Llevaba 60 kilos de droga y 30 millones de pesos en su vehículo
15 de mayo de 2024
La fatídica noche del 31 de mayo, al joven venezolano de 28 años le segaron la vida en EE UU
Jonathan Maldonado
«Su sonrisa nadie se la arrebataba de su rostro. No importa el problema que tuviera, él siempre la mantenía. Era su fuerza, era un sello que seguirá en nuestras mentes pese a su partida física».
Las palabras fueron proferidas por Reinaldo Niño, padre de Ericksson Dahlin Niño Sandoval, joven de 28 años asesinado el pasado 31 de mayo en Atlanta, Estados Unidos. El discurso fue en la sala su casa, en Libertadores de América, municipio Bolívar, al lado del ataúd de su hijo, y frente a la mirada enlutada de familiares, vecinos y allegados.
Transcurrieron 38 días para que la familia Niño Sandoval lograra repatriar el cuerpo del sanantoniense. «A él siempre le gustaron los zapatos de colores», prosiguió su padre al señalar dos fotos en la que su primogénito aparecía de niño, junto a él, teniendo como escenario un laboratorio donde trabajó hace más de dos décadas. Las gráficas tenían de soporte unos diplomas.
El féretro entró a Venezuela el sábado 8 de julio, a las 9:30 a.m., luego de un largo trayecto en carretera desde Bogotá y hasta la frontera. La primera carroza fúnebre lo trasladó desde la capital colombiana hasta Bucaramanga, donde lo esperaban, cerca de las 2:00 a.m., un grupo de amigos que lo escoltaron en moto hasta Cúcuta, Norte de Santander.
«En Bucaramanga se dio el trasbordo del ataúd a otro carro fúnebre. Una vez llegamos a Cúcuta, otro vehículo de funeraria se encargó de llevarlo hacia Venezuela, específicamente a San Antonio del Táchira», recalcó el padre, quien lideró el largo y doloroso proceso de repatriación de su hijo migrante.
En primera instancia, el féretro fue llevado a la casa materna, donde hermanos, tíos y demás familiares lo recibieron. Lágrimas y sollozos se escucharon. El dolor seguía intacto en medio del sosiego que genera el ya tener el cuerpo en casa, para darle, como es el deber ser, cristiana sepultura.
A la 1:00 p.m. del sábado fue trasladado a la casa paterna, en Libertadores de América. Allí, otro grupo aguardaba para darle el último adiós. Vecinas católicas emprendieron el rezo del Santo Rosario, común en estos tipos de despedida.
Reinaldo Niño recordó el momento en el que su hijo se graduó de bachiller. «Su proyecto de ciencia fue el mejor. Sus tíos y yo lo ayudamos. Lo enfocamos en cómo sacar energía a través del vertedero. Fue todo un éxito», dijo, mientras pasaba la mano por el ataúd de su hijo, quizá para indicarle que ya estaba en casa, junto a los suyos. Nunca lo abandonaron pese a la distancia.
Treinta y seis horas, desde Atlanta y hasta Bogotá, recorrió el cuerpo de Niño Sandoval. Hicieron varias escalas. «Yo lo esperé en el aeropuerto de Bogotá», cuenta el padre, ataviado de negro, con un rosario del mismo color de la ropa, colgado en su pecho, que denotaba su fe católica y en especial su creencia mariana.
En sus palabras no faltaron los agradecimientos. Empezó con la comunidad. Las pausas iban y venían, pues su voz se quebrantaba. Tomaba fuerzas y seguía: «Cada aporte fue imprescindible para la repatriación de mi hijo. Mil gracias por tanta generosidad. Nunca habrá cómo pagar tanto apoyo».
A la Cancillería de Colombia también le extendió el reconocimiento, pues fue mediante el vecino país que se dio el regreso. El joven, gracias a sus padres, también contaba con la nacionalidad neogranadina, como muchos de los que habitan la frontera. A la embajada de Estado Unidos les envió un fraternal abrazo, pues le otorgaron la visa por 10 años, para que termine el proceso, el de hacer justicia.
En el largo proceso, hubo inconvenientes, de los cuales Niño no quiso precisar, pues al final, consiguieron su objetivo: repatriar el cuerpo del joven y tenerlo en un camposanto venezolano, en su frontera, donde podrán visitarlo cuantas veces deseen, sin que la distancia sea un inconveniente.
Nueve meses en Estados Unidos
El éxodo de Niño Sandoval fue como el de la mayoría: colmado de riesgos tras haber tomado la decisión de cruzar la selva del Darién, para llegar a Panamá y así continuar la fatigosa ruta hasta la frontera de México con Norteamérica, de donde saltó hacia el «sueño americano».
Ya en suelo estadounidense, se estableció en la ciudad de Atlanta, en el estado de Georgia. Una fábrica de repuestos para carros le abrió sus puertas para que iniciara su proceso laboral. «Ya estaba construyendo futuro, le iba bien, pero me le truncaron sus metas», lamentó su progenitor.
Su padre anhelaba verlo graduado de ingeniero civil, carrera que empezó en el estado Táchira, pero no culminó, ya que el ver a su nación estancada lo empujó a mirar hacia otras latitudes. Decidió que Estados Unidos sería su nuevo hogar.
La fatídica noche del 31 de mayo, todo cambió para el joven y su familia. Su existencia fue segada en medio de una investigación que aún no ha sido cerrada. Todo apunta a que se resistió al robo y le propinaron impactos que culminaron con su vida.
A Ericksson Dahlin Niño Sandoval le dieron cristiana sepultura este domingo a las 2:00 p.m., en el cementerio municipal de San Antonio, bajo la compañía de sus padres, Neyra Sandoval y Reinaldo Niño, así como de sus hermanos menores Reyner, Reina y Naileth.
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