Regional

Anggy Murillo no pierde la esperanza de recuperar la visión

15 de abril de 2023

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Freddy Durán


 

Con la misma entereza de ánimo, talento para contar acontecimientos en los que lectores y espectadores se ven reflejados, y valentía para afrontar aún en plenitud de sus facultades los retos profesionales por venir, proyectando esa aura espléndida de periodista destacada, Anggy Murillo abrió la puerta de su hogar de La Popa, cercano a las Granjas Infantiles, y su corazón, para contarnos su historia.

En Diario La Nación aún se le recuerda su tiempo de pasantía, como estudiante de Comunicación social, a lo que luego seguirían cuatro años en un reconocido canal de noticias, en el que se desempeñó como corresponsal de la frontera, y hasta el año pasado hizo parte del equipo reporteril de un impreso regional.

Como muchos tachirenses probó suerte en el exterior, pero la nostalgia y las ganas de seguir en el periodismo la trajeron de vuelta a su tierra.

Detrás de unos lentes oscuros, se nos oculta un estado de ánimo, que tenemos que deducir de su voz, y ella nos dice que no está derrotada, pese a arrastrar una extraña condición médica, que en la actualidad la somete a una ceguera, que depende de la evolución del tratamiento médico -o de la voluntad divina, dirán los más creyentes-, podría moderarse o complicarse.

En el informe médico se lee: “Paciente con deterioro de hipertensión endocraneana”. Un capítulo actual de un complejo cuadro médico, cuyas primeras manifestaciones corresponden al año 2014, y cuyo origen se descarta sea congénito. Una suma de males en la que se incluye un síndrome de Evans y un síndrome anfifosfolipídico.

“El encéfalo está aplastado, eso hace que tenga líquido cerebral regado y eso a su vez hace que tenga el nervio óptico oprimido”.

El síndrome de Evans se caracteriza por una anemia hemolítica autoinmune, o en palabras de la paciente: “Es algo así como que los glóbulos blancos están muy agresivos y están destruyéndome los glóbulos rojos”; guarda mucha relación con el síndrome anfifosfolipídico, ya que en este los anticuerpos se tornan muy agresivos con los tejidos “buenos” del cuerpo. Uno de sus efectos corporales lo representa la baja de hemoglobina, la cual descendió precisamente a cuatro (d/gl), en su periodo de embarazo que había alcanzado los cinco meses, cuando se interrumpió…

Dentro de ese largo camino en procura de salud y la recuperación de su visión, recientemente se le hizo una punción lumbar, que el neurólogo que la atendió en Bogotá observó que si se hubiese hecho con antelación, tal vez se hubiese evitado mayores daños.

Pero no dar con el diagnóstico acertado a tiempo ha sido parte del drama que hoy padece la periodista tachirense. Un diagnóstico buscado a un lado y otro de la frontera, en medio de la más abrumadora incertidumbre.

Una larga historia

En los más difíciles momentos, su madre, Ana Graciela Vera, nunca le ha dicho que está cansada y siempre está a su lado para lo que necesite. (Foto/Tulia Buriticá)

Durante un largo periodo trató Anggy Murillo de mantener el asunto de sus problemas de salud en la mayor discreción posible, y apenas del mismo conocían su círculo de colegas, amigos y familiares. Pero llega un momento en la vida de muchos venezolanos en que nuestra imagen acompaña un flayer, que es difundido por todas las redes sociales, en busca de apoyo económico y logístico para el tratamiento médico: una realidad en una Venezuela con un sistema asistencial colapsado, y un ingreso económico promedio del trabajador honesto, insuficiente para cubrir gastos relacionados con la salud.

Pero también en ese trance aparece el abrazo solidario, el de sus colegas periodistas en especial, y otras personas que ni ella sospechaba le iban a colaborar; a veces con aportes materiales, y otras con voces de aliento. Con parte de las ayudas se ha podido subsanar los gastos de la punción medular para medir la presión interna, pero aún está pendiente un costoso examen bajo orden de un reumatólogo, alrededor de 700 mil pesos; la derivación   ventriculoperitoneal, a un costo aproximado de un poco más de mil dólares, con posibilidad de ser operada por el Hospital Central, sin contar tratamiento, consultas, etc.

Incluso a veces la periodista anteponía sus obligaciones laborales por encima de su salud y eso es algo que hoy lamenta. Además, los ataques de los síndromes autoinmunes ocurrían en cierta periodicidad, y cuando una enfermedad presenta sus altas y sus bajas, uno como paciente puede considerar que se hace manejable.

