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Edición Frontera| Remesas: comodín de los venezolanos para comprar alimentos en Colombia

15 de octubre de 2019

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Ir a La Parada o a Cúcuta, se traduce para los venezolanos en variedad y calidad, elementos escasos en el país del oro negro. La mayoría cuenta con un familiar que le envía remesas

EL DATO
En muchas ocasiones, cuando los productos adquiridos representan varias maletas o costales, suelen pasarlas por las trochas
DE INTERÉS
Frente a la crisis que atraviesa Venezuela, muchas personas llevan alimentos y chucherías para vender en sus regiones


Por Jonathan Maldonado

El carro de mercado de Mirtha Fernández, de 62 años, se tropieza con la gran muchedumbre que cruza desde tempranas horas de la mañana el puente internacional Simón Bolívar, sobre todo en los espacios donde el camino se hace más estrechoa causa de algunos obstáculos colocados por la GNB. Era martes, el reloj marcaba las 8:15 a.m., y la sexagenaria sabía que debía apurar el paso, pues cuando va a Colombia, invierte todo el día en diligencias.

Fernández es solo uno de los casos que abundan a diario en el tramo binacional. Ella, acompañada por su esposo e hijo menor, cruza cada 15 días para comprar comida y algunas medicinas que, aunque a veces se consiguen en Venezuela, prefiere adquirirlas en el vecino país, donde no hay que dar tantas vueltas para obtenerlas y en donde los precios no cambian de un día para otro.

La señora Mirtha se perdió con sus familiares entre los cientos de ciudadanos que transitaban en ese momento. “Adiós mijo, Dios lo bendiga. Debo apurarme pues no quiero perder todo el día en Western Union (lugar donde muchos cobran sus remesas)”, soltó antes de escabullirse. Detrás y delante de ella, otros tantos iban con el mismo objetivo.

Algunos llevaban maletines, otros sus maletas; también estaban quienes prefieren cargar un costal o bolso, donde irán introduciendo cada artículo que consiguen.

De los cientos que pasan a diario a Colombia a realizar sus compras, una gran porción se va hasta Cúcuta para recorrer diversos supermercados, comparar precios, calidad y, de esa manera, ir escogiendo lo que más se ajuste a sus intereses y a sus bolsillos. En La Parada, primera zona comercial con la que se tropiezan los venezolanos, también se queda un gran porcentaje que no desea ir más allá para ahorrarse los pasajes.

La harina, el azúcar, el arroz, el papel higiénico y el jabón en polvo, son los productos que más suelen buscar los venezolanos, una vez se encuentran en tierras neogranadinas. Los precios varían de acuerdo con la marca. El azúcar, por ejemplo, ronda entre los 2.300 y 2.500 pesos el kilo, lo que se traduce en 13.500 bolívares si se toma el precio más económico, y representa el 34% del salario mínimo de una persona.

Sin hacer muchos cálculos, quien gane un sueldo mínimo en Venezuela (40.000 bolívares), solo puede adquirir tres kilos de azúcar en cualquier supermercado o abasto colombiano. En esos productosse iría el trabajo de un mes, en endulzar los jugos que se realicen en su hogar sin la posibilidad de acompañarlos de proteínas, carbohidratos y vegetales, pues ese salario, en bolívares, no da para más.

Milagro foráneo

De las personas entrevistadas en La Parada, todas aseguraron tener un familiar en el extranjero que les envía constantemente remesas a Colombia, dinero que usan para comprar los productos de primera necesidad. Es con esa ayuda, y no con lo que ganan en su país, que muchos pueden ir llenando la bolsa, carro de mercado, maleta o costal.

Un hermano, hija, esposo o primo, son los parientes que más nombraron los consultados. Hicieron referencia de ellos con la tristeza que produce el éxodo, el cual ha ido desmembrando a muchas familias como consecuencia de una crisis que continúa agudizándose. El giro significa un alivio y, al mismo tiempo, es un reflejo del vacío que hay en muchos hogares venezolanos.

