Daniela González
“Me dijeron que era del Tren de Aragua, solo por ser venezolano, se reían de mí y nos dijeron ‘te vas a Venezuela’ y aparecimos en El Salvador», así comienza el relato de Gustavo Adolfo Aguilera, oriundo de La Fría, estado Táchira. Un migrante que cruzó la frontera de Estados Unidos de forma legal, con un permiso humanitario otorgado por CBP One.
Pensaba que había asegurado un nuevo futuro, pero su vida dio un giro violento el 3 de febrero. Ese día, agentes del FBI, ICE y la Policía Federal lo detuvieron sin explicación frente a su apartamento, encadenándolo de pies y manos. El motivo: su nacionalidad. Así lo relató Gustavo Aguilera a Diario La Nación.
Deportado como criminal, sin juicio ni defensa
Durante 25 días estuvo recluido en el Centro de Detención Bluebonnet, donde no vio a un juez, no recibió asesoría legal ni tuvo acceso a una llamada. Un día, sin previo aviso, le dijeron: “Te vas a tu país”. Fue encadenado de nuevo en la madrugada y montado a un avión, con la esperanza de llegar a Venezuela, pero esto no ocurrió.
“Abrí la ventana del avión cuidadosamente porque no nos permitían abrirla, y ya estábamos aterrizando cuando leí: Aeropuerto Internacional de El Salvador. Me desplomé emocionalmente”.
No era Venezuela. Era El Salvador. Y lo que lo esperaba allí, sería una pesadilla más intensa.
Aguilera: El CECOT era una prisión sin ley
Al llegar al Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), Gustavo recibió golpes, insultos, gases lacrimógenos y humillaciones. Lo arrastraron por el suelo hasta una celda. No tenía derecho a abogado, visita, ni llamadas. Comía arroz con tortilla a diario. Dormía sobre latas frías, sin colchón ni sábana, según el testimonio del tachirense.
“Nos decían que íbamos a morir ahí, que en Venezuela nuestro presidente no nos quería, que nadie iría por nosotros”.
Estaba rodeado de otros migrantes venezolanos, muchos sin tatuajes ni antecedentes, todos etiquetados como “terroristas” por su origen.
“Éramos 10 por celda. La celda 5, donde estaba yo, y al frente, la celda 27. Ahí tenían a un tachirense aislado, solo, no sabíamos por qué”.
Defender también se castiga
Durante el descenso del avión, según Aguilera, una mujer venezolana fue brutalmente agredida por un agente del ICE, y Gustavo se levantó para defenderla:
“Fui el venezolano que se paró y defendió a esa ciudadana, por eso recibí más golpes”.
El 26 de junio, cumpleaños de su hijo, ciudadano americano, fue golpeado hasta vomitar sangre:
«Ese día no celebré, me torturaron mientras mi hijo cumplía su primer año».
Celda sin luz
Uno de los métodos de castigo era “el pozo”: Una celda sin aire ni luz, donde los detenidos no sabían si era de día o noche. Gustavo pasó días allí: “A veces los sacaban a golpes para someterlos a requisas y luego los dejaban solo en ropa interior».
«Dormíamos sobre latas, en uniformes blancos, sin colchón. Nos decían que no merecíamos más por ser ‘terroristas’.”
La esperanza llegó en la madrugada
A las 2:30 de la mañana, incapaz de dormir, Gustavo abrió su biblia y leyó proverbios, escuchó sonar las esposas, había mucha bulla, encendieron las luces del penal y les ordenaron bañarse: “Ya empezamos a entender que nos iban a liberar”. Llamó a su compañero inmediatamente, quien era un pastor: “Varón, despiértate. Llegó la libertad”.
La voz de una madre
Gracias al apoyo del gobierno venezolano, Gustavo logró comunicarse con su madre cuando llegó a su país. Los agentes del SEBIN facilitaron la llamada contó a Diario La Nación, inmediatamente llamó a su madre: “Mamá, mamá. Soy yo, estoy vivo. No sabes cuánto deseé escuchar tu voz de nuevo”.
La ayuda del presidente Nicolás Maduro y del gobernador del Estado Táchira fue fundamental para que su madre recibiera asistencia en los momentos más oscuros.
Separado de su familia
Su esposa e hijo siguen en Estados Unidos. Sin opciones claras para reunificarse. Gustavo vive con el temor de que su hijo, de solo un año, quede atrapado en un sistema que, según Aguilera, “les quita los niños a las mujeres y los da en adopción”.
«No puedo estar tranquilo. Mi familia está incompleta”. Para él y su familia, el sueño americano se acabó. Su esposa, desempleada en Estados Unidos y con su hijo de un año de edad con nacionalidad americana, teme ahora abandonar el país y ser separada de su pequeño hijo, por ello Gustavo pide ayuda al Gobierno nacional.
Hoy, Gustavo está de regreso en Venezuela. No ha olvidado lo vivido, pero decidió dar la cara y alzar la voz:
“Los venezolanos no somos delincuentes. Somos gente buena, quiero quedarme aquí, echarle ganas, ayudar a que este país salga adelante”.