Opinión

La deshumanización de la burocracia

24 de septiembre de 2023

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 Francisco Corsica

 

«La revolución tecnológica llegó para quedarse», es una frase que se escucha cada vez con más frecuencia en las calles. Paulatinamente, el mundo ha visto en primera fila el surgimiento de la era digital. Un espectáculo que ha transformado la vida cotidiana de formas asombrosas. Algunas cosas han desaparecido gradualmente, mientras que otras han tenido que adaptarse valientemente para sobrevivir en este nuevo paisaje. Es fascinante que estas palabras también resuenen en este país.

Venezuela vive un sinfín de obstáculos que le impiden ser considerada una «sociedad moderna». Si bien se escucha sobre alguna que otra innovación dentro del territorio nacional, estas se cuentan con los dedos de una mano y siempre van a sobrar dedos. Además, cada una de ellas debe luchar contra los frecuentes cortes de energía eléctrica y la frustrante intermitencia de la conectividad a internet.

No obstante, este fenómeno se presenta porque, como el sabio Charles Darwin afirmó, «las especies que sobreviven no son las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más inteligentes; sino aquellas que se adaptan mejor al cambio». Por esa razón, a pesar de la problemática general, la función debe continuar. Es preciso hacer uso de esas innovaciones y realizar varias cosas a través de estos métodos. El aislamiento de los avances internacionales no ha sido una opción.

Entre estas, se deben incluir los trámites en la administración pública y privada, una experiencia que los que habitamos esta tierra conocemos bien. Lidiar con la burocracia en Venezuela es una tarea ardua y, para sorpresa de muchos, la tecnología no ha logrado aliviar esta situación. Tanto las entidades gubernamentales como las empresas privadas invierten recursos en plataformas que a menudo se ven desbordadas por la complejidad de los casos individuales que se les presentan.

Para ilustrar este punto, aquí va un ejemplo: cambiar un pequeño detalle en un vasto océano de datos digitalizados puede resultar en la pérdida de dinero, tiempo y esfuerzo. En lugar de reconocer que los portales pueden estar desactualizados o que las instrucciones pueden ser poco claras, son los ciudadanos quienes pagan las consecuencias de los errores de otros, como si fueran culpables de la falta de información.

Y esto no es nada. Cuando el usuario debe presentarse para destrabar el proceso, los obstáculos ahora vienen dados por los empleados de la entidad. Lejos de recibir ayuda por el personal competente, estas pobres personas regresan a sus hogares estresadas, sin respuestas claras y, lo que es peor, con un trámite inconcluso y sin posibilidad de finalizarlo pronto. En este sentido, se puede afirmar que la tecnología no ha contribuido con alcanzar la eficiencia.

Realidades como estas se ven reflejadas en la situación económica nacional y en algunos índices internacionales. De acuerdo con los datos más recientes del Banco Mundial, un empresario que deseaba invertir en Venezuela en 2019 tenía que dedicar 230 días para poder abrir su negocio. Al año siguiente, esta cifra se redujo a 188 días. Sin embargo, si consideramos que el promedio mundial es de tan solo 20 días, resulta evidente que los problemas administrativos impactan directamente en las posibilidades de desarrollo económico.

Tomando en consideración estas palabras, ¿para qué sirve la tecnología entonces? Según el Diccionario de la Real Academia Española, esta consiste en el “conjunto de teorías y de técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico”. Su propósito es facilitar los procesos humanos en general, automatizar tareas, ahorrar tiempo y dinero, y hacer que las cosas sean menos complicadas. Al menos, así debería ser.

Indudablemente, estos temas abarcan múltiples facetas. La tecnología, a pesar de su propósito de hacer más simple lo complejo, no siempre logra mejorar la burocracia, a pesar de su potencial para hacerlo. Incluso si se resuelven los apagones eléctricos, se transforma la velocidad del internet en Venezuela en una de las más rápidas del mundo o se incorpora la inteligencia artificial a los portales, mientras la administración pública y privada no optimicen sus procesos internos, el progreso será incompleto.

La burocracia es un fenómeno fundamentalmente humano que, lamentablemente, se ha vuelto tan deshumanizado que, en muchos casos, ni siquiera los empleados conocen el funcionamiento de las plataformas tecnológicas. Además, no ofrecen respuestas oportunas a los casos individuales que se les presentan. Cada solicitud tiene sus propias circunstancias únicas, pero las plataformas tienden a tratarlas de manera uniforme, sin considerar sus particularidades.

Esta falta de personalización dificulta alcanzar la eficiencia deseada. Además, no debe pasarse por alto la brecha tecnológica que existe entre las generaciones más jóvenes y los adultos mayores. Los primeros también enfrentan desafíos al lidiar con una burocracia ineficiente, pero los segundos encuentran dificultades adicionales al abrir un portal electrónico, crear un usuario, digitalizar documentos y realizar pagos en línea, debido a su falta de experiencia en la era digital. Incluso si reciben un entrenamiento básico, les resulta igual de difícil que al resto de la población.

¿Cuáles podrían ser algunas soluciones? Varias de ellas se pueden inferir de lo dicho hasta ahora. Los portales digitales deben estar actualizados en cuanto a información y deben tener canales adecuados para despejar dudas. El personal que trabaja en las diferentes instancias tiene que estar suficientemente preparado para ayudar a los usuarios, incluso con los trámites en línea. Los adultos mayores deben recibir un entrenamiento adecuado, con cursos y programas de capacitación que les sirvan en esta era que no necesariamente manejan.

Deben agilizarse los procesos, con miras a que aquello que dura 188 días en cristalizarse ahora no tarde ni una semana. Asimismo, que todas esas solicitudes sean igual de rápidas, sin costo ni esfuerzo adicionales. En general, que la tecnología sea esa herramienta que mejore la eficiencia y la experiencia de los ciudadanos, en lugar de ser una fuente adicional de complicación. Esto requerirá un esfuerzo colaborativo entre el gobierno, las empresas y la sociedad en su conjunto, para lograr un cambio significativo en los procesos burocráticos.

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