De acuerdo con los últimos datos que maneja la Organización de Estados Americanos (OEA), y que han sido difundidos recientemente por los medios de comunicación, más de 4.600.000 ciudadanos han abandonado el país, siendo Colombia el primero en la lista de las naciones que más albergan migrantes venezolanos: 1.600.000; secundado por Perú con 900.000. En el tercer y cuarto lugar están Estados Unidos y Chile con 422.000 y 400.000, respectivamente. Le sigue Ecuador, en el quinto lugar, con 350.000.

Estas cifras explican, en cierta forma, porqué tantos venezolanos admiten cubrir sus necesidades con los giros que les hacen sus familiares, los cuales, al ser reclamados en alguna oficina de Western Union, u otra compañía, se transforman en pesos que rinden.

Historias binacionales

Nelly Sánchez, de 55 años, vive en la ciudad de San Cristóbal. Cada mes suele viajar a la frontera para cobrar la remesa que le envía su hija desde Ecuador. “Vengo por la comida y la leche de mi nieta”, dijo en un tono de voz que reflejaba el cansancio de haber andado casi todo el día en Cúcuta. “Acá compro prácticamente todo, ya que los soberanos no alcanzan. Es más factible llevar de acá las cosas; a veces se consiguen más económicas”, destacó.
El queso y los embutidos es lo único que Sánchez no adquiere en Colombia. De resto, “lo compro aquí, visitando diversos establecimientos: azúcar, harina, granos, avena”, enumeró, para luego precisar que en algunas ocasiones viene sola y en otras acompañada. “Cuando viajo con mi hijo me siento más tranquila, segura”.

Muchos productos salen más económicos en La Parada y Cúcuta, dicen los consumidores
Muchos productos salen más económicos en La Parada y Cúcuta, dicen los consumidores

“Éramos felices y no lo sabíamos. Da tristeza. Uno puede comprar porque tiene hijos que están lejos, pero hay gente que se come solo una comida al día”, indicó la dama, quien, segundos después, prorrumpió en llanto. “Es que esas preguntas lo hacen llorar a uno. Hablar de esto no es fácil”, se excusó mientras con sus manos trataba de enjugar las lágrimas que le conferían a su rostro un aspecto sombrío.

Sánchez teme que su existencia culmine y no pueda despedirse de su hija. Aunque no está enferma y espera seguir así, suele embargarla la nostalgia de las familias separadas por la crisis. “Mi hija lleva dos años viviendo en Ecuador. Yo vivo con mi esposo”, agregó. Lamentó que a su edad tenga pocas probabilidades de conseguir un empleo, pues la pensión no le alcanza ni para un día de comida. “Ni un cartón de huevos logro comprar con ese dinero”, remató.

Por un lado, Sánchez agradece la generosidad de su hija al mandarle constantemente remesas, pero por otra parte, la angustia las humillaciones que ha tenido que soportar. “Ella tiene tres títulos y trabaja como encargada de un cafetín en Ecuador”, aclaró, para luego soltar una frase que le salió directamente de su corazón de madre: “Que Dios me la guarde y le dé mucha salud”.

Entretanto, Yeny Parra, de 42 años, tiene la costumbre de bajar todos los lunes a la frontera de San Antonio del Táchira. Siempre lo hace acompañada de su hermana e hija. “Mi esposo es quien nos manda el dinero para hacer las compras, vive en Miami (Estados Unidos)”, contó con el anhelo de ver nuevamente a su familia unida.
“Él va y viene, dura el tiempo reglamentario, seis meses, para no perder la visa”, aseveró. “Hago este viaje por pura necesidad, ya que en Venezuela lo poco que se consigue está por las nubes, y lo que se gana allá no alcanza para nada”, sentenció.

Parra es docente y para este período escolar 2019-2020, decidió colgar el título y evitar gastar más en pasajes de lo que ganaba. “Al mes, duplicaba mi sueldo, razón que me empujó a renunciar pese a que amo lo que hago. Mi salario era de 90.000 bolívares”, lamentó.

“De aquí llevo harina, arroz, azúcar, charcutería, prácticamente todo. Vivo con mi suegra e hija, y todas nos beneficiamos de lo que nos manda mi pareja”, añadió la profesora.“Tras retirarme del trabajo, me he dedicado solo al cuidado del hogar. Por los momentos, no hago nada más, pero sí pienso montar un negocio cuando regrese mi esposo. Él es quien trae el dinero”, dijo.

