Carlos Orozco Carrero
En tiempos de agua, sabroso para arrear puercos, no debe faltar la botella de miche apretinada y una varita que afine la puntería del que carga al candidato al matadero. Dios quiera y el camino sea plano o en bajada para que el marrano deslice su manteca poco a poco y sin necesidad de aplicar correctivos en su destino hasta la pesa. Si es en subida, los vecinos lamentarán estar cerca de la vía donde espera el matarife de turno ese sábado. Los chillidos del cerdo dejarán los oídos del que los escucha con un pitido que puede durar días. Por supuesto, si el gordito con su tocino rehúsa a dar un paso más siquiera, ya toca aplicar medidas de emergencia y hay que levantar la cola encaracolada para dejar que el índice y el anular entren en acción para la paz de la comarca. En cada esquina, una historia.
Escuchamos desde estos días a los grupos de peregrinos dispuestos a la caminata fervorosa que los llevan al Santo Cristo Bendito de La Grita. Rezos y música en solidaria marcha hasta la ciudad Atenas del Táchira. Desde Capitanejo viene la gente abrazada con el profesor Roque Pabón, el periodista Benedicto Roa y todo un equipo maravilloso de amigos fieles creyentes que quieren postrarse ante la imagen Bendita del Cristo del Rostro Sereno. Nos veremos en casa de Cotofio y Dios los acompañe por estos senderos hermosos del páramo tachirense. También vienen peregrinas bonitas, cariños.
Un viejo sentado en una banqueta chiquita cerca del fogón viciando chimú con las manos entre las piernas. Una vitrina con unos quesos ahumados encargados por algún camionero para llevar a tierra plana y afuera, en el lavadero, una señora con un trapo en la cabeza y, usando un material de hule, restriega un pantalón de kaki para dejarlo en la hebra más alta de la cerca donde escarban barro unas picatierra que esperan el turno para posarse en la olla dominguera. Es la estampa de nuestros páramos mientras pasan los ventisqueros que corrieron a nuestros paisanos hasta la tierra caliente.
-Soy chévere, decía el muchacho que trabajaba de mesonero en el restaurant Las Quince Letras de la capital. Tenía su estilo para sobreponerse a sus compañeros de trabajo en atención al público. Y su amabilidad se reflejaba en las propinas aparte que levantaba al final de la jornada cada día. El chévere ya tiene para un carrito y llegar a Pregonero en vacaciones, aseguraba. Se dieron cuenta que era tachirense y empezaron a llamarlo gocho. –Mira, gocho. -No olvides que eres gocho, le gritaban con la intención de ofenderlo. –Claro que soy gocho, pero chévere, remataba.
La amistad es gratis, cariños. Ni se vende ni se fía. Se entrega abiertamente, simplemente cada día. Y con tu vida fácil no te habías dado cuenta que existen cosas gratis. Que no todo se compra, que aún quedan sentimientos por los que no se cobra. Es la filosofía de los asistentes al Bodegón del Buen Estar en La Ermita. ¡¡Por Dios de mi madre santa!!