Frontera

Aún hay venezolanos que viven en “cambuches” de La Parada

7 de agosto de 2021

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El grupo de migrantes emplea la quebrada de la zona para lavar la ropa, los enseres y asearse cada mañana


Jonathan Maldonado


 

En el corregimiento de La Parada, en Colombia, aún convergen grupos de venezolanos inmersos en la economía informal y que han batallado frente a un nuevo obstáculo: la pandemia. Algunos han logrado establecer sus propios tarantines y, con lo que ganan, costean el alquiler y comida; otros, por el contrario, han optado por improvisar el techo donde duermen.

Un grupo de al menos 20 venezolanos, entre ellos niños, ha erigido sus viviendas improvisadas en un terreno cercano a una quebrada. Allí levantaron lo que se conoce como “cambuches”, con el fin de pasar las noches en unas estructuras carentes de seguridad y estabilidad.

Sábanas, troncos, maderas y otros instrumentos reciclables fueron empleados para este tipo de “chozas urbanas”, que se convierten en objetos de gran fragilidad frente a un aguacero o ante las fuertes ráfagas de vientos, muy comunes en el mes de agosto y que ya han generado daños en ciertas comunidades de la frontera.

Jorge Luis, de 33 años; Antonio, de 49; José, de 55, y Zulay, de 54, conforman el núcleo de ciudadanos venezolanos que aún resisten en el vecino país, pese a las precariedades en las que se encuentran. Los oficios que desempeñan en la localidad neogranadina no les brindan la posibilidad de vivir bajo un techo digno.

La Parada es un sector del municipio de Villa del Rosario, en el departamento colombiano de Norte de Santander, cercano al puente internacional Simón Bolívar y a los caminos verdes, mejor conocidos como trochas, y por donde ingresa y sale la mayoría de venezolanos que llegan a la frontera.

Los cuatro están marcados por historias llenas de carencias. Al levantarse, ya cuando el sol está despuntando, montan la olla del café en la cocina improvisada, con piedras y troncos. Entre todos se colaboran y comparten lo poco que tienen. Ese día desayunaban, además del “tinto”, como se le conoce al café negro en Colombia, unas obleas con algo de dulce.

Las opciones de empleo, al ser casi nulas, los obligan a reinventarse en cualquier trabajo de calle, informal. A esto, se une la falta de capital de la mayoría para montar un nuevo puesto de ventas de comida, de chucherías, café o de cualquier otro producto que capte la atención de los clientes.

Están los que salieron del centro del país, como es el caso de la ciudad de Valencia, en el estado Carabobo. También los que dejaron el oriente y los Andes venezolanos, para probar en la localidad de La Parada.

La quebrada y sus múltiples opciones

De este grupo, ninguno ha recibido la vacuna contra la covid-19.

A escasos metros de los “cambuches” o “chozas urbanas”, está una quebrada. El color de su agua es marrón, pero es en ese afluente donde los cuatro ciudadanos y demás integrantes del grupo lavan su ropa, sus trastes, se bañan y, en algunas ocasiones, cuando en las casas más cercanas no les aportan el agua potable, suelen cocinar con la de la quebrada.

Mientras algunos salen a trabajar, otros se quedan en los “cambuches”, bajo el constante ruido de una quebrada que es testigo directo de los vaivenes que se generan en el lugar. Jorge Luis y Antonio son recicladores, al igual que Zulay. Entretanto, José, el que menos tiempo tiene en Colombia, se encuentra desempleado.

La Policía de Colombia merodea con frecuencia el sector. A veces los corren, pero ellos insisten en que no tienen un lugar adonde ir, pues lo poco que hacen en el día solo les da para alimentarse. “La necesidad nos lleva a enfrentar a todos, incluso a las autoridades”, manifestaron.

“Hay trabajo, pero es duro”

Jorge Luis, de 33 años.

Jorge Luis dejó hace tres años su ciudad natal, Valencia, en el estado Carabobo, para migrar a Colombia. A llegar a suelo neogranadino, no caminó grandes distancias para radicarse; lo hizo en La Parada, donde ha vivido durante 36 meses, con la posibilidad de retornar a su país en varias ocasiones, por la cercanía.

“Yo reciclo aquí. Hay trabajo, pero es un poco duro, a veces se consigue, y otras veces no”, aseguró el caballero bajo un cielo encapotado, sin el acostumbrado sol abrasador de la zona. “Algunos se han ido y solo quedamos cerca de 20 personas”, prosiguió mientras rememoraba lo complejo que se ha tornado su vida como migrante.

El ciudadano se halla en La Parada, con su hijo, de 12 años. Durante la entrevista, trajo a colación momentos vividos en Valencia, donde se desempeñó como albañil, oficio que no ha conseguido ejercer en la vecina nación. “La dura situación y el poco empleo en Venezuela me hicieron tomar la decisión de migrar”, dijo.

