Opinión

El poder transformador de la resurrección en tiempos de desesperanza

19 de abril de 2025

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Carlos Casanova Leal

Los católicos somos una comunidad que rinde culto permanente a la esperanza; la resurrección nos ofrece un camino para todos los que llevamos un sufrimiento, recordando que, así como Jesús sufrió y resucitó, los creyentes también experimentaremos la redención y la renovación, incluso en medio de las tribulaciones, que no es otra cosa que esperanza en la adversidad.

Nos invita a levantar la voz y no dejar solos a los cristianos asesinados, perseguidos y encarcelados en el mundo; en estos momentos oscuros necesitamos aumentar la fe y mantener el rumbo firme, para que pueda en cada uno de nosotros y en nuestros semejantes convertir la desesperanza en certeza de que el estado de cosas actual cambiará.

Las enseñanzas de la resurrección de Jesús son un pilar central en la fe cristiana, proporcionando esperanza, fortaleciendo la fe, y motivando a los creyentes a vivir un amor activo y comprometido. Estas enseñanzas no solo tienen un significado religioso, sino que también ofrecen una guía práctica para enfrentar los desafíos de la vida diaria, alentando a todos a vivir con confianza y propósito.

 El Cardenal Baltazar Porras ha sido una voz importante en la defensa de los derechos humanos y la promoción de la paz en Venezuela y señalaba que  «En estos tiempos de crisis, la resurrección nos recuerda que hay una luz al final del túnel. No podemos dejar que la desesperanza nos consuma; nuestra fe debe ser el faro que nos guíe hacia un futuro mejor».

Por otra parte, monseñor Mario Moronta, Obispo emérito  de la diócesis de San Cristóbal, ha abordado la situación política y social en el país con un enfoque pastoral cuando indica que  «La resurrección de Jesús no solo es un evento del pasado, sino un llamado constante a cada uno de nosotros a vivir en la verdad y actuar con valentía ante la injusticia. Debemos ser testigos de esperanza en medio de la oscuridad».

Hoy debemos asumir un compromiso con la verdad y la honestidad para erradicar la desinformación y la manipulación, de ahí el valor superior de la verdad, para exigir justicia; puede ser vista como una herramienta que libera no solo a las personas de las cadenas de la opresión, sino también a las sociedades de la corrupción y la injusticia.

Sorprende apreciar que en el mundo de valores occidentales es donde se está propiciando por parte de los gobernantes la  manipulación de la información, es donde se reprimirme a la disidencia, y a los católicos; por tal razón, los creyentes estamos llamados a ser portadores de la verdad, defender los derechos civiles y religiosos, alzar la voz por aquellos que no pueden hacerlo. Este compromiso con la verdad es un camino seguro hacia la justicia social.

Las enseñanzas de la resurrección de Jesús ofrecen un marco poderoso para enfrentar la realidad en Venezuela y en el mundo. La victoria sobre la muerte, la búsqueda de la verdad y el llamado a no tener miedo son mensajes que pueden inspirar a la acción, a la esperanza y a la construcción de un futuro más justo. En un momento histórico en que la humanidad enfrenta grandes desafíos, estas verdades se convierten en faros de luz que guían a las comunidades hacia un cambio significativo y transformador.

Valentía en la adversidad y unión en la comunidad, no tener miedo también significa apoyarse mutuamente. La comunidad de fe puede ser un refugio donde los creyentes encuentran aliento y fortaleza para afrontar las dificultades. La construcción de redes de solidaridad y apoyo es esencial para la recuperación y el fortalecimiento del tejido social, y la invitación a aquellos que no profesan nuestra fe a que se sumen a la acción social de Cáritas para ayudar a los necesitados.

La resurrección nos invita y nos impulsa a los creyentes a ser defensores de la justicia y de los derechos humanos, mostrando compasión y solidaridad hacia quienes sufren injustamente.

Jesús nos invita a los creyentes a encontrar paz en sus corazones y en sus relaciones con los demás. En Juan 14:27, dice: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da». Esta paz no es solo la ausencia de conflicto, sino una paz profunda que proviene de la confianza en Dios y la comprensión de que  todos sin excepción somos amados por Él.

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