Opinión

Fronteras, ni vivas ni muertas

16 de marzo de 2020

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El estudio multidisciplinario con relación a las fronteras crece de manera exponencial, igualmente proliferan los grupos interdisciplinarios que, desde diversos enfoques, proponen indagaciones integradas sobre estos complejos espacios. Paralelamente se han impulsado densos y abiertos debates en comunidades de especializados investigadores que abarcan las reflexiones teórico-metodológicas y los estudios multiescalares en tópicos referidos a las relaciones socioespaciales, a los atributos culturales, ambientales, económico-productivos. También a la globalización, las repercusiones de la expansión de las infotecnologías, la movilidad humana en todas sus manifestaciones, así como las conflictividades globales y locales. Mencionamos algunas temáticas, pero el repertorio es mucho más amplio. Con esto queremos destacar, por una parte, que los estudios de fronteras ya no pertenecen exclusivamente al cenáculo de los tradicionales enfoques geopolíticos o asociados fundamentalmente al derecho internacional, o como ámbitos observados desde el prioritario intercambio comercial. Por otra parte, progresivamente, las diversas investigaciones han enriquecido la concepción de las fronteras, superando desfasadas, limitadas o incluso manipuladas perspectivas de lo fronterizo y como categoría, su utilidad se extiende a la interpretación, por ejemplo, de las fragmentaciones emergentes en los territorios urbanos.

A pesar de estos grandes avances, aún encontramos hoy, en publicaciones, informaciones, textos y sobre todo en mensajes que circulan por las redes sociales, algunos calificativos para las fronteras que fueron debatidos y refutados en el pasado. Una muy frecuente es la organicista acepción de fronteras vivas, sobre todo para referirse al intenso movimiento generado en las fronteras del estado Táchira, en sus conexiones con los espacios homólogos en las vecindades inmediatas de Colombia. Hemos leído expresiones como las fronteras más vivas de América Latina.

En apretada síntesis, señalamos que esa concepción, fronteras vivas, se desprende de la obra de Friedrich Ratzel (1844-1904) y su concepción biológica del Estado y del espacio vital; en su propuesta, las fronteras se vinculan a crecimiento o disminución del territorio, como una de las garantías para evitar su desaparición. Mucho se ha escrito sobre la obra de Ratzel y al comentar sus teorías se describen las fronteras como órganos periféricos del Estado y elementos móviles del proceso de selección natural.

La obra de Ratzel, importante en su momento para estudios geográficos, sirvió de fundamento a las perversas interpretaciones de las fronteras como organismos vivos. Por ejemplo, el general del nazismo Karl Haushofer, en su enfoque geopolítico consideraba los límites como organismos vivientes y las fronteras como campos de batalla, concepciones estas que formaron parte de las teorías del expansionismo alemán. Esos enfoques nutrieron las tesis de las dictaduras militares, dominantes en el escenario gubernamental latinoamericano en el siglo XX, y divulgadas en las escuelas geopolíticas de Brasil Chile y Argentina. El dictador Augusto Pinochet defendió el argumento de núcleo vital y la frontera como el organismo vivo periférico del Estado.

Junto a la frontera viva, en las tipologías geopolíticas se acuñó el concepto de fronteras muertas para describir los espacios sin poblamiento humano, sirviendo de coartada para proponer planes de ocupación territorial con el objetivo de estimular el supuesto dinamismo vital fronterizo y alcanzar la planea defensa nacional. Afortunadamente, esta aberrante definición ha desaparecido, no así la promoción errática de planes de poblamiento, tal como ha sido frecuente en Venezuela.

Sobre estas tesis se ha discutido bastante y existe una profusa literatura, dedicada no solo al análisis del perverso uso en que derivaron esas concepciones, también en su inconsistencia teórico-metodológica. Las fronteras no son ni vivas ni muertas y cada vez que leo la expresión “las fronteras más vivas de América Latina”, me pregunto jocosamente ¿Dónde estarán geolocalizadas las fronteras más muertas?

Por otra parte, lo que ocurre en las fronteras de Venezuela, especialmente en el estado Táchira, sus profundos cambios socioespaciales y territoriales, con toda su caótica situación, requiere otras lecturas, novedosos enfoques interpretativos, opuestos a esa concepción ignominiosa de fronteras vivas.

En este mundo globalizado y de acelerada expansión de las infotecnologías que generan profundas transformaciones territoriales, emergen otros debates y múltiples perspectivas con relación a la importancia de las fronteras, esto incluye el tema de los últimos tiempos que enfrentan las posturas entre fronteras abiertas y fronteras cerradas. Mucho que debatir por estos territorios andinos y fronterizos. @mariovalerom

Mario Valero Martínez

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