Opinión

Repelencias 350

22 de mayo de 2021

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Carlos Orozco Carrero

Llegó Cipriano a terminar el cuento del pacto que hizo un amigo suyo con Lucifer en lo que llaman El Delgadito, pata de gallina especial para invocar al príncipe de las tinieblas y entablar negociaciones, donde el alma del ser desesperado sea el objeto del pacto diabólico. Bueno, resulta que el mortal quería una especia de máquina de escribir, tipo lapto, para profetizar, con margen de un día, cualquier acontecimiento a ocurrir o inventar algo para que se llevara a cabo con 24 horas de exactitud. Mefistófeles le aceptó el capricho y, entre humo espeso, neblina y malos olores, apareció una especie de aparato extraño, donde su dueño le hablara y este cumpliera sus designios. La emoción pudo más que el miedo a condenar para siempre su alma a una eternidad de fuego y torturas infernales. Agarró y empezó a inventar eventos para que se cumplieran a partir del día siguiente. Lo malo de esta aventura es que quedamos en suspenso porque un hijo de Cipriano llegó con un llamado de su esposa para que fuera a cenar.  Ya estaban servidas unas arepitas con pedazos de puerco frito. Le rogamos que terminara el cuento escalofriante y dijo que a comer y a misa, una sola vez se avisa. Esperemos a que regrese para ver en qué termina este reguerete tan fino.

En un recorrido que hicimos por la vía que conduce a La Quebrada de San José, en La Grita, nos encontramos con unos amigos músicos. Ramón se subió al camioncito y empezó a sacar unos granos de maíz, una navaja y una cajeta de chimú. Empezó a sacarle a cada granito todo el centro para dejarle un huequito y rellenarlo con chimú. Todos veíamos cómo lanzaba esos granos a los corredores y solares de las casas de la aldea. Nos miramos y pensamos que estaba algo corrido de la porra. Ya en la tardecita, después de unos bambucos, valses y tan cual raspacanilla, regresamos por la carreterita que trae al pueblo. Ramón le dijo al chofer que pasara despacio por aquellos lugares donde había lanzado los granos de maíz. . Sí, que él le indicaba cuándo parar el carro. Efectivamente, las vimos a todas caminando y dándose golpes con la tierra. Se caían y trataban de correr, pero nada. Ramón nos dijo: El que no agarre unas tres siquiera, se queda en el camino. Esa noche, el sancocho fue extraordinario, cariños. Son historias de pico y pluma.

Encarnación bajaba por la calle principal de El Cobre. Se le hacía tarde para ir a misa y apuraba el paso. Miguelito notó que los zapatos que llevaba el vecino estaban muy sucios. –  ¿Le limpio? Nuestro devoto amigo siguió su camino y no respondió nada – ¿Le limpio? Ninguna contestación. – ¿Le limpio? –Limpie, pues, respondió Encarnación y siguió su camino al templo de san Bartolomé. Miguelito se quedo con el cajón, rascándose la cabeza.    

      

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