El Dato
Más de 26 mil ciudadanos han migrado en los últimos años en el eje San Antonio del Táchira – Ureña
Jonathan Maldonado
La migración, vista desde los que se quedan y ven partir a sus hijos a otras latitudes, es un proceso de duelo que narran tres padres de frontera, habitantes de la ciudad de San Antonio del Táchira: Luz Gómez, Margarita Contreras y Carlos Navarro.
El dolor aún está latente en las humanidades de Contreras, Gómez y Navarro. Han sabido calmarlo con el trascurrir de los meses y años, al punto de transformarlo en sentimientos que los llevan a la aceptación. «El dolor lo he transformado en esperanza», suelta Luz al confesar que, al ver partir a sus hijos y nietos, llegó a pensar que nunca más volvería a verlos y abrazarlos.
Ese sentimiento ha cambiado. Sabe que muy pronto estará con ellos. «Nosotros estamos haciendo los trámites y ellos también. Mis hijos tienen los papeles más adelantados, creo que va a ser más factible que ellos viajen a Venezuela y nos visiten», precisó desde la comodidad de su casa, en el barrio Simón Bolívar.
A Gómez, su hija se le fue hace tres años, con sus nietos; luego migró su hijo: «Fue un dolor muy grande, no lo asimilaba, cada día que me paraba y no los veía, me invadía la tristeza. Es un duelo que dura más de un año, he ido superando la no presencia de mis hijos, el dolor es grande, pero uno lo supera, se va calmando pero no se va del todo».
Navarro, exalcalde del municipio, es el esposo de Gómez. Ambos se han apoyado en este proceso que han calificado como un duelo. «Cuando mi hija se fue, yo estaba pasando por un gran dolor que fue la muerte de tres hermanos por covid-19. Quedamos solos», enfatizó, pues sus dos únicos hijos emprendían la ruta, en tiempos distintos, de la migración.
«En realidad le ha pegado mucho a uno, por la lejanía, la comunicación es solo por teléfono y no es igual. Siempre pega y más cuando se trata de un hogar bien constituido y unido», señaló al recalcar que nunca imaginó que la migración iba a tocar a su núcleo familiar.
Con orgullo, cuenta que su hija es licenciada en Administración financiera, mientras que su hijo se especializó en mecánica dental. Ambos se graduaron en Cúcuta, Colombia. «En ese tiempo, el bolívar no estaba tan devaluado y pudimos apoyarlos económicamente», subrayó quien ha tenido varios quebrantos de salud que ha superado con el espaldarazo de su esposa y de sus hijos y nietos, desde la distancia.
Luz Gómez recuerda que su hijo, quien aún no ha construido un hogar, vivía con ellos. «Mi hija vivía aparte, con su familia, pero todos los días venía a la casa, a eso de las 6:00 p.m., a compartir con nosotros. Al comienzo, cuando escuchaba una moto, decía: ‘Ay, mi hija estaría llegando en estos momentos’. Se siente el vacío en la casa, las habitaciones solas. Al final, uno supera la soledad, pero no el dolor».
«Yo la migración no la acepto, porque el país de uno es el que debe proveer al joven de oportunidades para que se desarrollen, pero lamentablemente ese escenario no es posible en este instante y pudo más la necesidad de salir a buscar otros horizontes», prosiguió Navarro.
Navidades nostálgicas
Navarro y Gómez se han apoyado incondicionalmente como pareja: «Como padre, diría que todos los días, cuando me despierto, veo a mis hijos, y pienso que pronto me voy a reunir con ellos. Uno al final termina aceptando y el duelo va pasando, uno sabe que ellos están mejor allá, buscando sus sueños».
Las últimas navidades han estado marcadas por el llanto. Lloran al ausente, a sus dos únicos hijos que migraron, con sus dos únicos nietos. «En esa época se vienen muchos recuerdos y uno sabe que los hijos no están, no podemos abrazarlos. Como abuela, además, tengo un gran amor por mis nietos», sentenció Gómez, de 63 años.
