Francisco Corsica
2025 ha abierto con un tema fundamental de las relaciones internacionales contemporáneas. Uno que, por cierto, ha sido recurrente en la política y la sociedad doméstica de la última década, aproximadamente. Se trata del fenómeno migratorio, que ha sido objeto de análisis y debate especialmente en este continente.
Durante varias décadas, principalmente entre los años 40 y 80 del siglo pasado, Venezuela fue un país receptor de migrantes. En aquellos tiempos, nuestras embajadas se llenaban de europeos e hispanoamericanos de diversas nacionalidades que buscaban oportunidades en suelo criollo, convencidos de que aquí encontrarían un futuro más prometedor que donde solían residir.
Esta tierra de gracia, porque contra todo pronóstico sigue siéndolo, ofrecía un sinfín de posibilidades, y muchos llegaron con la esperanza de construir una vida mejor. Sin embargo, el tiempo ha dado un giro inesperado, y hoy la realidad es diametralmente opuesta. En la actualidad, millones de compatriotas se encuentran esparcidos por el mundo, desde las grandes urbes hasta los rincones más remotos e insospechados.
Las cifras son alarmantes y, aunque algunas pueden parecer escandalosas, en condiciones normales no deberían contarse por millones, sino por miles. Este éxodo masivo ha sido impulsado por una combinación de factores, siendo el principal la crisis económica y la consecuente búsqueda de mejores condiciones de vida. La diáspora venezolana se ha convertido en un fenómeno global y su impacto se siente en cada rincón del planeta.
Con la llegada de un nuevo gobierno en Estados Unidos, se abre un capítulo en el que la primera potencia mundial ha decidido implementar políticas más estrictas en relación con la migración. Esto ha llevado a que numerosos migrantes ilegales se enfrenten a la posibilidad de ser repatriados a sus países de origen.
Este hecho es particularmente llamativo en el caso de Venezuela, con tantos connacionales regados por el mundo, pero igualmente hay quienes han tomado la decisión de regresar. La situación económica global no es la más favorable en este momento, y muchas personas se ven obligadas a trabajar incansablemente solo para cubrir sus necesidades básicas. Su dieta mensual apenas alcanza para eso y la condición de ser migrante complica aún más el panorama.
En este contexto, surgen historias de personas que han intentado probar suerte en diferentes partes, buscando oportunidades laborales y nuevas experiencias. No obstante, con el paso del tiempo, varios de ellos han decidido retornar a su tierra natal, enfrentándose a un nuevo capítulo en sus vidas.
Cada historia es más pintoresca que la anterior, y la mayoría de quienes se fueron y ahora están de vuelta lo hicieron con el objetivo de “reventarse” de trabajo un tiempo, de llenar la alcancía y de construir un patrimonio propio para disfrutarlo en su tierra. Para otros, la experiencia en el extranjero no resultó como esperaban, y Venezuela, a pesar de sus dificultades, seguía siendo su mejor opción.
En un giro inesperado, también ha llegado a tierras criollas un puñado más bien pequeño de extranjeros que, atraídos por el extraordinario clima, la calidez humana y las bellezas naturales y arquitectónicas de nuestro país, han decidido quedarse. Su acento revela que no son de aquí, y en muchos casos, el español ni siquiera es su idioma nativo.
Estos forasteros han encontrado dentro de estas fronteras un lugar donde pueden disfrutar de una calidad de vida que, a pesar de los desafíos, les resulta atractiva. Pero, ¿cómo logran vivir cómodamente en un territorio con una capacidad adquisitiva tan baja? La respuesta es simple: trabajan de manera remota, con sueldos considerablemente altos y lo único que necesitan es una conexión a internet y un balcón con vista al mar. ¡Ah, quién pudiera!
A pesar de que Venezuela aún se encuentra lejos de alcanzar su máximo potencial y desarrollo, estas historias de retorno y de llegada de nuevos habitantes ofrecen una pequeña chispa de esperanza. Son un recordatorio de que los reveses son pasajeros y que, a pesar de las adversidades, hay un extraordinario país en el que ciudadanos de sociedades altamente desarrolladas desearían vivir.
El retorno no siempre es fácil. Muchos de aquellos que regresan enfrentan el desafío de reintegrarse a una sociedad que ha cambiado en su ausencia. La adaptación a un entorno que puede parecerles extraño y hostil requiere de una gran fortaleza emocional y mental. La resiliencia y la capacidad de adaptación son cualidades que caracterizan al venezolano, y es precisamente en momentos de crisis cuando estas virtudes se ponen a prueba.
Para aquellos que se ven obligados a volver en algún momento, es fundamental recordar que esto no representa el fin del mundo. ¡Todo lo contrario! A pesar de las dificultades, que son bastantes, el retorno al terruño puede ser una oportunidad para redescubrir su tierra y contribuir a su desarrollo real. Aquí, como en cualquier parte del mundo, es necesario “fajarse”, aumentar los ingresos, dejar de lado las excusas y esforzarse por vivir lo mejor posible.