Opinión

Hora de Reflexión Venezuela: ¿de dónde venimos y hacia donde vamos?

3 de junio de 2021

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Alfredo Monsalve López


Aclaro. No soy economista. Mucho menos operador político. Y a Dios gracias, no pertenezco a ninguna organización que tenga que ver con partido alguno. Soy, antes que nada, ciudadano venezolano. Nacido y criado en la que, con mucho orgullo, llamábamos la “Ciudad de los techos rojos”: Caracas. Donde daba placer, algunas dos décadas atrás, transitar con mucha soltura. Sin temor a que te vieran como enemigo político. Daba gusto caminar o pasear por la Plaza Bolívar, Sabana Grande o la Plaza Venezuela a degustar los famosos “Choripanes”; visitar el Teatro Teresa Carreño o el Teatro Nacional para disfrutar de grandes obras dramáticas o no; correr o trotar por el Parque del Este o por el Parque los Caobos; visitar el Museo de Bellas Artes o la Biblioteca Nacional o el mismísimo Capitolio Nacional (hoy tomado por el los afectos al régimen que dice gobernar).

En fin, daba verdadero placer visitar, por ejemplo, la Casa Natal de Simón Bolívar, El Libertador, en la cuadra de San Jacinto. El gusto emocional que se sentía cuando usted pasaba por la acera frente al Palacio de Miraflores (hoy tomado por el régimen precisamente durante más de veinte (20) años y cercado por los cuatro costados como en tiempos de guerra infernal), era de plena satisfacción. A sabiendas de que dentro de él, había cúpulas que dominaban a la sociedad venezolana a su antojo. Sin discusión. Sin embargo, se podía encontrar alimentos en cualquier anaquel de los supermercados y bodegas dedicadas al ramo alimenticio. A propósito, me preguntaba un alumno si era cierto que antes de aparecer esta “marea roja” existía cualquier cantidad de marcas de leche en polvo, de jabón de olor, pasta dental, arroces, cualquier cantidad de queso, y el etcétera se pierde en el horizonte. Obvio, que había dificultad. Como en cualquier nación, incluso, de las llamadas potencias mundiales. Las concesionarias poseían infinidad de modelos de vehículos. Cualquier entidad bancaria le financiaba el crédito para que usted comprara su automóvil. Podía además, adquirir una vivienda ajustada a su presupuesto de aquel entonces. Le alcanzaba el salario. Además, había una única moneda: el bolívar.

Ojo. Esto no ocurrió en los años 30 o 40. No señor. Me estoy refiriendo a hace apenas unos 15 o 20 años. Ustedes, amigos míos, lo saben. Claro, los niños y adolescentes de ahora, no disfrutaron esa “época dorada”. Hoy “disfrutan” de una “felicidad” absurda. Una “felicidad” que no se la merecen. Porque, mis estimados lectores, los mas golpeados por esta miseria que llevamos a cuesta, son nuestros niños y niñas. Y concluyo con esta verdad del tamaño del universo: Venezuela era el destino de millares de ciudadanos extranjeros, a los cuales esta tierra les abrió las puertas para que hicieran de ella, su segunda patria. Sin egoísmo. Sin xenofobia. Mucho menos sin racismo. Hoy, en plena euforia llamada “chavista-madurista” (que por cierto, expresión que no utilizo porque me da crispación), la miseria se ha pegado a nuestra piel como una gaza de color negro como el terror mismo.

Y nos han llevado, al menos en la economía, a luchar ciudadano versus ciudadano. En otras palabras, pueblo contra pueblo. A cualquier comerciante le importa un comino que fulano necesite algo para su familia. Por su puesto que hay excepciones. Lo que le importa es el dinero. Que por cierto, es tan grande la locura económica que padecemos, que no sabemos con que moneda pagar lo que apenas consumimos (dólar, euro, pesos, yenes, menos bolívares porque no los reciben). Y la gran ironía: el salario mínimo venezolano equivale a medio kilo de carne de res. Pregunto, a manera de reflexión: ¿No es la peor economía del planeta? Aprovecho el desahogo para mencionar a Gervasio Artigas, quien en su momento señaló: “Con la verdad ni ofendo ni temo”. Se abre el debate pues.

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@monsalvel

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