Vino de paso, como errante de sueños y vestido de virtudes, muy después de los poemarios…
El Circo Razzore Hermanos, de una dinastía italiana desde 1845. Y refundado en Río de Janeiro por el nieto Emilio Razzore, con malabaristas, payasos, acróbatas, damas de estrellas, argentinos, italianos, chilenos y hasta colombianos. Entre animales, y la fuerza de peregrinar por América…
Sonó el violín y desde el silencio de la carpa se envolvieron las lágrimas. Los ensayos se convirtieron en las solemnidades de un amor perpetuo, nadie pronunció una palabra, puesto que esa noche el estreno sería de amor.
Más allá de los escapularios; el trapecista voló como una golondrina y de aromas bramaron las prisioneras especies, desde el elefante de la India, la foca del sur de Argentina, hasta el rey de bengala.
Daniel, que se vestía cada día de saltimbanqui o de payaso, describió los recuerdos de la niña viajera, cuando jugaba con su muñeca de trapo y ahora era la dulce presencia de aquella bailarina.
Así fueron las promesas y las cartas en los tiempos de un santuario.
Mientras el circo se había estacionado debajo de los sauces del segundo camposanto, donde dormía «Lucía» la eternidad, la mujer de la novela de Emilio Constantino Guerrero.
Entre la capilla del Llano de la Cruz y La Grita de cal y canto…
Los años cruzaron como un poema. Y desde el vuelo de las palomas volvieron los recordatorios del bienaventurado: Circo Razzore…
Un día en aquel periódico de San Cristóbal, «La Vanguardia», que dirigía el viejo periodista Marcos Morales, se dijo la noticia del naufragio del circo. Era 1946. En el mar colombiano de las Antillas, pues el famoso circo regresaba de La Habana, camino a Cartagena…
Lloraron los admiradores y se quedaron las eternidades…
Lloraron las mozuelas que ya se les divisaban algunas canas. Y el traje de la muerte, hecho de Pepe Melani de aquel carnaval de 1935, se hundió en el mar. Y la bailarina como una diosa se convirtió en sirena, mientras de calendarios aún en la plaza del Llano hablaron los ancianos y sobre el viejo baúl de doña Lucinda encontraron un «tutu» y unas zapatillas de ballet…
Un día volverán las presencias y en una hoja de papel se encontrarán impresos unos labios rojos como la verdadera carta de aquella hermosa ilusión…
¿Cuántos años se escondieron en los baúles del sueño?
Cuánto recuerdo de los gitanos viajeros…
Ya en 1975, mucho tiempo después, en el lugar del plan de las rosas, hoy barrio Santa Rosa, allí se estacionó un circo. Con los linajes perdidos, su carpa rota, y La Grita fue de nuevo a otras de las funciones. Venía en él un anciano payaso, había sobrevivido a la tragedia donde murió el circo en el naufragio del mar…
Mientras a través de un corroído parlante se podía escuchar aquella melodía «Candilejas» compuesta por Chaplin, desde el giratorio vinil de un disco muy viejo…
Entonces, la carpa destiló el invierno y desde lo azul se quedaron las promesas.¡Entre la luna y el cielo!
Y sobre las palabras, los retratos que dejó el Circo Razzore, cuando se estacionó en la Plaza del Llano de La Cruz y La Grita vieja y poética siempre recordó de haber visto a un payaso que con serrucho y una ballesta para violín hacía sonar el instrumento de los carpinteros en un ronco sonido de un Stradivarius.
Aun cuando de sueños sonaran los campanarios…
¡Y la Grita llorará los recuerdos!
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Del Libro.
UNA LÁGRIMA EN EL MÁRMOL
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(*) Artista Plástico.
Cronista de La Grita.
Premio Internacional de Dibujo » Joan Miro»1987- Barcelona. España.
Maestro Honorario.
Doctor en Arte.
Premio Nacional del Libro-2021.
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