Opinión

A clases

13 de septiembre de 2020

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Gustavo Villamizar Durán


Esta vez no tendremos el trajín al amanecer, el corricorre por la casa buscando el uniforme, los zapatos,  el apúrate de mamá, ¡ven a desayunar, que se hace tarde! el peinado y las clinejas y claro, los cuadernos y útiles para salir o correr al plantel donde espera el reencuentro con los amigos y los docentes. Ahora hay una pandemia, una mortandad provocada por un virus terrible que los han mantenido en casa por más de siete meses. Una situación que reclama cambiar la rutina de la escuela y realizar la labor de aprender a distancia, en las casas, con la ayuda fundamental de la familia y los adultos, contando con la conexión, por múltiples vías, con los docentes.

La cosa no es de alarma. El cierre del año anterior, en más difíciles condiciones por la sorpresa y la improvisación, mostró como la creatividad, la voluntad y el entusiasmo, pueden ser factores espléndidamente relevantes a la hora de enfrentar circunstancias sobrevenidas y/o sorprendentes. La creación por parte del ministerio del plan “Cada familia una Escuela” resultó genial, no obstante las trabas y obstáculos que se presentaron, los cuales, para ser justos, no eran insuperables en su mayoría.  Lo mejor de ese plan es que ayudó a alumnos, padres, maestros y comunidades,  a entender que es posible tener escuela fuera de las aulas y no preocuparse porque se aprende poco, porque desde hace mucho la escuela enseña poco. Aún más, estas circunstancias ayudan a aclarar con contundencia que lo que funciona en el aprendizaje es el conocimiento que desarrollan los alumnos buscando, indagando e investigando y no escuchando a los maestros ni pasando horas prisioneros de una pantalla que no los escuchan.

Es bueno, en estos escenarios imprevistos y por tanto, propicios para la trasformación, recordar a Francesco Tonucci –Frato- quien insiste en afirmar que “hablamos mucho de los niños, pero muy poco con los niños”. Los medios están repletos de opiniones de políticos, docentes y expertos en torno a la vuelta a la escuela o no, pero nadie ha consultado la opinión de los niños y jóvenes. Hay que oírlos, sobre todo porque sufrieron un cambio en el cual, salvo raras excepciones, les arrebataron lo que más disfrutan de la escuela –los amigos y docentes- y los confinaron con lo que más aborrecen -las tareas-. Los alumnos han aprendido mucho en esta situación. Para empezar, han aprendido que en el mundo hay peligros y que la mayoría de ellos no pueden enfrentarse en solitario, negándolos o huyendo por siempre. Echaron de menos a los amigos, a los maestros, a seres importantes más allá del grupo familiar, en un mundo que alienta el aislamiento y el individualismo. Descubrieron que los mayores de la casa o la vecindad son grandes ayudas para resolver asignaciones incomprensibles, quienes incluso compartieron la ignorancia para buscar juntos la explicación. Ninguno de esos aprendizajes resultan poca cosa, en razón de que la mayoría se convierten en saberes para la vida, fundamentos de la formación. Los sistemas educativos –en casi todo el mundo- son de tal manera arcaicos y desfasados, que pretenden exigir el estudio de contenidos preestablecidos sin ninguna pertinencia ni interés, en medio de escenarios únicos, irrepetibles seguramente, como la paralización del planeta que vivimos en estas horas. Nuestra escuela no atina o teme el abordaje de  realidades y entornos presentes en el momento y opta con preferencia por evadirlas mediante el estudio de temas fatigantes sin relevancia.

Es un momento para escuchar y dialogar con los discentes, auscultar sus preocupaciones y propuestas, sus “hallazgos” y prácticas durante la cuarentena, para partir de elementos  firmes en la planificación del trabajo del año escolar, la incorporación de las nuevas formas de enseñar y aprender que se asumieron y fueron exitosas, intensificando las vías comunicacionales que incorporen nuevos agentes y activen nuevos colectivos en la tarea educativa. Ni la escuela ni la tecnología como únicas fórmulas de aprender.  Es tiempo de transformar, por tanto, de desechar gastadas nociones y procedimientos, así como, momento de explorar y habilitar  nuevos caminos.

 

 

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