Julieta Cantos
“Renovemos nuestra esperanza y nuestra confianza en los demás, incluso en quienes son diferentes a nosotros o vienen de tierras lejanas, trayendo costumbres, formas de vida e ideas desconocidas, porque todos somos hijos de Dios”.
“No puede haber paz sin libertad religiosa, libertad de pensamiento, libertad de expresión y respeto a las opiniones de los demás”. Esas fueron las palabras del Papa Francisco, el pasado domingo, en su última aparición. Francisco, el primer latinoamericano y el primer jesuita que liderizó la Iglesia católica, hizo un llamado “a todos los que ocupan puestos de responsabilidad política en nuestro mundo para que no cedan a la lógica del miedo, que solo lleva al aislamiento de los demás, sino que utilicen los recursos disponibles para ayudar a los necesitados, combatir el hambre y fomentar las iniciativas que promuevan el desarrollo”. Luego de pasearse por los conflictos mundiales sentenció que “la paz es posible”, y pidió al final que simplemente seamos felices, tal y como lo predicó san Francisco de Asís, de quien tomó su nombre para el ejercicio de su liderazgo.
El camarlengo del Papa, el cardenal irlandés-estadounidense Kevin Farrell, quien supervisará la transición a un nuevo Papa, dijo sobre Francisco: “Nos enseñó a vivir los valores del Evangelio con fidelidad, valentía y amor universal, especialmente a favor de los más pobres y marginados”.
Fue duramente criticado por los sectores conservadores y por los más reformistas, que no quedaron satisfechos con sus cambios, evidenciando una vez más el significado de la soledad en el ejercicio del poder. Lo cierto es que resultó ser una figura referente no solo para los católicos sino para el mundo entero.
En lo personal me identifiqué con el Papa Francisco por su inclinación hacia una iglesia más austera, inclusiva, cercana a la gente y proclive al diálogo, tomando una posición crítica y activa para denunciar y frenar los abusos sexuales internos, y la corrupción. Me alegró la vida cuando finalmente declaró santo a José Gregorio, el eterno patrono de los venezolanos… Y sí, yo no creo en brujas, pero de que vuelan, vuelan.
Eso se llama evolución. En el universo del conocimiento todo está para ser comprendido, cuestionado, perfeccionado, o abandonado, si de nada sirve.
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