En Venezuela aún se encuentra la mayoría de los familiares de Jorge Luis: sus padres, hermanas y sobrinas, con quienes trata de mantener comunicación cuando consigue algunos pesos extras con su labor.

Además de reciclar y recorrer los rincones del corregimiento, el joven se dedica a pasar mercancía por las trochas. Igualmente, “ayudo a las personas que necesitan ser guiadas por estos caminos. Estas colaboran con algunos pesitos”, subrayó.

“Salgo a las 4:00 a.m. y regreso a las 12:00 m.”

Antonio Sánchez es tachirense y tiene seis hijos. Su rol de padre lo ha tenido que conjugar con el de madre, pues está separado y ha tenido que desempeñar los dos papeles con sus muchachos. “Voy saliendo a las 4:00 a.m. y regreso a las 12:00 m.,”, resaltó quien también trabaja como reciclador.

“No es mucho lo que se gana. Nos dan 4.000 o 5.000 pesos por un costal de 12 kilos de material apto para el reciclaje”, soltó el caballero, al tiempo que indicaba el uso frecuente de las trochas para retornar a Venezuela, cuando lo desea, y así visitar a sus familiares en Táchira y ver el estado en el que está su casa.

“Uno no quisiera dejar su país, pero a veces toca. Uno gana en Colombia para comprarse un kilo de arroz y algo de proteínas al día; no hay más opción”, detalló, para luego hacer énfasis en su anhelo de que el escenario mejore en su nación para regresar. “La vida de migrante es muy difícil”, acotó,

Antonio no porta tapabocas, al igual que el resto de adultos y niños que viven en la zona. Al verlos da la sensación de que el virus nunca los ha tocado o no se ha acercado a sus “cambuches”. El dinero que devengan, en su informalidad, no les alcanza para cubrir esos gastos, pese a que están conscientes del riesgo que corren.

“Este es nuestro día a día, nada fácil, porque uno tiene su casa en Venezuela. El gran problema de mi nación es que, aunque se tiene un techo digno, el dinero no da ni para comprar la comida del día”,  sentenció Sánchez, quien sale con algunos de sus hijos a reciclar.

“Estoy desempleado”

José Contreras, de 55 años, migró del estado Cojedes con sus dos hijos, uno de 15 y otro de 12 años, hace tres meses. Al quincuagenario lo movió el hecho de que en Venezuela el trabajo no le estaba ocasionando ningún tipo de poder adquisitivo, y se le hacía cuesta arriba comprar los alimentos.

Al arribar a Colombia, específicamente a La Parada, la situación no ha cambiado mucho. Se encuentra desempleado y solo está sobreviviendo con la ayuda de los alimentos que llegan a diario a los “cambuches”, gracias al aporte que hacen cada uno de sus integrantes.

“La situación en Colombia la veo muy parecida a la de Venezuela, no hay oportunidades de empleo”, puntualizó quien lamenta el trato que ha recibido de algunos ciudadanos. “Me han rechazado en todos los trabajos adonde he asistido”, remarcó.

Solo en los primeros días en el corregimiento, junto a los suyos, logró vender bolsitas de tostones, pero “no me fue bien y tuve que abandonar el negocio”. Estar de brazos cruzados le genera angustia y desesperación, ya que debe responder por los dos adolescentes, que suelen “afligirse por los escenarios tan diversos”, señaló.

Contreras tiene en mente retornar a Venezuela, y en especial a su estado, una vez logre reunir el costo de su pasaje y el de sus dos hijos, quienes le recuerdan las necesidades que están atravesando en un país en el que aún no se han sentido identificados.

“Quiero regresar con una  guadaña y una fumigadora”

Zulay Linares, venezolana radicada en La Parada.

Zulay Linares tiene seis años viviendo en La Parada. Es oriunda del municipio Ospino, en el estado de Portuguesa, de donde tuvo que salir hace más de un lustro para tratar de ayudar a sus 12 nietos,

Allá, en su tierra natal, cuenta con una parcela que desea trabajar. “Quiero retornar a Venezuela con una guadaña, una bomba y una fumigadora”, describió quien ha recibido una ayuda de 380.000 pesos por parte de Colombia. “Con ese dinero conseguí viajar hace tres años y ver a mis nietos”,  rememoró.

De resto, “no he recibido otra ayuda”. En este sentido, hizo un llamado a las autoridades neogranadinas para que entiendan el escenario que están viviendo y no insistan en sacarlos de sus “cambuches”. “No tenemos con qué pagar el alquiler”, subrayó.

Linares tiene la convicción, como muchos venezolanos que pisan terrenos foráneos, de que vendrán tiempos mejores. “Los ‘cambuches’, en algún momento, solo serán anécdotas de vida, experiencias”, enfatizó.

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