Frontera

Hace un año la frontera estaba bajo llamas y música

26 de febrero de 2020

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A un año del Live Aid Venezuela, más preguntas que respuestas siguen en el aire, pero lo que sí es cierto es que nunca antes la frontera había recibido tanta atención internacional, y nunca antes en la historia dos días fueron tan contrastantes: uno dedicado al “entretenimiento multitudinario de propósito solidario”, y otro un caótico intento de introducir ayuda humanitaria no autorizada por el Ejecutivo nacional, que en la hagiografía oficial se ha denominado “batalla de los cuatro puentes”.

Lo que hayan significado esos hechos y sus repercusiones al día de hoy, parece ser una delicada evaluación, teniendo en cuenta, entre otras cosas, que hechos posteriores, hoy en día, la población los tiene como más importantes, como por ejemplo el megapagón del mes de marzo y el acentuamiento de la crisis económica.

A un año, el Gobierno nacional ha hecho más bulla a la efeméride que la oposición; aunque Juan Guaidó, días antes, ahora desde una resonante gira internacional, quiso revivir dentro de la oposición esa “esperanza”, de esos enero y febrero.

El reciente parte de victoria del Gobierno, con una sesión especial del Consejo Legislativo cerca del puente internacional Simón Bolívar, y los ejercicios militares en poblaciones fronterizas, ciertamente dan cuenta de que la supuesta ayuda humanitaria, que para aquel entonces no era más que un mecanismo desestabilizador manejado desde los Estados Unidos, no pudo ingresar, al menos no en tan grandes envíos; pero las que sí han logrado colarse, sin oposición de ningún piquete de fuerzas de seguridad o grupos de ciudadanos en respaldo al Estado, y sin tanto estruendo, sigilosa y calladamente, han sido las monedas colombiana y norteamericana.

Ojos hacia la frontera

Nunca antes, ni del lado colombiano o del lado venezolano, la frontera había recibido tanta atención internacional de los medios de comunicación, y si bien un número importante de corresponsales se hicieron presentes en el mismo, mucha gente prefirió y le vio más sentido noticioso al Día D, muy fresco para denominarlo de derrota o de victoria, de comienzo o de final.

Ciertamente en simultáneo, desde días antes dos ambientes muy distintos se respiraban. Aunque ni San Antonio ni Ureña fueron oficialmente militarizados, un ambiente de tensión se respiraba. Mientras en los hoteles de San Antonio y Ureña, las visitas consuetudinarias de los organismos detectivescos y de inteligencia, incomodaban a los corresponsales, que lo último que querían eran ser detenidos, la incautación de sus equipos, o peor aún, la neutralización de su labor periodística.

Contrastes que se veían, por ejemplo, en el lobby del Hotel Casino Internacional, donde con muchas comodidades los periodistas eran atendidos por un muy juvenil equipo de protocolo que les hizo entrega de sus respectivas credenciales; mientras que al otro lado, muchos comunicadores no solo se sentían incómodos en sus respectivas habitaciones, sino que incluso se vieron obligados a moverse de hotel, en tanto trataban de desentrañar el hermetismo de los actos oficiales ese mismo día.

Contraste entre un despliegue logístico y tecnológico –aunque ciertamente más de uno luchó con la internet- sobre el ala colombiana del puente Tienditas, con un holgado palco y un campamento para los medios donde muchos acentos y lenguas se mezclaron. Del otro lado, la presencia de los extranjeros en el denominado “Hand Offs Venezuela” fue mirada con cierto recelo, aunque sí hubo cobertura por parte de BBC Mundo, La República, El Comercio de Perú. Sus supuestos tres días terminaron reducidos a uno solo, y si bien se habló de una asistencia de 5 mil personas, la misma no se compara a las 200 mil, la cifra más austera dada por el Washington Post, o a las 350 mil del Gobierno colombiano.

Con un ramillete de estrellas de la música latinoamericana, que para ese mes solo le era dado tener al festival de Viña del Mar de Chile,  se desenvolvió una jornada que muchos se limitaron a disfrutar, mientras otros al cierre de la tarde ya iban olvidando, cuando comenzaron a entrar en escena funcionarios del Gobierno colombiano y el secretario general de la OEA, y se propagaba el rumor de que Juan Guaidó y los mandatarios de Colombia y Chile, de un momento a otro protagonizarían una especie de Deux ex-Machina, en un cierre apoteósico al megaevento, que más bien para muchos fue muy anticlimático, por razones que el tiempo develará.

De la fiesta a la batalla

Para el sábado, de la fiesta se pasaba a la batalla, con un abrebocas de una Ureña y San Antonio humeantes. La mañana con el conflicto algo lejano, pese a los estallidos y las fumarolas, y los puentes se convirtieron en salas de prensa, bajo la protección de la policía colombiana.

Contrario a lo que muchos pensaban, no todos los que el viernes fueron espectadores —algunos provenientes para la ocasión de varias partes de Venezuela; otros cucuteños unidos a la causa, y otros venezolanos residentes en Colombia, que ya se habían organizado con antelación y rondaban la zona de prensa— el sábado se animarían a convertirse en héroes, pero los que sí se pusieron a la orden, estaban bien decididos, aunque algunos incluso en su vida  les habían huido a marchas, y desórdenes de ese tipo, y  ni sabían a qué olía el gas lacrimógeno.

Evidentemente, a los que nunca en su vida habían conocido a Juan Luis Guerra, en vivo y en directo, y lo pudieron hacer bajo el inclemente sol cucuteño, no les agradaría conocer personalmente a un contingente militar en plena acción.

Del lado de puente Francisco de Paula Santander, por ejemplo, el avance de la población a pie, encargada de preparar el terreno para el camión de la ayuda humanitaria –que también tendría su momento de estrellato en el concierto Live Aid Venezuela- se desarrollaba a ratos con temores, y con momentos de júbilo.  Sin embargo, la acción de la Guardia Nacional dispersó lo que tenía apariencia de entrada triunfal, obligando incluso a la policía colombiana a retroceder desde el lado colombiano –siempre fue muy cuidadosa de no pasar la raya limítrofe- por efecto de los gases lacrimógenos. Pero cuando irrumpió el camión de carga pesada con la ayuda humanitaria, más un bullicioso contingente de pasajeros, del que hacían parte hombres, mujeres y niños, se armó la gorda, y no fueron pocos los que terminaron resguardándose en El Escobal.

Unos retrocedían con las lágrimas que les sacaban los gases lacrimógenos, y otros con el coraje, de no haber logrado el propósito de entrar a Venezuela con el envío humanitario, y de ver cómo muchos eran sacados en camillas y heridos del lugar. Con las “tractomulas” en llamas –incendios envueltos en la polémica, y cuyos despojos retorcidos aún adornan los puentes-, se terminó una jornada entre risas y llanto, entre celebración y decepción…

Comienzo de la película

Pero la película no estaba sino por comenzar en los días por venir, cuando los puentes quedaron sellados con los contenedores, cuando la frontera parecía que quedaba definitivamente cerrada. Las trochas, que eran antes una opción para quienes querían escapar de los controles fronterizos, eran la única opción para llegar a Venezuela, y pasar por ellas implicaba ser amparados por “trocheros”, que en tiempos normales cobraban 5 mil pesos, y el domingo y lunes llegaron a cobrar hasta 50 mil pesos. No pocos venezolanos se quedaron varados en Cúcuta, apenas si con algo de dinero en sus bolsillos…(FOD)

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