Opinión

¿Presenciamos el fin de los teléfonos inteligentes?

17 de abril de 2022

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Francisco Corsica

Sostengo la premisa central de un par de escritos anteriores: Los Supersónicos fue una serie verdaderamente visionaria en la pasada década de los sesenta. En pleno 2022, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que ya contamos con la mayoría de los equipos y técnicas que la famosa serie vaticinaba como parte de un futuro muy lejano a su realización. Un siglo después, para ser precisos.

No obstante, detenernos nuevamente en ese tópico no se hace necesario. Lo vivimos a diario y repetirlo sería redundante. Casi todos los aspectos de la vida moderna se realizan a través de internet. O si no, cuando menos con una computadora o un smartphone. Tecnología digital en general. Difícilmente alguien se encuentre ajeno a esa realidad hoy en día. Más bien, tomemos como punto de partida una información suministrada por Bill Gates hace poco y que ha causado cierto revuelo. Y con toda la razón del mundo, pues cada una de sus palabras pone a reflexionar hasta al más distraído de los lectores.

Pongo sobre el tapete una pregunta ordenadora, ¿creen ustedes que presenciamos el fin de los teléfonos inteligentes? Sí, tal y como lo leen. No de esos que solo sirven para llamadas y mensajes de texto como el mítico Nokia 1100. Más bien hablamos de ese adictivo aparatico táctil que tuerce un poco el dedo índice al sostenerlo y que en su parte superior alberga un ojito que todo lo ve. Ese amiguito que ha hecho fáciles un sinfín de labores humanas y se ha vuelto como una extensión de nuestro propio cuerpo.

Aunque los teléfonos de hoy forman parte del corazón de todo el mercado tecnológico, Bill Gates —fundador de Microsoft— ha ido más allá, pues cree que existe una alternativa viable a los móviles. Estos serían los tatuajes electrónicos. Cuando alguien se encuentra con vaticinios así, lo primero que se le atraviesa por la mente es que películas de ciencia ficción como Tron o Matrix podrían quedarse cortas en un sinfín de aspectos.

Es más, sí debe generar algo de prurito pensar que con dispositivos tan avanzados en tiempo y espacio, novelas distópicas como la de George Orwell, 1984, puedan volverse una flagrante realidad. Detengámonos un momento para reflexionar. Funcionaría a través de una tinta en la piel que contaría con «nanorastreadores» para recibir, enviar y almacenar información. De esa forma, los tatuajes sumarían a su valor estético y sentimental una utilidad práctica. Casi nada, ¿no?

Supongo que ni siquiera la serie con la cual abrimos estas palabras se atrevió a mostrar tanto. Entre otras cosas, allí conocimos a los robots, y ya Elon Musk —director general de Tesla y el hombre más rico del mundo según la revista Forbes— ha afirmado que en pocos años robots humanoides caminarán entre nosotros y se encargarán de tareas pesadas. Dicho en otros términos, nos falta poco para traer a la vida a Robotina.

Las implicaciones no son previsibles todavía. Algunos expertos sugieren respecto a los microchips en la piel que representan una amenaza menor a la de un pen drive, al solo ser simples operadores como los dedos con la pantalla táctil. Otros no los ven más graves que un teléfono inteligente o una computadora, pues la única diferencia sería que el equipo estaría adentro y no afuera de nuestro cuerpo. Por último, están los que aprecian en estos artefactos la dominación total de la máquina sobre el hombre y la pérdida absoluta de la privacidad. Simple cuestión de perspectivas.

Por más que nos esforcemos describiendo y comentando, es una tecnología cuyo lanzamiento no está previsto para esta década sino a partir del 2030. Mientras no sea lanzada al público y no conozcamos otros pormenores, podemos echar a volar la imaginación, tal y como lo hizo un pesimista George Orwell en los cuarenta o una optimista Hanna-Barbera en los sesenta.

¿Hacia dónde nos dirigimos con tanta innovación? Es difícil saberlo aún. Algo sí podemos saber: el mundo va a seguir cambiando a pasos agigantados. Igualmente, siempre existirán los más abiertos a los cambios y los más conservadores. Si todavía hay muchos que prefieren los celulares viejos —aún se producen y comercializan, por cierto— frente a los nuevos, es probable que otros tantos se queden con los smartphones y rechacen colocarse los tatuajes electrónicos. O lo que sea que venga a sustituirlos. Solo el tiempo podrá decirlo.

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