Opinión

La autoría intelectual en la era de la IA: Ética y percepción

14 de julio de 2025

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Antonio Sánchez Alarcón

 En un mundo donde la inteligencia artificial (IA) ha dejado de ser una herramienta marginal para convertirse en un asistente omnipresente en los procesos creativos, surge una pregunta incómoda pero inevitable: ¿Cómo debe entenderse la autoría intelectual cuando el pensamiento humano se entrelaza con las capacidades de la máquina? Más aún, ¿en qué medida la mención del uso de IA refuerza o erosiona la autoridad del autor ante sus lectores?

Desde los albores de la escritura, la creación intelectual ha estado mediada por herramientas: El papiro, la imprenta, el ordenador, el corrector ortográfico. La IA no es más que la última de estas herramientas. Sin embargo, su carácter de «asistente pensante» despierta recelos: ¿Hasta dónde sigue siendo mía una idea que he perfilado con ayuda de una máquina?

La creación «pura», ajena a todo soporte, es un mito romántico. Todo autor, consciente o no, se apoya en recursos externos: Libros consultados, conversaciones inspiradoras, editores que sugieren cambios. La IA es un paso más en esa cadena de apoyos.

Lo ético no es confesar cada herramienta usada, sino no atribuirse méritos que no corresponden. Si la IA formula las ideas nucleares de un texto, el deber moral sería reconocerlo. Pero si su papel es el de un ayudante —como el editor que pule el estilo o el diccionario que enriquece el vocabulario—, no hay exigencia ética de mención explícita.

La clave está en el grado de dependencia intelectual. Mientras el autor conserve el control sobre la estructura, las ideas y la intención del mensaje, la firma le pertenece sin sombra de duda.

En la actualidad, mencionar explícitamente el uso de IA en un artículo de opinión o ensayo puede percibirse como un signo de menor mérito o dependencia de la máquina. El lector busca en el autor un pensamiento propio, no la transcripción de lo que sugiere un algoritmo.

Sin embargo, en contextos académicos o técnicos, reconocer el uso de IA puede interpretarse como transparencia intelectual y actualización profesional. La clave está en el público y el propósito del texto.

La disyuntiva que hoy nos inquieta será, probablemente, anecdótica en pocos años. La IA será tan integrada al proceso creativo como lo es hoy el procesador de texto. El lector del futuro juzgará por la calidad del resultado, no por el método empleado.

Mientras tanto, corresponde al autor decidir cuándo y cómo revelar su relación con la IA, teniendo presente el equilibrio entre honestidad y preservación de su autoridad intelectual.

En definitiva, el desafío no es tanto definir dónde termina el aporte de la máquina y dónde empieza el del hombre, sino mantener vivo el compromiso con la verdad, la claridad y la integridad en cada palabra firmada.

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