Néstor Melani-Orozco
Estaré comenzando un libro sobre la pintura nuestra y los artistas que vi entre mis pasos, para dejar un testigo de los que han sido y fueron. Entonces hablaré de: Pepe Melani, de su geodésica bóveda de la inmensa catedral. En el testimonio y los olvidos. De Morelani. Idealizando el verdadero Museo de La Otra Grita… Del amor de Belkis Candiales, y Erasmo De Zotti de la Aldea Florentina. De Agustín Guerrero. Para hacer de los idilios de Eduardo Carrero. Le escribiré de Ignacio y Homero Parra para contar las verdades y de Euro queriendo masticar la cúpula y desde Pedro Mogollón aprendiendo los horarios, del viajero Oskar Casanova. Cuán de Leonel Durán en sus credos, y viajar en los lienzos de Eduardo Rey, entre muchos amigos, creyentes del abecedario y los no creyentes. Los «Sonidos del Mármol» grabaron los mitos desde aquella columna vieja del Calvario hasta concebir en sus letras de «Un Mare Nostrum» el sigilo de Virgilio, cuando el Partenón aún espera la ceremonia de Andrómeda en los sabores del azul de Creta… Vino un día de La Grita y se convirtió en pintor, púes de amor venia de las noches del piano de la casa de su abuela la Poetisa Isaura. Vino vestido de poeta y desde la escuela de Bellas Artes se hizo alumno de los maestros del Círculo de Caracas. Se permitió pintar con Alejandro Otero y vio desde los siglos a su ceremonia de sueños.
Para saber de Ida Gramko y vestir de aromas con Aime Battistini. Dibujar a Notre Dame en las vocaciones de Toulouse Lautrec, caminando colores con su Aglais Oliveros para entrar en la ceremonia de 1959 al Salón Michelena y ganarse el premio de Valencia. Me lo narró en la Mansion Suiza una larga tarde de pintar juntos y escuchar las páginas del «Viejo» que escribía y releía Adriano González León.
Así le vimos de cantos desde la armonía consagrada a Hugo Baptista y de los claveles rojos en la Casa de Velásquez en Madrid. Y en sus barcas en 1961 representar a Venezuela en la Bienal de Venecia y saber de los vinos frente al Mar Adriático para escribirle a Pepe Melani con «El Sabor Bendito de las Eucaristías» y de cada instante afirmar su escuela de la Grande Chaumieri de París, entre la filosofía de Jean Paul Sartre, en las mujeres benditas y las noches de guitarra en el Café de Flora junto a Jesús Soto. De ser disidente de los venezolanos en Francia para encontrar la escuela abstraccionista de Vasili Kandinsky. Y de hablar el francés Nasal y radicarse entre los canales de Ámsterdam en Holanda de Veermer para proteger y alojar a políticos de su patria huyendo del régimen del General de Michelena
Exponer en Moscú y entregar las delicias a las horas eternas de volver a Motmatre. Ir por Europa buscando los Olivares y sentir de magia los vinos donde James Enzor en Austria compartía las solemnidades plásticas junto a Gustavo Klim. -Lo dijo- desde aquel color de las edades remontando los salones del arte más de ir al castillo de la California con Oswaldo Vigas para saber y venerar a Picasso, después de abrir sus rojos en la Denis René. Como una pertenencia del Griteño, alumno de Federico Brandt y desde la Dante Alighieri de Roma buscar los heraldos místicos con Arnaldo Pomodoro. Y del inmenso estadio del universo tachirense de ir a Venecia, mientras de purificaciones hablar en las propuestas desde Lucila Palacios la amiga secreta de Fidel Castro y allí guardar en su despacho de La Habana: «Los Herederos de Pueblos”.
Hugo Baptista, miembro del Partido Comunista de Francia, más adentro del escapular de Gustavo Machado aprendiendo socialismo con Rómulo Gallegos. O contemplando las páginas de Arturo Croce. De pintar para las dimensiones de los compromisos en las misiones artísticas desde New York a Buenos Aires. De Caracas, México, Barcelona, París, a Roma de Giorgio Morandi. Dicho por Carlos Silva en el legado mayor del Arte Venezolano. Siempre el concreto amigo, como lo dijo Freddy Pereyra. Siempre el poeta de las magnitudes de la consejería de Atenas en Grecia. El de mi juventud de muchacho enviarle una carta a Valentín Hernández en 1968 para que me inscribiera en la escuela de Elbano Méndez Osuna de San Cristóbal. Donde no pude entender las realidades plásticas allí concebidas. Porque sólo se quedaban en medidas de un localismo, y no pretendían escalar el testamento de los emblemas de las vanguardias. Y diecinueve años después escribirle al poeta Juan Sánchez Peláez a Madrid en su Agregaduría cultural para que me mostrara los destinos entre museos, centros culturales y la dichosa Llotja catalana. Un día me enteré de cómo le gustaba leer mis artículos escritos en el Diario La Nación. Para afirmarle que desde cada ilusión, París volvía a estar dentro de su corazón.
Cuántas veces me invitó a su mansión Suiza, desde pedirle a Adriano González León me hiciera la presentación de mi «Militante Rojo» y de llevarme a conocer la inmensa poseía filosófica y política de Ludovico Silva su gran amigo. Me envió muchos libros, y sus imaginarios del sueño de su ciudad perdida y habitante en la niebla. Una mañana de sorpresas, su hermano Eusebio vino con una obra que me dedicaba al «Circo de aromas y Colores » y entre su último amor: Marisol, la preciosa uruguaya, de sus tormentos. Mientras su libro «El Perdedor» consagró a aquella tierra de sabor de las pimientas. Se murió en el 2002, describiendo habitar eternamente en aquella Grita del añil de los pecados. Han cruzado los tiempos y aún en cada recuerdo los dibujos poseen la esencia de hacer de la vida un relicario de grandes verdades…
*Artista Nacional. *Maestro Honorario. *Doctor en Arte. *Cronista de La Grita