Francisco Corsica
Cuando uno oye la palabra «discriminación», de inmediato vienen a la mente muchas escenas de series y películas, también las atroces noticias que de vez en vez se escuchan en los telediarios o en algunos ejemplos históricos que se conocen. Uno de ellos, por ejemplo, podría ser la época del apartheid de Sudáfrica, donde sus habitantes fueron discriminados por su color de piel en su propio territorio.
En pleno año 2023, el mundo todavía conoce de estos injustificables casos. Gente excluida simplemente por «ser diferente». Patético. Lo más extraño es que ahora son prácticas cada vez más comunes entre personas que, se supone, no deberían apoyarlas porque en otra época fueron blanco frecuente de ellas y ahora tratan de aplicarlas contra las otras razas, religiones, sexos o preferencias sexuales.
Para dejar las cosas un poco más claras, sería útil ejemplificar el párrafo anterior. De hecho, podría citar dos ejemplos bastante recientes. El primero de ellos tiene que ver con las nuevas versiones de los clásicos de la literatura y del cine. El segundo, en cambio, se encuentra asociado a la cancelación musical que sucedió en España hace poco y que, con toda razón, ha causado revuelo.
Disney, que ha decidido cambiar el aspecto físico de Ariel, la protagonista de “La Sirenita”, para hacerla afrodescendiente, ahora está siendo acusada por algunos grupos de ser una empresa racista. ¿Por qué motivo se comienza a pensar esto? La respuesta es fácil: le quitaron el papel a una pelirroja para dárselo a una morena. Comparando, es más frecuente encontrarse con personas afrodescendientes que con pelirrojas, de modo que la Ariel original ahora es más inclusiva que la nueva para muchos, sin siquiera proponérselo. ¡Qué cosas!
Asimismo, en España, se conoció hace poco que un miembro bastante conocido del jurado de un programa de concursos, arremetió contra uno de los participantes por cantar la canción interpretada originalmente por Gloria Gaynor, “I will survive” —o “Sobreviviré”, en español—. Según su apreciación, es un error porque esa canción solo debe ser interpretada por mujeres o por hombres homosexuales. La crítica continuó, pero con esas palabras ya es suficiente.
“¡Fin de mundo!”, estarán diciendo los ancestros en sus lechos de muerte. En el primer caso, se reclama una inclusión que casi nadie pidió en una película icónica que de por sí era protagonizada por alguien que pertenecía a una minoría; en el segundo, se advierte que la homofobia existe y que es un problema, pero la heterofobia también existe y es igual de discriminatoria que la otra.
Más allá de estos dos casos, que esta clase de situaciones sucedan son el reflejo de una serie de reivindicaciones sociales que, en nombre de la tolerancia, acaban promoviendo los mismos niveles de intolerancia. Reclamos justos con un trasfondo sumamente radical no parecen ser una buena combinación. No por nada se le llama «cultura de cancelación» a varias de estas prácticas, que buscan excluir a las mayorías de muchas cosas.
Podría dudarse que estos ejemplos sean de discriminación. Sin embargo, la Real Academia Española define por «discriminar» al acto de “Seleccionar excluyendo” y a “dar trato desigual a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, de sexo, de edad, de condición física o mental, etc”. ¿A alguien le parece que estos conceptos no aplican para los dos casos hasta ahora expuestos?
Si no es el fin del mundo, por lo menos es un mundo al revés. Las víctimas comienzan a parecer victimarios. Bajo ningún concepto se intenta reducir la importancia de las históricas y legítimas demandas de los nuevos movimientos sociales ni de las minorías. Este es un mundo que alberga muchas injusticias, y cualquiera que alce su voz para reducirlas debería ser aplaudido. Sería una buena forma de ir mejorando las cosas, ¿no?
Aun así, no pareciera que estén predicando con el ejemplo. Esa no es la manera de lograr un cambio significativo para mejorar. Es una imposición que, dicho sea de paso, cada vez es más rechazada por las mayorías. Habría que preguntarse, por decir algo, cuántos millones de dólares ha perdido la casa del ratón por su contenido progresista y por no entender a su público objetivo.
¿Cómo es posible que un muchacho no pueda cantar una canción porque no es homosexual? Y si lo hace, ¿cuál es el problema? Es simple libertad de expresión: cualquiera tiene derecho a decir lo que sea de manera hablada o escrita, siempre y cuando no dañe a terceros. La evaluación debería basarse en la calidad de su interpretación, no en su preferencia sexual, ya que esta última no tiene la más mínima importancia para un concurso de canto.
Respecto a la nueva Ariel, lo menos que puedo hacer es desearle suerte. Iré a verla al cine en su debido momento, porque es una actriz y una cantante talentosa que se merece la oportunidad. Aunque no lo parezca, ella también es una víctima, por ponerla a protagonizar una inclusión que nadie ha pedido y que quizá poca gente acabe comprando. Su situación no es muy distinta a la del concursante. Disney, por intentar quedar como «el bueno de la partida», ahora no se quita de encima las etiquetas de racismo. Es difícil negarlo: esta tortilla volteada es muy chistosa.
Hasta esta estación llega el tren por los momentos. ¡Vaya complejidades ha traído la modernidad! Películas cada vez menos interesantes que solo cuentan por lo «inclusivas» que son y concursos donde lo último que importa es el talento. El camino para todos es la tolerancia. La verdadera tolerancia, que consiste simplemente en aceptar las diferencias. Los seres humanos no tenemos que pensar igual, pero sí aceptar las opiniones y los gustos que no coincidan con los nuestros. Y actualmente, la intolerancia se está volcando contra las mayorías.