Para 2014, cuando San Cristóbal estaba convulsionada por las protestas sociales, fue diagnosticada con el síndrome de Evans, y desde entonces ha mantenido el control de esa enfermedad. Esos síntomas se aplacarían hasta un par de años después, reapareciendo de manera abrupta, mientras se disponía a subir por las escaleras hacia la oficina de la televisora, en pleno embarazo, por lo que tuvo que solicitar ayuda de sus compañeros de trabajo.

“Después de un tiempo, el hematólogo que me ha visto, cuando ya los síntomas de esa enfermedad no se manifestaban aseguró que tal vez se trató de una reacción del cuerpo a una infección, adquirida durante alguna pauta en protestas, o las idas constantes al vertedero cuando lo incendiaban. Tal vez todo se originó de hepatitis A mal curada”.

Cuando requirió la hospitalización, que duró un mes, se le extrajo su bazo, y se le diagnosticó el síndrome anfifosfolipídico. Luego en Bogotá trataría de ponerse en control en el sistema de salud colombiano, pero como la enfermedad no era “activa” –no se presentaba recaída, ni riesgo de muerte-, no fue posible.

Regreso con dolores

De vuelta a San Cristóbal retomó las lides periodísticas, y unos dolores de cabeza la asistían, pero los mismos los relacionaba con el “stress” laboral. Dolores que la acompañan hasta el día de hoy.

“Los dolores son muy fuertes, que comienzan más abajo del cuello y se extienden por el resto de la cabeza. No puedo tomar nada y me toca aguantar. El cuello se me pone rígido aquí -señala por debajo de la oreja-, se me inflama como un ganglio. Ninguna de esas condiciones que he venido acumulando se quitan, y voy a tener que sobrellevar eso de por vida”.

Las alarmas se encendieron en septiembre del año pasado, cuando de repente su visión se nubló.

“Estaba haciendo ejercicio, y hubo un momento en que me sentí muy, muy cansada y me dormí. De repente me desperté y estaba ‘borrada’, no sabía quién era, apenas sabía que estaba en mi casa. Mi mamá me sirvió el almuerzo y dije: ‘No puedo comer más’. -¿Qué tiene?- me preguntó. Le respondí: ‘No sé qué tengo, ni qué hacer, sé que tengo que ir mañana a trabajar’ -en la frontera se movilizaba por primera vez la carga pesada por el puente Atanasio Girardot, y eso era prioridad en la agenda de los medios-. Yo trataba de hilar nombres, y solo surgió el de la pasante que me iba a acompañar. Mi mamá asustada me dijo ‘Vamos al médico, vamos al médico’ y yo de necia le dije no, y agregué que eso se me iba a pasar porque ya me había dado. Avisé que tal vez no iría, pero igual al día siguiente fui a trabajar y no fui al médico, y no me pasó nada en la pauta pero advertí a mis compañeros de trabajo por si se presentaba alguna novedad”.

Comenzando 2023, puso en pausa el periodismo, para echarle pichón a un emprendimiento papelero. Sus abuelos pusieron a la orden un puesto en su casa, en el cual alguna vez estuvo una prima, Elevic Murillo, quien en 2014 fue asesinada para robarle su camioneta. En ese empeño, similar al de tantos venezolanos probando alternativas de subsistencia, su vista se iba nublando o fulgurando en demasía al más mínimo movimiento de su cabeza.

Comienza la travesía por consultas, con un costo promedio cada una de 50 dólares, a excepción de una dada gratuitamente, pues el facultativo se condolió de los desembolsos acumulados, que en una semana estaban alrededor de los dos millones de pesos.

“Primero un oftalmólogo se dio cuenta que tenía el nervio óptico inflamado. Me mandaron a hacer una resonancia magnética y me remitieron a un neurólogo. La primera revisión del neurólogo nada detectó y volví al oftalmólogo, con un diagnóstico de papiledema lateral en ambos ojos, más complicado en el derecho que en el izquierdo. Luego el hematólogo, el retinólogo, el internista, y quien sospecha de un ACV y manda a repetir la resonancia magnética”.

De vuelta a Cúcuta, el tour médico, y sus reiterativos “puede ser…” “puede ser…”, con su respectivo desangre de pesos se repite. Lo más doloroso de todos esos exámenes ha sido la dilatación de pupilas, en cada una de las cuales Murillo siente que pierde cada vez más la visión.

“Hasta que en Cúcuta una médica venezolana me recomendó en San Cristóbal –la ironía de la vida le provoca una risa que prefiere contener- a un neuroftalmólogo. Me atendió y me dijo: ‘No es posible que con tantos médicos que a usted la han visto, ninguno haya dado con lo que usted tiene. No tiene que gastar más dinero en resonancias, porque en las que se hizo se ve claramente lo que usted padece: hipertensión endocraneana’. Tengo el nervio óptico cómo cuando usted tuerce un trapo, regordete y blanco, cuando debería ser rosadito Y ese día cuando supe el diagnóstico veía más de lo que veo ahora; me caí, llegando a la casa, y me raspé las rodillas y las manos”.

