Opinión

Desacostumbrados a la abundancia

1 de mayo de 2022

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Francisco Corsica

En el transcurso de los últimos tiempos, los venezolanos hemos sido testigos de varios fenómenos económicos que son verdaderamente dignos de análisis. Con unos cuantos altibajos —tal vez más de los deseados—, pero ahí vamos. Tratando de resolver de la manera más eficiente para vivir lo mejor posible. No queda de otra, como tanto se dice. Una loable actitud frente a la vida y las adversidades, sin duda alguna.

Un aspecto de esta naturaleza apreciable en los últimos meses tiene que ver con el comercio de bienes. Específicamente, uno de los efectos causados por los llamados «bodegones». Muchas personas asisten a ellos y se quedan abismadas ante la masiva existencia de mercancía, llegando al punto que les cuesta decantarse por una de ellas en especial. Claro, desde la entrada y hasta la salida somos bombardeados con la competencia de precios, orígenes, cantidades y especificaciones.

Como consecuencia, una clientela familiarizada con los productos de siempre —por cierto, la mayoría nacionales y de primerísima calidad— ahora se encuentra a la par con unos que ni siquiera se encuentran etiquetados en español. Vienen manufacturados en idiomas tan complejos para los hispanohablantes que parecieran garabatos hechos por un niño de preescolar. En esos momentos nos toca apelar al ejercicio incierto de la adivinación o a la dicha de toparse con un lector digital para despejar dudas.

La mencionada competencia llega a ser tan abrumadora que la solución acaba siendo colocar en la cesta el objeto menos caro del montón. O si no, tomar el más conocido de todos. Para el menos exigente, elegir al azar uno del estante y listo. Desde estos ángulos no importa la calidad ni la cantidad, solo satisfacer una necesidad puntual. En esos casos, la compra sucede sin tomar en consideración aspectos que deberían ser importantes a la hora de realizarla.

Otros, en cambio, padecen un pequeño mareo cuando entran a lugares así. No exagero. Por más jocoso que pueda sonar, una vez presencié uno. Se trataba de una pareja de adultos mayores, creyendo que se toparían con un negocio poco surtido o con mucho espacio libre. Al ingresar, ese torrente de gustos y colores disponibles seguramente les causó algo parecido a una migraña. Quizá, un efecto visual similar al de la velocidad de la luz en la saga de Star Wars. También pudieron sentirse mal al presenciar en vivo y directo una dolarización de la cual no formaban parte. Los empleados les facilitaron sillas y agua fresca para superar el malestar. Un poco más y caían desmayados.

¿Quién lo diría? Estamos desacostumbrados a la abundancia. No hace mucho la añorábamos y ahora que la tenemos no sabemos qué hacer con ella. Claro, por lo pronto sigue siendo una condición especial de los bodegones. Lógicamente, su falta de espacio para el caudal de mercancías recibidas en sus instalaciones no significa que todas las neveras caseras permanezcan igual de surtidas.

Tan exuberantes establecimientos eran hace un par de años incipientes y exclusivos; ahora son habituales y concurridos. Afortunadamente se han vuelto accesibles a la población con el paso del tiempo. Relucen por su estética vanguardista y por la cantidad de productos nacionales e importados exhibidos. Le brindan un toque moderno al mercado tradicional. Ya era hora que este tipo de cosas sucedieran a pesar de la falta de adaptación por parte de muchos.

De todas maneras, poco a poco nos iremos habituando. Ya lo hicimos en el pasado y lo volveremos a hacer. Tenemos derecho a disfrutar de una variedad de opciones para proveernos. Así es como funciona óptimamente el mercado. Eso sí, todavía quedan pendientes. Por ejemplo, lo ideal sería que el productor nacional reciba los incentivos necesarios para poder ocupar su lugar en nuestra economía y pueda generar empleos bien remunerados, riquezas e incremente en cantidad y calidad las mercancías a comercializar dentro y fuera de nuestras fronteras.

Igualmente, lograr finalmente la diversificación de nuestro sistema económico. Agilizar ese viejo propósito de superar la dependencia respecto al «oro negro», ese hidrocarburo que tanto nos ha servido y que también ha sido, grosso modo, el causante de las principales crisis atravesadas desde el siglo pasado. Explotar el sinfín de bondades y talentos presentes en esta «tierra de gracia», como nos llamó Cristóbal Colón al arribar las costas orientales de nuestro país. Tareas de difícil realización pero que requieren ser comenzadas lo antes posible.

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