Opinión

Repelencias 445

4 de marzo de 2023

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Carlos Orozco Carrero

Empuja el brillante sol a estas nubes molestosas que nos tienen llenos de frio y encobijados hasta el copete en cada noche andina. Mi tío Melquiades se queja y comenta al grupo que sus pies los tiene ya como pesebre en agosto. –Tengo las patas llenas de lama sobrante. –Calla, impío. –¿No tienes otra cosa con qué comparar?  Pulqueria no se anda con miquinguerías a la hora de pedir respeto para el nacimiento del niño Dios. Lo que pasa es que el viejo tiene una valleta ralita ya de tanto uso. Esos colores rojo y azul, vivos y llamativos que reclaman la atención y envidia a todos, ahora parecen un cuadro difuminado en los soles de invierno. -Bueno, carretico. -Me ha acompañado desde el primer viaje al reino de Chiquinquirá con Ramón Ali y Abundio en nuestros años juveniles.

Hablar de Silverio Delgado es reconocer a un compañero de trabajo en la fundación y consolidación de la primera escuela básica del país. Siempre lo vimos en actividad plena para buscar la primera inscripción de alumnos para la Escuela Básica Juan Tovar Guédez en Las Vegas de Táriba. Buen amigo y excelente colaborador con el desarrollo de su entorno vecinal de Palo Gordo. Descansa en paz, compadre Silverio.

Tenían a la gente asustada. Esos berridos nocturnos obligaban a los moradores a buscar la casa a golpe de nueve de la noche. Y ocurría precisamente cuando el reloj de la iglesia marcaba esa hora. Tan hermoso el sonido de esas campanas cantarinas. Eran tres alaridos graves y seguidos. La población temía que algún engendro del mal se hubiese adueñado de ese espacio que marcaba la quebrada Colorada en Pregonero. Algunos trataban de justificar con una corneta de carro a toda velocidad por la avenida José Ramón Torres. -Tendría que correr a más de 500 kilómetros por hora para ser un vehículo, explicaban los más prudentes. Lo cierto es que una noche, mientras Ambrosio buscaba su hogar en Potreritos, escuchó el lamento y decidió meterse bajo el puente a esperarlo. Un cuchillo con palo de cruz atravesado y medio litro de miche le dieron el valor necesario para jugársela por completo. El sonido pasó por encima de su cabeza y se quedó sobre una enorme piedra traída en una crecida anterior. Ambrosio se le fue dispuesto a todo. – ¡Cuidado, viejo! Escuchó la voz de un conocido que le advertía sobre lo terrenal del berrido. Eran tres hermanos, quienes armados con cuernos grandes hacían llamados nocturnos desde los tres puentes precisos para cubrir toda la quebrada y mantener a la población en ascuas. Los visitamos en prisión.

-No me le digan así, reclamaba la muchacha a los amigos de su enamorado. Y es que los apodos son disparos certeros sobre la condición física, oficio o características en sus maneras a la hora de entrar a la pernicia dicharachera entre los grupos fraternos. Los sobrenombres están con nosotros desde tiempos muy lejanos. Cariños. -¿Cómo te decían cuando muchacho?

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