Darle una nueva vida a la escultura de Juan Maldonado y a las dos figuras alegóricas a la entrada del Palacio Nacional, requirió de un cuidado especial a cargo del artista Miguel Ángel Sánchez, quien se tuvo que encontrar con el reto que implicó tantos años de descuido
Por Freddy Omar Durán
Una escultura a ser restaurada es casi como un paciente clínico que, pese a ser diagnosticado y recetado, en el transcurso del tratamiento puede presentar otros síntomas.
Y por eso, para tales oficios se requiere a los que con su conocimiento, experiencia y trayectoria se encomienda esa tarea y fue así como a través del Protectorado del Táchira se delegó a Miguel Ángel Sánchez la recuperación del patrimonio escultórico apostado en el casco histórico de San Cristóbal, enmarcado en un proceso general de embellecimiento del espacio público.
Como nos comentó el artista. ya el proyecto ha avanzado con la culminación del ecuestre de Juan Maldonado frente a la Catedral, y las dos efigies de clásicos motivos que escoltan el acceso al Palacio Nacional, ante la plaza homónima del fundador de la capital tachirense.
Sobre tales esculturas, no era poco lo que había por intervenirse, en tanto el tiempo y el olvido se ensañaron contra ellas. Prueba de esa desmemoria está en las escasas fichas técnicas sobre las mismas, aunque se sabe que el monumento emplazado en la plaza fue obra de Arturo Rus Aguilera; mientras que se desconoce la autoría de los dos mármoles.
Y desde entonces, tampoco se conoce de un artista que se haya acercado a ellas para darles un “cariñito” bajo criterios estéticos, aunque sobre el cuerpo del Juan Maldonado se detectaron al menos 7 suturas rudimentarias de hueso duro, rellenando abolladuras, tal vez accidentales, tal vez naturales o tal vez provenientes de una saña nada reivindicativa, y sí muy incívica.
—Cuando yo vi la escultura –comenzó a explicar Sánchez- de Juan Maldonado, tenía demasiado óxido, impresionante lo descuidada que estaba. Lo primero que hice fue lavarla bien con agua y jabón, aunque menos en el fondo de la pieza. Al ser de bronce, no había mucho que hacerle, aunque con una técnica especial le dimos luces y, al final, logramos rescatarla. La espada se la habían robado y yo mandé a hacerle otra, de acuerdo a la proporción de la escultura. En cambio, cuando yo veo el caballo, ¡uy!, Dios mío: lo que veo son puras troneras rellenas de hueso duro, y solo procedí a realizar la restauración a base de óleos. El caballo es un 60 por ciento en hierro y 40 por ciento en bronce.
Para el proceso de restauración ha contado con el apoyo de tres obreros, así como con la asesoría y supervisión del director de Corpoandes, Silfredo Zambrano, representantes del Ministerio de la Cultura, responsables de dar el aval a todo lo que con relación al patrimonio público se refiere, como la directora del Gabinete de la Cultura, Isley Carrero, e igualmente algunos colegas escultores.
Belleza devuelta
Más que piezas de arte, el museo al aire libre escultórico de la Plaza Juan Maldonado representa a una época en la que San Cristóbal, bajo el patrocinio de los andinos al poder, a través de la arquitectura cobró un relieve, apenas si superado por Caracas y Maracaibo, por los años treinta.
Y a pesar de ser representaciones mitológicas, una decoración muy propia del neoclasismo de las primeras 4 décadas del siglo pasado, y los monumentos a la entrada de lo que alguna vez fue la sede del Ipostel y hoy en día se le conoce como Palacio Nacional o sede de los tribunales, simbolizan respectivamente al trabajo y la agricultura, valores que bien se avienen con el espíritu tachirense.
Despojadas de su fea pátina de lama y suciedad, hoy esas esculturas se dejan ver en todo su esplendor, y sorprenden en la calidad de su factura, y de la resistencia a tanto descuido de años. Rejuvenecidas, esas figuras posiblemente inspiradas en las figuras mitológicas de Hefesto y Deméter, sorprenden por una gestualidad dotada de una gracia, escondida por años tras el luto de desidia portado durante años. Por lo demás, su origen sigue siendo un misterio, pese a que el Palacio Nacional y su historia han sido ampliamente documentados.
—Se trata de esculturas en marmolina que –ilustró Sánchez-, a pesar de estar hechas para soportar el paso de los años, siempre sufren deterioros. Cuando empezamos a lavarlas, salían lamas y algunos detalles se deshicieron, por lo que tuvimos que reconstruir algunas narices, dedos y frutas. Esto estaba muy abandonado, y aunque a primera vista parecieran unicolores, requieren un tratamiento de blancos y los beis, para que no pierdan sus sombras y volúmenes.
Está pendiente la restauración del Rafael Urdaneta, ubicado en la plaza homónima al otro del Parque Nacional, a la que por ahora apenas tendría pensado lavarla cuidadosamente y reponerle la espada, teniendo en cuenta que se trata de una obra de reciente data.
Tratamiento distinto
Desde los 13 años, Miguel Ángel Sánchez se vinculó con la escultura, en la Escuela de Artes Plásticas, en una época de la institución en que se contó con los mejores especialistas en el área, aprendizaje que fortaleció en Europa, aunque debe más a su larga experiencia, su aprendizaje, respecto a la restauración.
—Me gradué en la tercera promoción de la Escuela de Artes Plástica y tuve de maestros a Valentín Hernández y Helena Merchán. También estuve en la Cristóbal Rojas, de Caracas, y en España, en la Escuela Superior de San Bernardo, tuve un año de escultura pura y restauración, en una cátedra a cargo del Dr. Juan Luis Vassallo, toda una eminencia.
Asumir este tipo de retos motiva mucho al “Escultor de las Vírgenes”, más allá de consideraciones de todo tipo, pues de alguna manera siente que se está enmendando la desidia en general a la que han sido lanzadas las esculturas públicas. Cuando ese patrimonio urbano no ha sido objeto del robo o del acto vandálico, ha caído por las buenas intenciones de las administraciones municipales, que terminan embadurnando las piezas de pintura para supuestamente preservarlas. Al comentar al respecto, Sánchez no oculta su dolor.
—A esto, uno tiene que dedicarse porque le gusta y quiere la obra a restaurar. Cada proyecto que yo he desarrollado tiene un tratamiento distinto, cuenta una historia diferente, y durante el mismo pueden pasar muchas cosas. Muchos podrían criticar; pero hay que estar trabajando sobre la pieza para conocer la realidad. ¿Cuánto tiempo se tenía que no se tocaban las esculturas en la plaza Juan Maldonado?— subrayó.
Preocupación tiene en particular por muchas de sus esculturas, y particularmente las de su autoría, regadas por varios puntos del estado, entre ellas sus sendas representaciones de la Virgen de la Consolación a la entrada de Táriba, y en el Paseo de los Milagros, la Inmaculada del colegio Juan XXIII, La Maternidad que está en Capacho Independencia, y el Ángel del Castillo de la Fantasía, “y los monumentos a los ciclistas y futbolistas que realizamos junto a Saúl Mora”.
—Aquí se robaron el busto de monseñor Fernández Feo, en el Parque Metropolitano; el de monseñor Briceño frente a la iglesia homónima en Táriba, del que tampoco nadie sabe nada. Me preocupa y he querido hablar con el alcalde de San Cristóbal respecto a otra obra, pero aún no he tenido audiencia. Pero también hay obras que no son mías, sino de otros artistas, que se están deteriorando, entre otras, la representación de monseñor Sanmiguel— acotó.