Freddy Omar Durán
Ante la fuerte temporada de lluvias en curso en el estado Táchira, las alarmas vuelven a tocar en casas del sector Rafael Moreno en el barrio El Río que no están ya en condiciones de ser habitadas, por lo que para sus moradores solo queda la piedad divina, pues en su horizonte no se vislumbra posibilidad alguna de traslado a otro lugar.
Lo más crítico de la problemática se ve en la vereda 4 de la mencionada localidad, y se percibe dramáticamente en las viviendas en las que ya el cerro se ha instalado permanentemente, y solo un empuje bastaría para terminar el trabajo destructor que no se pudo completar unos cuantos años atrás.
Sin embargo, el radio del peligro se extiende, y grietas, calles destruidas, así como paredes y pisos bombeados dan cuenta del mismo.
En el comienzo de la calle principal del sector Rafael Moreno, las cosas no pintan bien. El muro perimetral de un taller mecánico parece un globo a punto a estallar, y ni hablar de la serpenteante vía por la que muchos motociclistas e incluso transeúntes han terminado en el suelo, y que constituye una trampa para quienes no son precavidos al circularla.
Rubén García, representante de las comunas el señor que nos acompañó, está muy preocupado por una situación que levanta miedos apenas el cielo manda sus primeras gotas.
—Como 10 viviendas que están afectadas, están todas partidas; pero todos nos veremos afectados, pues si se vienen abajo pueden arrastrar a otras. Esto debido al movimiento de tierra, va bajando lentamente pero con su fuerza alcanza a hacer mucho daño. Quedaron en que viene el censo, para ver la problemática que tiene la comunidad; ojalá lleguen, pues hay personas con alta necesidad, y da lástima que perdamos nuestras casitas— afirmó con tristeza el señor García.
Por ahora la comunidad se ha entregado a las labores de reparar en la medida de lo posible tuberías de aguas blancas y cañerías con botes, con el propósito de evitar más debilitamiento por humedad de los terrenos; no obstante, hay infraestructuras de mayor envergadura como una canalización rota que atraviesa la parte superior del cerro que constituye la mayor amenaza, y para la cual se necesitarían presupuesto y mano de obra de aporte oficial.
Una amenaza que se extiende por todo el barrio, que además debe sufrir por la reiterada destrucción de la única conexión con el resto de San Cristóbal, y ha tenido especial incidencia en otros sectores como Bella Vista y Metalúrgica.
Grietas que no sanan
En la vivienda de la señora Cruz Serafina hace como dos años se instaló un huésped indeseado: lo que antes era un pequeño patio con su lavadero y cocina fue ocupado por un cerro, a punto de reanudar su marcha destructora.
Un huésped que nada bueno pinta, y el por el cual no para de brotar un chorro, dañino para la casa, y peor aún cuando el chorro se transforma en río.
— Cuando llueve es como una cascada para abajo, y esa agua nos llega casi hasta la cintura— contó doña Cruz Serafina.
Recuerda que el derrumbe pudo haber cobrado vidas humanas, pues arrastró una enorme roca, que no pudo avanzar más.
—Se comenzó a desbarrancar todo en la madrugada, y en la tarde se vino una enorme piedra, precisamente antes de que mi hija y nieto se les ocurriese salir al patio— agregó.
Vecina a la suya se encuentra una casa desocupada, y a cuyos propietarios, una mujer con tres hijos, les tocó ser arrendatarios en el mismo barrio y llevarse los pocos corotos que se salvaron.
Más allá está la que ha sido por 20 años la casa de Gregorio Noguera, y a quien solo en los últimos dos años la naturaleza ha metido en aprietos. Por más que resane las paredes, un nuevo daño aparece. Un suelo firme, plano, ha dado paso a una inestable superficie pandeada, escalonada.
—Yo les he dicho a muchos funcionarios que se acuerden de una vivienda; yo he ayudado como miembro de la Mesa Técnica del Agua. Hasta los momentos no he visto ayuda, y no me puedo ir de aquí porque no tengo más donde vivir— confesó con desconsuelo el señor Noguera.
Pero si en el día le aflige la decadencia de su vivienda y la plata que ha tenido que gastar para contrarrestar su deterioro, en la noche vive el pánico, mientras intenta descansar en la cama que va a dar su cabecera contra una alta pared.
—Mientras estoy acostado, por ahí a las 11:00 de la noche o en la madrugada, me paro asustado pensando que está temblando. Salgo corriendo a la calle y veo que afuera todo está tranquilo, y entonces me doy cuenta que la cama vibra por el movimiento del terreno— agregó.
Por su parte, la señora Emma Molina vive una tragedia similar, y debe agregar a sus tareas cotidianas como la preparación de alimentos, la limpieza, y otros arreglos para comodidad de su familia, el tapar grietas, algunas de las cuales miden más de medio centímetro y por las que cabe una uña.
Su hermana Emma Molina vive unos doscientos metros más adelante, entre paredes de latón, alejada del cerro aunque compartiendo el soporte de un terreno inestable. En el suelo el resquebrajamiento ha pintado el extraño mapa de una comarca, quizá más tranquila que la que le ha tocado vivir. 37 años de su existencia los ha pasado allí, pero no se apega a esa casa, soñando una mejor donde no transcurran tantos reveses.
Por toda la casa de la señora Molina, tirada por el suelo o colgando del techo, hay una colección de ollas para contener las lluvias coladas desde el techo.
Una de las cosas más cercanas a su dolor, es la lejanía de su nieto de 18 años en condición especial, y padeciendo de un cáncer, el cual gracias a la ayuda desinteresada de una reconocida personalidad de San Cristóbal está siendo tratado. El joven, muy apegado a la señora Molina, se vio obligado por su enfermedad a mudarse a un hábitat más saludable, aunque con frecuencia visita a su abuela.
Desde una de las ventanas se puede contemplar buena parte del sector Rafael Moreno, una vista preocupante, teniendo en cuenta que también hasta allá sería el alcance de un derrumbamiento, si no se toman desde ya las medidas necesarias para impedirlo.