Cuatro días en la morgue de Bello Monte pasó el cadáver del esposo de Sandra, antes que esta pudiera cremarlo en el Cementerio General del Sur.
Todo comenzó con una gripe que en pocos días pasó a una fiebre de 42 grados que no le bajaba con nada, eso encendió las alarmas ese jueves en la noche. Sandra buscó ayuda en hospitales centinelas y CDI y no la consiguió. A los que asistió le dijeron que no podían recibirlo.
“En cada sitio que fuimos no encontrábamos la manera de hacerle pruebas ni que pudieran examinarlo para poder saber qué hacer, nunca le hicieron el test del COVID-19”, dijo Sandra.
Con mucha impotencia y miedo, a Sandra no le quedó otra que quedarse en casa suministrando a su esposo infusiones e inhalaciones con eucalipto.
Cuatro días después falleció. “Era un hombre de apenas 52 años, no tenía enfermedad preexistente, pero si era una persona con sobrepeso”.
Sandra sentenció que dentro de toda la tragedia que significó perder al padre de sus dos hijos, el procedimiento fluyó. “La misma noche que murió fueron a la casa miembros de Protección Civil, luego se presentó una comisión del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc) que me explicó el procedimiento, el cual consistía en esperar a los trabajadores del Servicio Nacional de Medicina y Ciencias Forenses (Senamecf). El cuerpo lo vinieron a buscar al mediodía del día siguiente”.
“Hubo personas que me dijeron que había tenido suerte, porque conocían a familiares que esperaban hasta veinte días para que les entregaran el cadáver. La misma gente del Cementerio General del Sur estaba sorprendida”, añadió Sandra.
El único dinero que debió desembolsar Sandra fueron 20 dólares por concepto de la caja donde reposan las cenizas de su esposo. “Para mi eso fue mucho porque no tenía como costearlo, pero escuchando todo lo que conversaban las demás personas, creo que quejarme está de más. Corrimos con suerte de cruzarnos con personas de buen corazón tras la muerte de mi esposo, pero cuando estábamos peregrinando para que lo atendieran fue rudo, nos sentíamos con mucho miedo y abandonados”.
Una cruz a cuestas
La madre de Carlos Guerra no murió de COVID-19, pero igual tuvo que someterse a un largo peregrinar para conseguir tratamiento domiciliario y posteriormente efectuar la cremación en Caracas. Por tratarse de una enfermedad bronco respiratoria, Carlos se vio obligado a buscar oxígeno para su mamá. “La situación fue desesperante, el ‘no hay’, ‘estamos colapsados’ y ‘no podemos atenderla’ fue la constante”.
Finalmente consiguieron oxígeno, pero la saturación no subió a los niveles requeridos por lo que le indicaron una serie de exámenes que lamentablemente no pudo practicarse a tiempo porque muchos laboratorios estaban preparándose para el asueto de Semana Santa.
La mamá de Carlos murió en su hogar la madrugada del martes 30 de marzo. Una funeraria en El Rosal fue a recogerla la tarde de ese día y no fue sino hasta el domingo 4 de abril que pudieron cremarla.