Leonor Peña
Regreso el tiempo en mi memoria para contar de ese primer plato que preparé siendo una niña. Me devuelvo al instante cuando decidimos jugar a cocinar y la receta escogida fue el arroz con coco, que hicimos bajo la mirada amorosa y vigilante de mi madre. Fue así, jugando, alegre y sonriente como preparé el plato caribeño, tan común en nuestra mesa familiar en Barranquilla. Con el paso de los años fui aprendiendo, observando para conocer y apreciar los alimentos; las maneras y técnicas de la culinaria y sobre todo el cómo se hacen cotidianamente las tareas en la cocina.
Un día, viaje al Táchira; y al llegar, desde la altitud de Palmira vi por primera vez la ciudad de San Cristóbal, entonces me invadió tal emoción que me hizo sentir una especie de agregar, de sensación muy intensa. Un pálpito…
Era el año de 1975, recorría Venezuela con mis compañeros de trabajo. Al momento de llegar buscamos un mirador, un sitio para ver desde la distancia esta ciudad capital del Táchira… Mi corazón comenzó a latir vigorosamente. No pude explicar lo que me ocurría. Luego comprendí. Aquí me sucederían los eventos más trascendentes de mi vida.
Pasados unos años, con mi esposo abrimos un restaurante en San Cristóbal, él tenía gran experiencia en el mundo del hotelería y contrató empleados, en su mayoría procedentes del equipo de cocina del Hotel Tamá. Esa experiencia fue un gran aprendizaje que reafirmó mis conocimientos como cocinera.
Me inicié así en la cocina, hace aproximadamente unos cuarenta años y formé con mi familia un emprendimiento, que dada la calidad de nuestro trabajo se tornó en exitosa actividad gastronómica, basada en los platos más tradicionales del Táchira.
La excelencia de nuestra oferta nos convirtió en referencia de buenos platos tachirenses, y por ello en el año 2003 nos llaman a participar en la elaboración de la carta, del menú, para concursar con todas las regiones de Venezuela en la degustación que se daría en Caracas con el objetivo de lograr la sede de los Juegos Nacionales Juveniles, y lo logramos, ganamos la sede y además del Táchira, representamos a todos Los Andes.
Después Venezuela ganó la sede para la Copa América de Fútbol y nuevamente fuimos contratados. Nos instalamos en el Estadio de Fútbol de Pueblo Nuevo, en San Cristóbal. Ahí dimos un gran servicio de comedor. Desde la tribuna central, se atendió, con un menú estrictamente de cocina tachirense, al público de varios países, a las delegaciones deportivas y a las autoridades y personal de la FIFA.
Han pasado los años y la vida me ha dado el regocijo de ver a mi nieto Ronald Duque graduarse de Cocinero Venezolano en Caracas, en esa gran Escuela del Maestro Héctor Romero, a donde lleva como guía el Libro de la Cocina tachirense de Leonor Peña.
Mi nieto Ronald hereda de nosotros sus abuelos paternos y maternos el amor por la cocina, y su compromiso con el Táchira lo trae de regreso a trabajar ahora con su familia.
Me siento muy orgullosa de él, que siendo menor de edad asume ir a Caracas solo; ingresa al ICC, ese instituto gastronómico donde se destaca por buena conducta y aprovechamiento. Me regocija el amor que demuestra por las raíces gastronómicas de Venezuela, especialmente por la cocina tachirense y sus tradiciones …
Lo bendigo y deseo que la sabiduría y la omnipresencia divina lo sigan amparando.
Me alegra contribuir con la cátedra de la cocina tachirense en la revalorización en la receta de la arepa de maíz amarillo pelado, receta que aprendí en El Cobre de las arepas tachirenses de maíz amarillo pelado, con mi gran amiga Dormidla Gómez, quien me dio las indicaciones para hacerlas al estilo del Táchira. Esas son las verdaderas arepas, las de maíz amarillo pelado, las auténticas arepas tachirenses y son de un diámetro de quince centímetros, por medio centímetro de grosor. Y un detalle muy importante: aprendí a asarlas a la brasa de leña. Así es como deben hacerse las arepas en el Táchira.