Todos los hombres son iguales por naturaleza, hecho todo de la misma tierra por un trabajador, y sin embargo, nos engañamos a nosotros mismos, tan querido para Dios es el campesino pobre como el poderoso príncipe (Samantha Cervantes E).
En la antigüedad, el campesino era la persona que vivía de la confección para el autoconsumo y, en los casos de tener excedentes, los dedica a la comercialización. Desde entonces, los agricultores eran por esencia campesinos dedicados a las labores agrarias. La acepción de campesino es aquella persona dedicada a las labores en el medio rural, en la mayoría de las veces en actividades agrícolas, ganaderas y de otras índoles. Su mayor productividad era diversos tipos de alimentos, derivados y demás bienes comunes para el hábitat campesino.
Históricamente los campesinos han sido marginados por los gobiernos y la sociedad fuera de ese estamento rural, en lo económico, social y cultural de los procesos de la colectividad en general. En ese sentido, han sido dominados y marginados por los grupos poderosos de su entorno, por las políticas y leyes de los Estados a los cuales pertenecen. Esas acciones en detrimento de esa clase social rural producen en la misma desigualdad, pobreza, persecución y marginalidad.
En el mundo la presencia de economías campesinas ha originado dinámicas económicas, políticas, sociales, culturales y tecnológicas, como efecto de las múltiples funciones desempeñadas en los sistemas productivos en las áreas rurales y también en los contextos urbanos. Entre esas funciones están: la calidad de la vida en el campo, la clase de alimentos, la necesidad de usar el agua, la energía, la tierra fértil. En esos lugares también es normal la formación y uso de la agricultura empresarial o agroindustrial. En muchos casos responde a grupos poderosos económicamente internos o a interés fuertes foráneos. Amén de estar sometido el campesino venezolano a un sistema latifundista desde la colonia y era común en ellos la carencia de tierras para ejercer sus tareas agrícolas.
En el gobierno de Rómulo Betancourt se promulgó el 5 de marzo de 1960, en el Campo de Carabobo, la Ley de Reforma Agraria, como una forma de proteger al campesino. A partir de esta fecha y con la legislación agraria aprobada, cambió y transformó la historia de la agricultura en Venezuela. El enfoque central de la ley citada era una esperanza y concreción de conquistas políticas, sociales, económicas y demás beneficios para los trabajadores agrarios. Tales aspiraciones no se concretaron a cabalidad desde la creación de esta importante ley. Al pasar dos leyes aprobadas en la administración del Dr. Rafael Caldera, por decreto Nº 267 del 4 de marzo de 1970, creó el 5 de marzo como el Día del Campesino en Venezuela.
A través de ese instrumento legal al campesino se le otorgaban funciones para organizarse, obtener créditos y, si era fundamentoso, podía ser dueño de los fundos agrícolas. Hoy en día, a pesar de haber mejorado un poco, todavía la condición de sobrevivencia es precaria. La emigración del campo a la ciudad no se detiene, el potencial agrícola es un caos por culpa del gobierno socialista que ha abandonado y acabado el campo por falta de atención y de créditos (para el socialismo es más importante importar que producir en Venezuela…). En conclusión, la vida del campo es de sacrificio. El campesino se dedica a arar la tierra, sembrar semillas, estar pendiente de las plantaciones, así como de recoger las cosechas. En otras palabras, ese ambiente campestre es muy ameno, sencillo, sacrificado y de mucho trabajo.
Como descendiente del entorno lugareño entiendo los vaivenes de ayer y de hoy de ese hábitat. Desde luego, en nuestra crianza las condiciones de convivencia campestre eran más complejas. No existían medios de comunicación terrestres apropiados y suficientes. Caminábamos horas para buscar los alimentos, demás exigencias del campo y luego asistir a la escuela. Tampoco había centros de salud para las consultas cotidianas y de emergencia. En recompensa a esas dificultades la naturaleza nos deparaba ciertas condiciones para la habitabilidad común de los habitantes de esas zonas, tales como: mínima contaminación, trato receptivo, amable y solidario entre vecinos, gente sana de comportamiento y de salud. Esa fue nuestra niñez y algunos años de la juventud en los alrededores rurales de la otrora aldea Las Dantas del municipio Bolívar. Los contemporáneos de entonces ¡cómo añoramos esos tiempos! Loas a mis colegas campesinos.
(Alejo García S.) /