Porfirio Parada
«soliloquio» y «desparpajo» son dos palabras que me impactaron desde que las conocí, cuando las descubrí las nombraba algunas veces en conversaciones vagas, las repetía yo solo en voz alta o en silencio. Las busqué en el diccionario, releí su significado y etimología, me generaba una sensación agradable cuando pasaba algo que se relacionaban con ellas, y las recordaba con el pensamiento. Aún conservo los primeros recuerdos de esas dos palabras en diferentes circunstancias. Por parte de la palabra «desparpajo», la escuché por primera vez en televisión (ya sabiendo que significaba) en una entrevista a un jugador de fútbol argentino, él estaba elogiando las cualidades de uno de sus compañeros de equipo de la selección nacional, y entre los atributos él hizo hincapié que el jugador poseía «desparpajo» con el balón y con el movimiento de su cuerpo. Me impresionó que el jugador haya dicho esa palabra en base de un tema deportivo y sobre todo, tratándose del fútbol, lo que hizo que aumentara mi interés por la atípica palabra para ese momento de mi vida. Y la otra fue estando en Bogotá, hace ya varios años atrás, caminaba solo por una de sus calles, en bufanda, estaba tomando algunas fotografías que quería registrar pero también para una amiga que me había pedido el favor de hacer un registro, ella en ese entonces estudiaba arquitectura de la UNET, ella quería ver fachadas, materiales, espacios y dimensiones de la capital colombiana para sus estudios y conocimientos en la universidad, al final sólo vio tres o cuatros fotos, una mínima cantidad comparada a las fotos que pude tomar del viaje. Yo seguía en la búsqueda de una nueva fachada, alguna esquina rara, cuando paso por un puente y en la parte de abajo, en sus costados (donde suelen los grafiteros dejar su firma) había una pintura surrealista, una figura de colores fuertes y vivos, casi llegando a tonos fosforescentes, tenía cuerpo y ojos, una especie de insecto gigante, que estaba meditando y en su pensamiento se describe la palabra «soliloquio». Me quedé por un tiempo indefinido observando el arte pero sobre todo la palabra, su mundo y su significado.
Es viernes. El entreacto se consume. La computadora es un espacio sólo para los pies y el teclado. Un frágil sonido de la silla para evidenciar la acción. Tácito él, se conecta con los demás espacios: baño, dos habitaciones y escalera, por bordes, entre ángulos cerrados, contraluz. Sube el volumen, escucha a otro Beatmaker, la fusión de Jazz y Hip Hop, baja el volumen. Espera. Inexacto es el quiebre de la música y su nueva selección, impreciso es el crujir de la puerta si alguien de la familia lo distrae, involucrándose innecesariamente en el proceso de creación. Enrique escucha 100 instrumentales en sólo una mañana. Selecciona 30 el mismo día. Es reiterativo, exigente, disciplinado. Nadie lo escucha o se hacen que no escuchan.
Abre una carpeta en “Mis Documentos” para por fin elegir los 20 Beats que serán la melodía que se unirá en su cuerpo y en su mente por los siguientes días. El rapero encontró en el piano la sensualidad para cantarle a la mujer, en los samples de Jazz la soledad que nace del desasosiego, en el Soul la nostalgia del pasado, memoria vigente del recuerdo. Después de tanta búsqueda y melomanía, él empieza a crear la lírica que desnuda el pensamiento, que lo aturde en el sueño. Empieza a improvisar, soltar la lengua con versos rotos, escondidos, reprimidos, escupiendo en silencio, en voz baja, susurrando, porque aún la familia no se ha dormido. Continúa insistiendo, el flow marca los ritmos y las expresiones. Aún no hay papel ni lápiz que definan las letras y los versos. La rima es indefinida, no se para, desconoce su culminación.
La intensidad, el ritmo y el tono de voz cambian de acuerdo al repertorio seleccionado, al estado de ánimo, al espacio, a la confianza o desconfianza que pueda tener. La pista dura sólo 2:26 minutos y su grito ha expulsado ya 3:30 de agonía. Respira, abre la puerta, voltea y es algún integrante de la familia. La invasión es notoria y desagradable. Busca espacio, baja a la cocina, improvisa para luego escribir, a secas, sin música. Desprendido de la máquina electrónica, sólo el sonido estridente de la nevera y el poco ruido del viento que abre la madrugada. Ya se acaba el interludio, ahora es cuando empieza a escribir después de la avalancha de palabras sueltas.
De los 20 beats escoge 1. El desahogo drena lo callado. Sábado; la casa sola muestra otra lectura para la inspiración. Hay tranquilidad y más comodidad. Escribe, tacha comas, puntos, palabras. Usa conectores, usa conjunciones. Borra casi todo el verso. Vuelve a escribir casi lo mismo, pero esta vez sin conjunciones. Reinvierte, limpia el texto. El Hip Hop para Kiwhat es un canalizador que permite mostrarse tal cual es. Dueño de las palabras, dueño de su propio discurso, cada instrumental es una película resumida en menos de 5 minutos. Escribe una canción con la colaboración de un Beatmaker del estado Portuguesa llamado Magnuscrito, éste le vendió un instrumental. Acuerdan el precio. Su valoración es real y tangible. Es cierto que Dj Dilla es una leyenda, Premier es indiscutible, Dr Dre es un clásico, pero el artista opta por algo del patio; Magnuscrito brinda percusión y la melodía ideal. Enrique encontró su propio sonido entre cientos. Se apaga la luz. Todos duermen. Él sigue escribiendo, el volumen es mínimo.
Lic. Comunicación Social
Locutor de La Nación Radio