La calidad de vida que tienen sus dos hijos en Estados Unidos los reconforta como padres y les permite entender un poco lo que ha pasado. «Le digo una cosa, con lo que gana un pensionado o un jubilado, no se puede vivir, no se puede comer ni mucho menos tener las medicinas. Ellos nos han cubierto muchas necesidades. Lo económico no es lo más importante, pero es necesario», aseveró Gómez.
Para ambos, hablar de sus nietos, es hablar de lo más preciado. La niña y el joven están brillando en tierras foráneas. «Mi nieta es excelente tanto en lo académico como en el arte (bailarina), y mi nieto es un niño muy centrado, muy inteligente y talentoso», acotó con el orgullo a flor de piel.
La pareja, con 63 y 70 años, no ve viable para ellos la migración. Están atados a Venezuela pese al estancamiento y crisis que hay: «Nosotros tenemos nuestras raíces acá. Ya cumplimos con nuestros hijos, los educamos y los hicimos personas de bien».
A los miles de padres que han pasado por lo mismo le enviaron un mensaje: «A los hijos hay que dejarlos volar, duele verlos migrar, pero no podemos impedirles sus ganas de crecer y lamentablemente Venezuela no ofrece esas oportunidades». Están conscientes y seguros que pronto abrazarán a sus hijos y nietos.
«Lloro porque no sé si la vuelvo a ver»
Margarita Contreras tiene 77 años. Hace seis meses vio migrar a una de sus hijas con sus tres nietos. «Uno llora porque no sabe si la voy a volver a ver. Ella está muy lejos, en Estados Unidos», indicó quien tiene otro hijo fuera del país, en Barranquilla, Colombia.
Contreras señala que la persona que más sufre en este proceso es la madre. «Ella se fue por el Darién, le robaron los teléfonos en la ruta, pero gracias a Dios no le pasó nada», comentó la septuagenaria desde su hogar, en el barrio fronterizo La Popa, a escasas cuadras de la casa de Gómez y Navarro. Son sectores vecinos.
El poder conversar con su hija vía telefónica, verle el rostro mediante una pantalla, le alivia un poco el dolor, pero no es igual. «Ella vivía en esta casa, conmigo, justo en ese cuarto. Ella lo construyó», señaló la habitación, pintada de verde y marcada ahora por la soledad. «La vida es muy dura por allá, mi hija trabaja en lo que le salga».
Contreras recibe al apoyo económico de su hija. «Me envía para la comida, me envió lo de una lavadora y siempre está pendiente», remarcó para luego dejar por sentado que ella «no está muy a gusto en ese mundo, yo creo que se regresa en diciembre».
A la joven, que no pasa de los 35 años, le ha tocado asumir trabajos relacionados con la construcción. «Ha hecho de todo», subrayó la madre, quien aún llora a su hija migrante.
26 mil ciudadanos han migrado
De acuerdo con cifras aportadas por el analista en temas de frontera, William Gómez, más de 26 ciudadanos del eje San Antonio del Táchira-Ureña han migrado en los últimos años.
Gómez estimó que solo de la ciudad de San Antonio, en el municipio Bolívar, han emprendido la ruta del éxodo cerca de 18 mil ciudadanos, mientras que de Ureña alrededor de 9 mil personas han ingresado a la lista de la diáspora venezolana.
Alertó que el estancamiento que aún persiste en la zona, y que se refleja en el más del 90 % de la industria y comercio paralizados, ha acelerado la migración en el primer trimestre de 2024, en un grupo etáreo que va desde los 16 y hasta los 35 años.
El analista también puso sobre el tapete la incertidumbre política, otro factor que empuja a muchos a tomar la decisión de migrar. Enfatizó que, según las cifras recientes de las autoridades migratorias de Panamá, más de 69 mil venezolanos han cruzado la selva del Darién en lo que va de año.