Gustavo Villamizar Durán
Con especial complacencia he escuchado en los últimos meses al ministro del Poder Popular para la Educación, pronunciar los adjetivos que definen el título de este escrito. Mucho más, si estas palabras se presentan juntas, integradas, para plantear las características de la nueva educación a que se aspira. Entonces, pudiéramos considerar que más que las adjetivaciones que colman los discursos burocráticos, se trata de una definición del modelo educativo que se propone para el país. Así, la cuestión no solo se sale de la rutina política de un funcionario, sino que alcanza ribetes mayores en la formulación de los que pudieran ser los principios que guiarán el nuevo modelo. Este planteamiento nos lleva a pensar en un sistema educativo que conduzca a la formación de seres de pensamiento libre, sin cortapisas epistémicas, abiertos a la universalidad, asentados en la razón, pero igualmente, con pertinencia social, apegada a la convivencia pacífica y el buen vivir apoyado en valores relevantes, volcada hacia el país, a sus características, condiciones y posibilidades, la diversidad de sus culturas en diálogo creador, cotejadas con las universales.
Sí es así, se trata de un gran anuncio, de un propósito genial para enrumbar el sistema educativo nacional que viene haciendo agua desde hace décadas. Sin embargo, esta positiva propuesta tropieza con un gran obstáculo: el modelo educativo actual, obsoleto y agotado a todas luces. Es de suponer que un intento de tal factura compromete, en consecuencia, un “sacudón educativo”, un empeño por revisar y replantear todo lo que conforma el modelo existente para, prácticamente, comenzar de nuevo. Habrá necesidad de examinar y modificar las nociones básicas de enseñanza y aprendizaje, la concepción de la didáctica, indagar la vigencia del aula y la hora de clase como espacios y tiempos privilegiados para enseñar y aprender, examinar la planificación rígida, tantear los (in)útiles y recursos, estudiar el mobiliario de la escuela, clarificar la presencia y “uso” de la tecnología en la escuela y todo lo demás, hasta la planta física de los planteles. Porque, pongámonos de acuerdo para ser coherentes, no se puede pretender grandes transformaciones con los mismos conceptos, principios, nociones y procedimientos. “Vino nuevo en odres nuevos”, sentencia la Biblia.
En el acto de graduación de la I Promoción de Formación Nacional Avanzada de la Micromisión Simón Rodríguez, organismo que adelanta el desarrollo de estudios de posgrado para los docentes en ejercicio, el ministro anunció la incorporación de 30 mil docentes a la Universidad Nacional Experimental del Magisterio Samuel Robinson –UNEM-. Así mismo, informó que más de 40 mil docentes cursarán estudios de posgrado con énfasis en las áreas de valores personales y nacionales, dirigidos fundamentalmente a quienes ejercen su labor en las zonas de frontera.
Me parece que para corresponder con lo anunciado, el ministro y el ministerio, deberían propiciar la revisión a fondo de los paradigmas, los fundamentos y la orientación de los planes de estudio de las opciones señaladas. Ello con el propósito de asegurar que la formación de los futuros docentes y la actualización de aquellos de mayor experiencia, quienes serán protagonistas del modelo anunciado, se cimenten en los paradigmas fundantes del nuevo modelo, en función de que los contenidos y la orientación científica y pedagógica, respondan a los objetivos propuestos y los procesos habilitados para su logro.
Se impone, de la misma manera, evitar la presencia de elementos del modelo agotado reformulados y/o maquillados, para preservar su “vigencia”, práctica que se ha hecho muy común en algunas reformas promovidas por los organismos multilaterales. No ofrecerá buenos resultados la adaptación del modelo agotado a los nuevos tiempos, porque estos están marcados por distintos paradigmas, incluso opuestos.