Néstor Melani-Orozco
Aún quedaban los sonidos de los tres disparos en el horcón de la casona de las señoritas Moret de aquella bendita Grita, donde Juan Vicente Gómez probó un revólver y sobre las nieblas el pueblo dijo los compromisos andinos de la promesa de Cipriano Castro. Esta historia de aquel lugar me la narró el maestro Domingo Moret, quien me dijo, desde siendo muy niño, en la casa de su tía Sara, había una columna con tres disparos. Y el cuento era la huella andina de la revolución.
La Grita guardó el puñal que el general liberal le envió a Mons. Jáuregui, de quien siempre lo nombró «El Doctor Jáuregui», y el sabio mentor le había regalado la Biblia en latín y un revólver italiano. Mientras las multitudes hacían de los credos un magisterio de la ilustración. Y de allí, Vicente Dávila se apostaba a la dignidad y muchos alumnos del Colegio seminario emprendían un camino, que al cruzar el siglo harían los destinos de una Venezuela republicana.
En las memorias de Isaura se quedaron las rosas silvestres al Cristo viejo de los franciscanos.
Y La Restauradora avanzó sobre tierras del Táchira para remontar a Bailadores, Tovar y Mérida… camino de Caracas para derrocar al general Andrade.
Y Capacho mostraba por fin la audiencia de Cipriano en Caracas ante el general presidente Andrade. Y este lo hizo esperar, hacer antesala, porque el capachero fue a contarle las necesidades inmensas que vivían los andinos.
1897, por fin.
Fue atendido, por fin, se discutió en el despacho presidencial y al salir de aquel lugar, Cipriano les replicó a los edecanes del mandatario hijo de José Escolástico Andrade. «Voy a reunir mis hombres y vendré a tumbar su gobierno».
¡Fue así!
Muy de credos y camándulas. De hombres a caballo y bayetas de los páramos…
Dos años después, la Revolución cruzó desde el Táchira para conquistar a Caracas…
Sesenta hombres.
120 fuertes de plata para que se los entregaran a sus mujeres para el sustento, este fue el primer aporte de J. V. Gómez al ideario del seminarista general Cipriano Castro.
Se iniciaba la gesta contra Ignacio Andrade.
Muchos días después del 23 de mayo de 1899. Cuántas batallas desde Capacho. Las Pilas en San Cristóbal, hasta la más cruel en el Páramo de El Zumbador contra el general Espíritu Santo Morales. Y hacerse de San Bartolomé del Cobre, entre campanas y campesinos. Banderas convertidas en la niebla y de rojos fogonazos de mauses ingleses…
Y de saber la noche que, en La Grita, Castro izó la bandera en el asta del Colegio Seminario de Mons. Jáuregui. Empezaban los cambios de un ideario venezolano…
Entre el conflicto social y la ruta de los andinos pregonando la guerra.
122 años de la presencia de una noche de «Los 60 hombres»
Donde el siglo XX curtió de retos al compromiso de la otra identidad. La fuerza tachirense con aquella bandera izada en el Colegio seminario de la Grita. Y la presencia desde Tocuyito hasta La Victoria de Aragua, valor inmenso del joven Eleazar López Contreras.
La Revolución triunfó. Era 23 de octubre de 1899. El general Cipriano Castro se convirtió en el tachirense de la consolidación, pese a los enemigos y las traiciones. Al asumir la presidencia, los centrarnos molestos por los «gochos» le nombraron «El Cabito» y él con su ilustración invocó el alma de Bolívar y nombró como su primer edecán al capitán López Contreras.
La Casona del horcón de los tres tiros de Gómez fue demolida y convertida en una caja de concreto, se borraron los recuerdos y el patrimonio se convertía en silencios…
Aún en el Colegio de Jáuregui existía el hueco en la ventana del atentado al levita sacerdote, donde la bala mató a Samuel Olivieri.
La ventana la quitaron, sin saber los testigos verdaderos de nuestra memoria…
En una tarde de mis días, intercambiando las propuestas del muralismo con Fernando Buen Abad, el filósofo de la imagen, aclaramos cómo la Revolución Andina inspiró a la Revolución de Emiliano Zapata en México de 1910.
Aún suena el viento con banderas inmensas en las multitudes… y un grito muy de los Andes camina entre las montañas…
Cronista de la Grita.
Premio Internacional de Dibujo «Joan Miro»-1987. Barcelona. España.
Maestro Honorario.
Doctor en Arte