Opinión

Buscando libertad, buscando vida o buscando muerte

26 de febrero de 2021

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Pedro A. Parra *


Sí, amigo Leonardo Padrón, leí un artículo que escribiste titulado “Estremecimiento”, donde señalas que, “en estos días se te atascaron las palabras, se quedaron inmovilizadas en el teclado…”, y, la misma sensación pero, con dos grandes lágrimas en mis ojos, que golpearon el teclado y quedaron allí impregnadas, sentí cuando estoy observando como la sangre de tantos venezolanos, está tiñendo el piso de otras latitudes: ¡Nos están cazando; nos estás asesinando; nos están acorralando; nos están arrebatando nuestras vidas!

Esto, es el colmo de los colmos; nuestra patria Venezuela, con tantos recursos humanos y profesionales, se está quedando sola; oleadas de compatriotas la está dejando y se están yendo en un intento desesperado por buscar otra salida, otro puerto de embarque, otro destino que los separe del hambre, la miseria, la angustia  y la desesperación por la cual están pasando. Pero, no es posible que esto nos esté aconteciendo a nosotros, cuando nuestros brazos siempre estuvieron abiertos para darle alojamiento, comida y bebida a aquellos que venían a nuestro terruño, ávidos de encontrarla.

Leonardo, a mí no se me atascaron las palabras y no se quedaron inmovilizadas en el teclado; a mí, se me atascó el corazón, mi alma se transformó y la ira se hizo presente –con el perdón de Dios- porque esos hermanos del pueblo y de la patria, no se merecen ese trato. Yo sé, que la muerte es parte de la vida; naturalmente todo lo que vive ha de morir o dejar de existir en algún momento; desde el microbio más pequeño hasta nuestro sistema solar e incluso galaxias enteras y el Universo mismo llegarán eventualmente, a un final. El tiempo que toman es solo una ilusión propia de la mente humana. El cambio es inherente a la vida y la muerte es parte de ese cambio constante.

La muerte es una de las escasas certezas que tenemos en nuestra vida; casi cualquier otro elemento de nuestro existir es simplemente el resultado de innumerables posibilidades que, pueden ser o no ser y que se conjugan momento a momento para formar el hilo de eso que llamamos vida. Pero, la muerte es un hecho. Un escrito tibetano describe esta realidad de manera poética: “Mañana o la próxima vida, nunca se sabe qué llegará primero”.

Sí, es verdad, la muerte es un misterio; podemos tener la certeza de que hemos de morir, pero, cómo y cuándo no lo sabemos. ¿Por qué nos están ocasionando la muerte de esa manera? ¿Por qué tanto odio y xenofobia? ¿Por qué nos están cazando como animales? ¿Acaso, nos merecemos ese trato? ¿Por qué nos están arrebatando todas nuestras ilusiones? ¿Por qué tenemos que dejar nuestra sangre, nuestra vida, nuestros sueños en lejanas tierras? No, mi Dios, no nos merecemos esto, estamos disgustados, bravos, porque no nos merecemos este tipo de muerte.

A nosotros no nos causa miedo la muerte; somos guerreros por naturaleza, y por nuestras venas corre sangre libertaria; pero, sí le tenemos miedo al vacío, a lo desconocido y a perder aquello que consideramos nuestro: “la vida”. Yo sé también que comenzamos a morir desde que nacemos; que, cuando asumimos conscientemente nuestra propia mortalidad es cuando realmente empezamos a vivir, a disfrutar cada instante, a atesorar los momentos valiosos que día a día nos regala la vida.

¡No nos merecemos morir así!; no lo acepto  hoy y no lo voy a  acepar mañana; y, me indigna que no haya visto ni un Comunicado ni cuatro letras que expresen la indignación del pueblo venezolano por semejantes abusos y atropellos. Tengo 79 años y, quiero vivir más, y, con más derecho esos jóvenes venezolanos que, metiendo en una maletica sus sueños del mañana, consigan la muerte asesinados, vejados y violados en otras tierras lejanas.

Estoy triste, muy triste; cuántos niños, niñas, jóvenes, mujeres, hombres, ancianos no han sucumbido buscando vida y libertad y solo han conseguido la muerte. ¡Es el sonido del silencio! ¡Es la verdad escondida! Alguien señalaba: “En el día del amor, me tocó llorar!. Yo, le respondo: “A mi edad, lloro cada día”. ¡Madre!, aquí estoy, de mi destierro vengo, a darte con el alma el mudo abrazo que no te pude dar en tu agonía… ¡Madre!, he aquí a tu hijo!   *Profesor

 

 

 

 

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