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En el mismo lugar donde emprendió el sueño de su proyecto cultural particular, la Quinta Lis en Las Lomas, San Cristóbal, fue asesinado vilmente José Antonio Sánchez Pulido.
Y con él se fue la deuda pendiente del reconocimiento a una obra, de quien pudo trascender las fronteras y prefirió desde el Táchira inventar nuevas formas de hacer arte, en una multiplicidad de materialidades vitalizadas, por un sentido poético de la existencia.
Ya sea con la palabra misma, el material reciclable o el registro audiovisual, la piedra filosofal de su ingenio gozaba de la facultad de convertirlo todo en oro, oro lúdico, en lo que el denominaría Poética Visual Sonora.
La jovialidad, su inmarcesible juventud a sus 65 años, su amor irrestricto a la causa ecológica y animalista, su generosidad sin estridencias, y su implacable apreciación del mundo cultural y social, sin concesiones ni negociaciones, serán algunos de los rasgos de su personalidad que sellaran el recuerdo de quienes lo conocieron y admiraron.
Con el proyecto Quinta Lis, fundado en 1992, quería demostrar que la gestión cultural particular podían tener viabilidad sin depender de subvenciones oficiales y los riesgos que ellas implican. Ese espacio no solo se constituyó en área expositiva, pues se abrió de par en par a otras experiencias como la literatura, la música, el performance y el teatro, conjugadas en inolvidables veladas donde el talento joven tenía la oportunidad de darse a conocer. De hecho fue uno de los entusiastas de la antología Pocetica de Cristal en la cual se encerró una muestra representativa de la actual poesía tachirense.
Su andadura artística se inicia en la ciudad de Caracas en la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas, y ya para 1983 se titula de diseñador ambiental en el Centro Artístico Villasmil de León de la mencionada capital. Conocer al artista plástico Diego Sarmiento por el año 1993, fue definitivo para trazar su perfil creador. En España, alrededor de la primera década del presente siglo, se involucró con la movida de poesía visual. Participaría igualmente en el rescate de la Casa de la Cultura Don Pepe Melani de La Grita, labor para él llena de grandes enseñanzas. De su madre heredó el gusto por el bonsái, siendo ella una de las expertas en el Táchira de esa escultura sobre un organismo vivo.
Para Ender Rodríguez “lo que más caracterizó a José Antonio fue su irreverencia; era un ser multidisciplinario poeta, artista, perfomancista, promotor cultural. La última vez que hablé con él me estaba hablando de sus planes como si fuera un muchachito con muchos sueños.
Recientemente compartió con la poetisa Elsa Sanguino en Cúcuta, e incluso juntos allí pensaban dictar talleres de poesía visual. Estaba en una permanente actividad artística y pese a haber sufrido un ACV recientemente no perdió nunca su ánimo.
“Para mi este pana era un volcán de ideas valiosísimas y fue un maestro de muchos artistas, pero no por eso estamos siempre compartiendo como dos buenos amigos, y habíamos formado un equipo de trabajo para causas en común”.
Hoy el mundo cultural condena las trágicas circunstancias de su deceso; más toma para sí su legado, y lo hace público como ejemplo de dedicación y compromiso con el arte. Paz a su alma.
Freddy Omar Durán
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