Ese diagnóstico venía con una noticia más lamentable: “Es un daño irreversible”.

Por recomendación de sus hermanos, fue vista en la Clínica Barraquer, probablemente la mejor en Latinoamérica en lo que a salud visual se refiere. Allá se ratificó el fallo inicial, la terapia farmacológica, y se le informó que su condición clínica requiere un proceso largo, y no todos responden por igual al tratamiento

“Un neurólogo en Bogotá me advirtió que desde el día uno me tenían que hacer una punción cerebral para salvar la visión. Incluso se le hizo un examen a mi mamá para saber si es hereditario, lo que se descartó, y probablemente lo que pasó fue por todas las enfermedades que he tenido”.

Perder la independencia

“Un médico me preguntó: ¿Cuál es tu prioridad? Y le dije: ser lo menos dependiente de mi mamá -Angie vive con ella y su papá- porque yo desde octubre no puedo salir a la calle, no puedo leer, dejé de ver colores, no veo rostros, no reconozco a las personas, apenas si cocino arepas. Mi mamá tuvo que viajar de emergencia un día para Cúcuta, y yo le garanticé que sí podía cocinar el almuerzo, pero yo creo que preparé el peor, y las cosas se me caían”.

Inhabilitada para trabajar, la ayuda de sus padres –su madre comerciante, y su padre empleado público- ha sido fundamental en estos días, así como la de su familia en el exterior, en lo que las responsabilidades con los suyos del permiten, y de quienes se han manifestado generosamente. De la noche a la mañana una mujer con sus propios ingresos, y su propia capacidad de decisión en muchos aspectos, pasa a ser dependiente de los más allegados y sin poder distinguir la denominación de un billete de otro.

“De repente tú como periodista te intentas poner en los zapatos de quienes padecen enfermedades, como el lupus, por ejemplo, pero no es lo mismo que cuando padeces una enfermedad. Para el canal de noticias cubrimos el caso de Juan Andrés, y se hizo una cadena en Twitter para llegar al Ministro. Se pudo conseguir el viaje a Italia para el trasplante de médula ósea, lamentablemente falleció. Yo conocía acá a un niño que se llamaba Wilikin, y falleció al mes que le hice la entrevista, y no se pudo tratar por falta de dinero para costear medicamentos. Uno ha intentado ayudar a muchas personas desde lo que uno puede; sacando su historia, tocando puertas”.

Hay posibilidades de recuperar la visión; en eso sufraga sus esperanzas, así no sea en la misma calidad del pasado; y más que lo físico, tener el ánimo alto, se constituye en algo fundamental para la recuperación.

A través de este flayer se han solicitado ayudas económicas para sufragar los ingentes gastos médicos

“Esto cansa, no creas –la voz se quiebra-. Uno trata y trata de poner la mente en otra cosa; pero es difícil cuando uno tiene la vida bien, y de repente no ver. La vida es algo sumamente importante. Entre todas las personas que me han llamado para darme aliento, hay un muchacho, que se llama Isidro, y vivió en Lobatera, cerca de la quebrada donde murieron los muchachos del retiro espiritual, con un problema de glaucoma, y ha tratado de animarme, y me dice ‘no se deprima, la vida es bonita, yo ya tengo más de 9 años y me han hecho operaciones de retina que se han complicado’. Mucha gente que uno no conoce, te llama para darte esa voz de aliento. Hay días que me acuesto con dolor de cabeza, me levanto con dolor de cabeza, y me digo a mi misma es una pesadilla, y abro los ojos y es una realidad”.

Ha tenido que aprender a movilizarse con la limitación visual, y se ha dado cuenta cómo la ciudad es tan hostil con las personas en esa condición.

Aprendizajes han sido muchos, y uno de ellos no ser terca, y el darse cuenta que de poco vale poner trabajo por delante de la salud, y muchas veces absteniéndose de pedir un permiso, para seguir cumpliendo con una pauta periodística.

Ana Graciela Vera, a quien no se cansa de pedirle perdón por lo que está padeciendo, no se ha cansado, ni se quiere cansar, siendo ahora no solo madre, sino secretaria, su soporte moral y hasta su bastón. De su brazo sale para despedirnos, y más allá de su humilde casa en La Popa, se extiende un bello paisaje campestre tachirense, que Angie no pierde la esperanza de volverlo a disfrutar en todo su colorido y esplendor, algo que puede ser posible con el aporte de todas las personas de buena voluntad.

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