“Hasta la fecha, no nos queda de otra. Hay que seguir viniendo y comprar lo que se pueda. Colombia nos ha abierto las puertas y debemos aprovechar esa facilidad”, dijo quien estaba algo preocupada por el retorno, pues “vamos muy cargadas y siempre el peso termina cansándolo a uno muy rápido”, subrayó Parra,al tiempo que aseguró que pese a que viaja acompañada, suele contratar a un `trochero` que le ayuda a pasar las bolsas más pesadas hasta la ciudad de San Antonio, donde debe buscar un taxi o bus que las devuelva a su hogar.

14 horas de viaje

Cándida Peña, de 47 años, suele viajar dos veces al mesdesde su tierra natal, Falcón, hasta la frontera de San Antonio del Táchira. Lo hace por varias razones: comprar alimentos y cobrar los giros que su hijo mayor le envía desde Perú. “Le ha ido bien, trabaja en una tienda de ropa como vendedor y cuando puede me envía algo. Con eso me ayudo bastante y colaboro con algunos de mis familiares”, esbozó.

Sin embargo, resaltó que siempre le ha gustado valerse por sí misma, ganarse el dinero honradamente para “tener para mis cosas, mis gastos”. Por tal razón, ha optado por vender medicamentos por encargo. “Los compro acá en Colombia y le gano algunos pesos a cada medicina que llevo en el maletín. La gente, cuando se acercan los días en que voy a viajar, me buscan y me especifican lo que necesitan”, explicó.

Peña ya está acostumbrada a las 14 horas de viaje que debe soportar en un encava para llegar a la ciudad fronteriza. Una vez en San Antonio, no pierde su tiempo. Sale disparada hasta llegar a la avenida Venezuela, tramo vial que conecta con la aduana venezolana, y minutos después con el puente internacional Simón Bolívar.

“Las diligencias las hago volando. Planifico todo para que no se me olvide nada, pues el tiempo es contado y antes de las 3:00 p.m. debo estar retornando al autobús, el cual no nos espera en el Terminal sino en un estacionamiento privado; esto por ser una camioneta que no es de línea sino que ofrece un servicio privado”, puntualizó.

El dinero que obtiene de las ventas de medicamentos y el que le envía su hijo, lo reúne para comprar los alimentos cuando se encuentra en Colombia. “Hay que aprovechar al máximo el viaje, ya que en mi estado no se consigue nada, y lo poco que hay es carísimo”, señaló.

El caso de Stephanie Camargo, de 27 años, es similar. Ella y sus tres hijas se benefician de las remesas que le manda su esposo desde Ecuador, donde lleva seis meses viviendo.“Vengo cada mes a hacer mercado. No tengo un día específico. Primero debo cuadrar, pedir el día libre en el trabajo; aparte de eso debo buscar quién me cuide la niña menor”, recordó.

“También todo depende del día que me envíen la remesa. A partir de allí, planifico. Él lleva seis meses fuera del país”, reiteró, para luego remarcar: “Lo que compro acá en Colombia, me alcanza para 22 días. Llevo Harina, arroz, azúcar, aceite, pañales y todas los productos personales”.

Camargo siempre suele bajar de San Cristóbal en compañía de su comadre, con quien se reparte las bolsas para evitar pagar un “carretillero o trochero”. “Cualquier billete que uno ahorre es ganancia. Uno se va caminando poco a poco, para evitar el agotamiento”, enfatizó quien trabaja como vendedora en una panadería.

“He pensado irme a Ecuador, pero me ata mi mamá, quien está enferma y ella es mi prioridad. Cuando vengo acá, por ejemplo, me echo todo el día. Llego a las 7:00 a.m. y son las 4:00 p.m. y aún aquí. Primero debo esperar para cobrar las remesas. A veces el sistema falla e implica invertir todo el día. Algunas cosas las compro en el centro y otras aquí en La Parada. Busco economía y calidad”, recalcó.

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