Opinión

Peligro de perder el rumbo

14 de junio de 2020

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Pedro Alejandro Parra F.


 

Mucho me preocupa ver que el país ofrece síntomas de confusión que comprometen gravemente su destino. En muchos aspectos estamos dando la impresión de perdernos en los vericuetos de una selva intrincada, atentos a la contabilidad pasional de los árboles, mientras la visión de conjunto del espeso boscaje de nuestros problemas se nos escapa. Peor, aún, empeñados en lo fragmentario, levantamos fantasmas y brujas cuya caza nos aparta muchos grados del norte necesario. El país necesita paz, el pueblo demanda progreso, el Estado requiere organización, la economía nacional está en peligro, pero, mientras tanto en el seno de los partidos, en el seno de la legítima Asamblea Nacional, en el ánimo de todos los venezolanos de buena voluntad, se hace notar la falta de un ímpetu superior que ponga en marcha a la Nación.

El mundo se divide en dos campos gigantescos, en cada uno de los cuales palpita una voluntad ecuménica de afirmación; en todos los Continentes apunta o cuaja la voluntad progresiva de los pueblos, la lucha franca por colocarse mejor en la partida contra la explotación y la miseria; el incremento de la población mundial y la urgencia de asegurar la producción que la alimente, vista, aloje y eduque, hace de la empresa de conducir pueblos una tarea gigantesca de inteligencia, energía y eficacia. Nuestro destino como Nación se juega tanto o más que dentro de nuestro propio ámbito, en los campos intrínsecos de la política y de la economía internacional.

Para salvarnos, para existir, necesitamos constituirnos en un país sano, fuerte, modesto, digno, alerta, discreto, creador. La posibilidad de ser ese país descansa sobre la base de que sepamos resolver el problema político básico: solamente un país unido en torno a sus instituciones libremente organizadas, solamente un país integrado en el esfuerzo pacífico de crear su grandeza, puede resistir esta sórdida lucha de intereses que reduce a los pueblos a la más cruel disyuntiva: organizarse o perecer.

Parece que gran parte de los venezolanos no nos damos cuenta, o, no nos queremos dar cuenta de la gravedad de la hora que vivimos; como en las buenas películas del Oeste, el drama se ha simplificado hasta el folletón que narra el triunfo de los buenos después de horribles vicisitudes provocadas por los malos. Y lo que es peor aún, en lugar de empeñarnos en entender con claridad quién es el enemigo, dónde está y cómo puede actuar, procedemos con miopía, con pequeñez, con ridícula incomprensión a revivir odios, a provocar diferencias entre las personas y los grupos en aptitud y en actitud de contribuir a la salvación del país. Cada quien quiere que la historia se escriba para favorecerlo, como si de un equivocado planteamiento histórico no pudiesen deducirse gravísimas consecuencias prácticas.

Algunas veces el error llega a magnitudes tales que lo criminoso parece consciente; se pretende atacar, se intenta mal poner a cualquier dirigente que está haciendo titánicos esfuerzos por rescatar al país de esta tremenda crisis material y moral en la cual está sumergido; no importa que el líder sea el más austero, el más modesto, el más limitado de recursos, el más expuesto y sacrificado o el que tenemos más a la mano; no tienen capacidad para pensar que, el ataque a este dirigente o a este líder, afecta gravemente la coalición que solo debe estar atenta a unir esfuerzos para salir de este atolladero material y moral. ¡Señores!, no más rencores, no más odios, ya que lo que se está haciendo con ello es limitando la imprudencia, morigerando (moderar, contener, frenar) la injusticia, deteniendo la maledicencia (difamación); todos estos ataques, todas estas maniobras, son un desafío a la unidad, y, una ofensa a la propia democracia venezolana.

Venezuela tiene la oportunidad ahora, sí ahora, de convertirse en un país democrático pleno, pacífico, amable, creador. No es el odio, no es la confusión, no es la intriga, no es la división, el camino de consolidar esa perspectiva. Las palabras son dinamita verbal. Los insultos divisionistas son bombas atómicas. Frente al pueblo están los enemigos del pueblo. Frente a la tesis institucional y civil está el apetito dictatorial. Nada va a ganar nadie en la eventualidad vigente de una quiebra nacional. ¡Nadie!

* Profesor

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