abrió una rampa, dando paso al individuo hasta el fondo del extraño aparato. En el exterior de aquel sitio unos enormes árboles declinaron hasta casi caer por completo. Por ese espacio salió volando la nave multicolor. Un rayo de luz iluminó el oscuro firmamento, semejando una estrella fugaz de las que ofrecen deseos a los maravillados habitantes del lugar, sin imaginar siquiera que todo este hemisferio estaba vigilado desde ese sitio tenebroso.

Perdonen ustedes, apreciados lectores, especialmente los hijos de los hijos de muchísimos amigos que vinieron a este país a engrandecerlo con su trabajo y sus maneras de ser para ser mis amigos entrañables, pero, hasta mi tía Pulqueria sacó madres al observar cómo algunos personajes peruanos arremetían contra los jugadores de La Vinotinto y contra nuestros paisanos venezolanos, quienes desde hace tiempo llegaron a esas tierras libertadas por Simón Bolívar para ofrecer todas sus capacidades y hacer de esa nación tan bonita un país mejor. Recuerdo que hace un tiempo llegué a un taller electromecánico, cerca de la plaza Miranda, con la intención de solicitar servicio para “rebobinar” un alternador. El caballero empezó a trabajar en lo suyo. Por supuesto, intenté conversar con él sobre las funciones del repuesto y el por qué los alambres de cobre enrollados y todo lo que un cliente aburrido de apuradito intenta para hacer más llevadera la espera. Pues, el personaje ni siquiera volteó a mirarme y me dejó con la palabra en la boca varias veces. Por más que intenté sacarle palabra alguna, cero pollito para un diálogo con el venido del altiplano andino. Pasaron unos muchachos y soltaron un saludo solidario a su profesor de la universidad. –Hola, profe Carreto. –¿Cómo está la universidad? – Epa, muchachos.  –La universidad en su función formadora, como siempre, les dije. Y, como los profesores jubilados poco interesan a sus alumnos, se marcharon alegres al ver que yo estaba igualitico de viejo. El mecánico se acercó y me preguntó si yo era profesor de la ULA. Tal vez un hijo suyo era alumno de nuestra Alma Mater. -Dios existe y ahí lo comprobé. Me hice el guevas e ignoré olímpicamente unas ocho preguntas que me hizo. Claro, señores. Para que aprendiera a ser un caballero y más en tierra ajena. El reflejo del color del alambre de cobre le cubría la cara de vergüenza por su malsano comportamiento anterior. Ustedes dispensen, cariños.

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