Opinión

El olvido también se imprime

26 de mayo de 2025

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Antonio Sánchez Alarcón

Las hemerotecas desaparecen en Venezuela. Silenciosamente. Día tras día. Como se borra el polvo de una superficie para que no estorbe. Pero lo que aquí se borra no es suciedad: es memoria.

Ya casi nadie se pregunta dónde están los periódicos viejos. Nadie busca una noticia de hace veinte años. Nadie parece recordar que alguna vez tuvimos archivos que hablaban por sí solos. Bibliotecas del presente inmediato. Registros vivos. Fotografías en palabras de lo que fuimos. Todo eso se está pudriendo.

Los motivos abundan: Humedad, desidia, recortes de presupuesto. Falta de mantenimiento, falta de personal, falta de ganas. En algunos casos, abandono total. En otros, desinterés planificado. Hay periódicos apilados en depósitos sin ventilación. Otros, mojados, pegados, carcomidos. Papel deshecho. Letras borradas. Portadas irreconocibles.

La mayoría de las hemerotecas que existieron en instituciones públicas están hoy cerradas o inservibles. Las que aún sobreviven no tienen recursos ni apoyo. Nadie les presta atención. Nadie las nombra. Nadie las defiende.

¿Fue todo esto un accidente? ¿Un daño colateral de la crisis? ¿O hay algo más? La duda crece. Porque no es solo abandono. Es consistencia. Dos décadas de retroceso. Dos décadas sin rescates. Dos décadas en que los archivos físicos han sido reemplazados, no por tecnología, sino por silencio.

Da para sospechar. ¿No será que lo que molesta no es el papel, sino lo que cuenta? ¿No será que hay quienes prefieren borrar el rastro de un país que alguna vez protestó, pensó, escribió? Porque los periódicos también son testigos. Incómodos, a veces. Pero testigos. Las hemerotecas guardan la historia sin editar. La que no se puede reescribir tan fácil.

No es teoría conspirativa. Es observación. Es realidad. Basta visitar una biblioteca pública y preguntar. ¿Dónde están los diarios de los años noventa? ¿Y los de la primera década del dos mil? ¿Y los de antes de ayer? El funcionario encogerá los hombros. O dirá que se mojaron. O que nunca llegaron. O que los guardaron pero ya nadie puede consultarlos.

En “El arte de escribir bien”, Gabriel García Márquez insistía en que el periodismo era el primer borrador de la historia. No se equivocaba. Pero si ese borrador se pierde, ¿qué queda? ¿Solo la versión oficial? ¿Solo la propaganda?

Venezuela necesita rescatar sus hemerotecas. No como nostalgia, sino como resistencia. Como acto cultural. Como defensa. Lo que está en juego no es el archivo, es la identidad. Preservar lo escrito es preservar lo vivido.

Una nación que olvida lo que publicó, termina creyéndose cualquier relato.

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