Antonio Sánchez Alarcón
En los últimos meses, España ha sido testigo de episodios preocupantes de xenofobia: Insultos a migrantes hispanoamericanos en el metro, discursos racistas en televisión, y un creciente malestar que se disfraza de “defensa de lo español”. No es casual: La crisis económica, el populismo rampante y un nacionalismo identitario cada vez más excluyente alimentan esta deriva. Pero lo verdaderamente alarmante es que esta cerrazón ocurre en un país que se marchita demográficamente.
Según el Instituto Nacional de Estadística, la edad media en España ya supera los 44 años. Uno de cada cinco ciudadanos tiene más de 65, y el índice de fecundidad apenas llega a 1,16 hijos por mujer. Si nada cambia, para 2050 la población activa se reducirá drásticamente, comprometiendo el sistema de pensiones y el Estado de bienestar.
La conclusión es clara: Sin migración, España colapsa. Lo han dicho expertos como el catedrático Joaquín Arango, quien recuerda que España tiene una ventaja única: Los lazos históricos, lingüísticos y culturales con América Latina. “Negarse a aprovechar esa afinidad —advierte— sería un error estratégico mayúsculo”.
Y es que los latinoamericanos no solo llegan con idioma compartido y códigos culturales comunes, sino que se integran con rapidez, revitalizan barrios, sostienen sectores esenciales de la economía y aportan juventud a una sociedad envejecida.
Pese a ello, el debate público sigue atrapado en la lógica del miedo. En lugar de pensar cómo atraer e integrar migrantes, se discute cómo impedir su llegada. Como si cerrar puertas fuera una estrategia sostenible.
España necesita una política migratoria seria, sí. Pero también lúcida, realista y libre de prejuicios. No se trata de abrir sin control, sino de asumir con madurez que el país solo tendrá futuro si sabe atraer e incorporar población joven, trabajadora y culturalmente afín.
Y la América Hispana, le pese a quien le pese, representa esa oportunidad. No es una amenaza: es una aliada. La pregunta ya no es si pueden venir. La verdadera cuestión es: ¿Qué quedará de España si no lo hacen?