Opinión

Candidatos del siglo 21 con propuestas del siglo 19

15 de octubre de 2023

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Francisco Corsica

 

La historia de Venezuela es un fascinante relato que, como su misma población, está tejida con una rica paleta de colores y matices. Esta tierra se encuentra impregnada de contrastes, anécdotas pintorescas y episodios tan curiosos como divertidos, acompañados por ese característico toquecito criollo que hace de este un país único. Entre virtudes y defectos, como venezolanos debemos enorgullecernos de la propia herencia cultural.

Una historia poco convencional es la llegada de la electricidad a las calles de Venezuela. A simple vista, podría parecer que este hito tecnológico llegó en pleno siglo XX, mucho después de que otros territorios ya hubieran iluminado sus calles con ese mágico destello eléctrico. En tiempos como estos, llenos de adversidades y desafíos, es natural pensar que este país habría estado «detrás de la ambulancia», como se dice coloquialmente. Sin embargo, no fue así.

Los primeros intentos exitosos de electrificación se remontan a octubre de 1873, en la ciudad de Caracas. Fue en esos años cuando se emprendieron los primeros esfuerzos por alumbrar la majestuosa Plaza Bolívar, edificios públicos y los primeros faroles de luz. Aunque faltaba un largo trecho para establecer un sistema eléctrico nacional y permanente, la chispa de la innovación ya había sido encendida y no había marcha atrás.

Falta imaginar el asombro de aquellos ciudadanos que paseaban por la Plaza Bolívar, acostumbrados a la penumbra de las noches, y de repente, sus ojos eran acariciados por la luz eléctrica. En ese instante, el pasado quedó atrás y el futuro se abría ante ellos como una página en blanco, llena de extraordinarias posibilidades. La electricidad se convirtió en un símbolo de progreso y modernidad, marcando el camino hacia una nación que abrazaría la tecnología con entusiasmo y determinación.

Hoy, en pleno siglo XXI, no es necesario reiterar la importancia del servicio eléctrico. Ya es un pilar de la existencia humana, un aliado silencioso que ilumina toda clase de espacios, impulsa la maquinaria industrial y mantiene encendidos los motores de la economía. Sin electricidad, el mundo se sumiría en la oscuridad, y las ambiciones quedarían atrapadas en un apagón perpetuo.

A estas alturas, es válido preguntarse: ¿por qué se empieza con este relato inusual? Muy sencillo: faltan pocos días para las elecciones primarias de un importante sector de la política nacional. En una semana, se sabrá el nombre de su abanderado para la presidencia. Luego vendrán las elecciones presidenciales, legislativas y regionales. En general, el país va entrando en dos años particularmente agitados en materia política.

Entonces, surge otra pregunta lógica: ¿qué relación tiene esta historia centenaria con las elecciones que se avecinan? Tan fácil como la anterior, pues la electricidad es un tema que, en condiciones normales, no debería acaparar los debates políticos en la Venezuela del siglo XXI. Teniendo en cuenta que este logro se remonta al siglo XIX, es lamentable que, por los problemas que atraviesa el país, los líderes nacionales aún discuten propuestas relacionadas con la electrificación.

La electricidad es solo un ejemplo de una realidad que trasciende las décadas y continúa resonando en la sociedad venezolana de hoy. Pero más allá de la electricidad, se pudo haber tomado cualquier otro servicio público para ilustrar este punto. Desde el agua hasta la educación, desde la salud hasta el acceso a internet, son pilares fundamentales que todavía requieren atención dentro de estas fronteras. En una era marcada por la inteligencia artificial, la exploración de Marte y la conectividad global, ¿cómo es posible que estos servicios básicos sigan siendo motivo de debate?

En los próximos dos o tres años, como ciudadanos tendremos que elegir a nuestros representantes. Sin embargo, es decepcionante que, en lugar de presentar soluciones innovadoras y acordes a los desafíos actuales, deban verse atrapados en el pasado, reviviendo propuestas anticuadas porque los servicios fundamentales están colapsados. Si bien es cierto que los problemas persisten y deben ser atendidos, la respuesta no puede ser simplemente recurrir a fórmulas obsoletas.

Siempre es importante recordar el tiempo y esfuerzo que se requirió para levantar, masificar y hacer eficientes estos servicios en su momento. La electricidad no se generó de la noche a la mañana, así como tampoco lo hicieron el suministro de agua potable, la atención médica de calidad, la educación integral y el acceso a internet. Cada apagón eléctrico representa una oportunidad perdida para avanzar en la dirección correcta, para abordar los desafíos modernos.

Es desalentador que, en pleno siglo XXI, los candidatos venezolanos se vean forzados a proponer soluciones propias del siglo XIX. Este fenómeno no es exclusivo de la política, como lo demuestra el caso de las pasadas elecciones en la Universidad Central de Venezuela, donde en vez de ofrecer excelencia académica y modernidad en los métodos de enseñanza, las propuestas debieron centrarse en la autonomía universitaria. Se supone que esta última fue conquistada hace mucho tiempo y ya no debería ser objeto de discusión.

Sin embargo, la idea de estas palabras no es generar polémicas innecesarias ni debates estériles. Más bien, el país se encuentra cerca de un ciclo de renovación de autoridades que debería llenar a la población de esperanza y de expectativas. La coyuntura actual brinda una oportunidad única para redefinir y revitalizar esta crítica economía y la desvanecida calidad de vida. Esto incluye los servicios públicos, cuya recuperación es indispensable.

La sociedad venezolana, sin importar afiliaciones políticas, debe unirse en el deseo de éxito para las nuevas autoridades que surgirán a lo largo de los próximos dos años. Estas figuras tendrán la responsabilidad de liderar este gigantesco barco, con más de 1 millón de kilómetros cuadrados —incluyendo el Esequibo, que es venezolano—, a través de las olas y tempestades hacia un puerto seguro.

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