Opinión

Repelencias 368

25 de septiembre de 2021

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Carlos Orozco Carrero

Son respuestas inmediatas y reflejos obligados los que se activan al escuchar alguna canción que nos hable de lo que realmente somos por estas tierras. El sonido hace que toda nuestra capacidad sensorial se ponga de manifiesto para recordar nuestros orígenes. A muchos nos pasa, caballeros. Lo mismo ocurre con el olor de una exquisita miel de molienda al activarse el olfato y escudriñar dentro de estos sentidos para extasiarnos completamente. Es cuestión de hacer contacto en un trapiche mañanero para ayudar a acomodar panela en cargas ordenaditas. Y si algún paisano afina un instrumento de cuerda y suelta unos acordes de música montañera, pues entonces podemos decir que la vida es bella, cariños.  Todo esto está realmente cerca de nuestros hogares, amigos. Anímense y salgan al encuentro de estas cosas simples para que experimentemos cosas extraordinarias. Se los garantizo, amigos.

Comentan los amigos que leen estas repelencias y viven lejos de su tierra hermosa que lo que aquí se escribe les sirve para revivir algunos pasajes de su recorrido por estos senderos. La intención es alborotar sus recuerdos para que no se vayan difuminando con el pasar de los tiempos. Muchos venezolanos buscando futuro por tantas tierras lejanas nos obligan a intentar amarrarles sus amores a esta bella tierra que los vio nacer.  Me gusta hacerlo, paisanos.

El sute y el herrero tenían una relación de vecinos apuntalada por los juegos de los muchachos integrantes de ambas familias. Una tarde fresca, el herrero sacó una silleta de cuero para recostarse sobre el portal de su taller. La fragua estaba muy caliente y caería bien un descanso corto para continuar con la hechura de herraduras que tenía por encargo. El sute llegó frente a su vecino, se sentó en la acera y se quedó mirando fijamente al trabajador de los hierros. Sus miradas se entrecruzaron y el sute no le quitó la vista antipática por varios minutos. El hombre sacó un cigarrillo y lo encendió para despistar al muchacho. Este sacó un lápiz, lo puso en su boca e intentó imitar las fumarolas del herrero, en franca imitación de todos los movimientos del fastidiado trabajador. Había que evitar cualquier contratiempo con el sute y decidió regresar al taller para continuar con la hechura de los casquillos. El zagaletón lo siguió y empezó a remedar cualquier acción del herrero. -Ah, vaina con este carajito, pensó el señor del delantal de cuero seco. Regresó a su silleta y el muchacho se sentó en la acera también. Se quedaron observándose durante fracciones de segundo. Se escucharon las alpargatas del sute en carrera desenfrenada. El herrero le había lanzado un beso certero y el muchachito no tuvo el valor de regresárselo.

Tres hombres en base, dos outs, juego empatado en el último inning. Lanza el pitcher. Roletazo entre primera y segunda. Tremendo hit y el juego se acaba al completar los tres outs. Creo que Édgar “Cascarita” Moreno, Richard Bonilla y el profesor Regulo Roberto Mencías pueden descifrar esto, cariños.

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