Eduardo Marapacuto
Mirar el pasado desde el andar del presente quizá resulte fácil, pero en realidad es bastante complicado porque pudiéramos tomar sólo trazos de ese cuadro político-social que queremos analizar. Más todavía cuando somos parte protagonista de ese tiempo y desde entonces hemos estado participando en primera línea de los eventos desencadenantes y constructores de la nueva visión política que fue abriéndose paso entre los escombros del puntofijismo y empezar a construir los cimientos de un nuevo sistema político, con nuevas bases, con nuevas prioridades y con un rumbo definido.
El 27 de febrero de 1989, más que el desencadenante de una serie de eventos, fue más bien el punto de quiebre, el punto de ruptura con una clase político-partidista, cuyo liderazgo en estado febril había entrado irremediablemente en declive y sin posibilidades de recuperar la salud. Para esa fecha, la presión era intensa, implacable y sostenida: Por un lado, los poderes imperiales, las instituciones internacionales y las fuerzas ocultas presionaban para la aplicación de las “recetas” neoliberales, impulsadas por el Fondo Monetario Internacional y el banco Mundial. Por el otro, el humillado y maltratado pueblo venezolano, en medio de la asfixia agobiante, reclamaba por sus derechos generales expresados en la Constitución de la República.
La casta política gobernante de entonces, entreguista y de la extrema derecha, miedosa y arrastrada a los intereses del imperio norteamericano, traicionó a su propio pueblo y no vaciló en aplicar el veneno mortal de las políticas neoliberales, que fue un golpe seco para el estómago de los venezolanos y venezolanas. Sin contemplación, el gobierno adeco de Carlos Andrés Pérez, a quien después destituyeron por corrupto (ladrón), impuso severas políticas de ajuste económico, que desató una escalada de inflación-especulación por parte de los empresarios y comerciantes que afectaban duramente a las familias venezolanas.
Entonces, acoplándose a la realidad política de ese tiempo y viendo que los gobernantes de turno se cuadraban con los intereses externos, no había otra posibilidad que irrumpir con fuerza en el escenario contaminado para acabar con tanta inmundicia partidista. La respuesta no se hizo esperar y el pueblo fue masacrado por el régimen político del gobernante adeco, quien fue el que ordenó que dispararan contra los hombres y mujeres que salieron a las calles de Venezuela a reclamar sus derechos. Al final de dos o tres días, los cadáveres quedaron regados por las calles y avenidas de Caracas y otras ciudades del país.
Hay que considerar todos los elementos para entender lo ocurrido ese 27 y 28 de febrero de 1989, donde a nuestro criterio se puso de manifiesto el carácter del venezolano, la responsabilidad histórica que pesa sobre nuestros hombres, la estructura social de la sociedad y las necesidades de la población. El carácter de nuestro pueblo se forjó en las batallas, en la lucha revolucionaria por la independencia y la consolidación de la República; de allí que nuestra responsabilidad histórica se fundamenta en la victoria y no en las derrotas.
Los conceptos y los enfoques que se hagan sobre el 27 y 28 de febrero, necesariamente tienen que apoyarse sobre esos elementos, porque allí está la clave desencadenante de ese evento. A partir de allí, el pueblo retoma su carácter revolucionario y su rol protagónico.
Esa historia que se inicia a fines de febrero de 1989, va acumulando una fuerza que se consolida tras cada evento. Vino el 4-F de 1992, luego el triunfo de Hugo Chávez en 1998 y el arranque del gobierno revolucionario en 1999, con su constituyente. Hoy, por aquí vamos, liderados por Nicolás Maduro, rumbo hacia la Nueva Época, montados sobre las siete transformaciones ¡Qué así sea!
Politólogo, MSc. en Ciencias Políticas.
Investigador RISDI-Táchira