Carlos Orozco Carrero
Vuelve la burra al trigo, dicen en Acirema. Se agarraron otra vez el viejo Melquiades y la tía Pulquería por la cosa más simple e insignificante. Todo empezó por el comentario del gordo Sósimo sobre Las ferias de antaño. Que si los templetes y el boulevard de la quinta avenida con orquestas en cada esquina y las ruanas cubriendo tantas cosas alborotadas bajo la noche enfriada de nuestra capital. Yo bailé muchísimo y también levanté jevitas para seguir con la pernicia en el estacionamiento de la plaza de toros y otras cosillas, gordito. Sirvió esto último para que mi tía replicara también con picardía. –Claro, papito. -Yo en esa época era vieja y sin nada que mostrar a los que me invitaban a bailar pegao también. Por allá totió un jarro de café que lanzó Melquiades con rabia al recordar que su esposa era tremenda hembra y que disfrutaba de las ferias a todo dar. Hubo que salir corriendo al escuchar acusaciones mutuas, donde se sacaron los trapitos parecidos a capotes feriales también.
Hay muchísimas preocupaciones en la ciudad de La Grita debido a la falta de cascos protectores en la mayoría de motorizados que transitan por sus empinadas calles y avenidas. Cada día se exige protección para tantos muchachos trabajadores que no cumplen con esa exigencia de ley. Hay que cuidarlos para que no siga aumentando el número de accidentes fatales en esta ciudad tan linda.
No encontró un lugar más seguro para enterrar su tesoro que el mismo cementerio municipal del pueblo de Tierras Negras. Allí no escarbarán nunca los amigos de lo ajeno, pensó el catire Otero al momento de decidir qué hacer con toda su fortuna, producto de años de esfuerzo duro. El sepulturero Eloino fue el afortunado desapercibido quien encontró los toletes de madera donde las morocotas reposaron durante más de 50 años. Se hizo el siote paramero y desapareció entre las sombras de los tiempos.
Ahora me entero que la mayoría de alambiques que se trabajaban en El Cobre caían en manos de los guardias del resguardo nacional debido a las denuncias hechas por las esposas de los tomadores de miche en la región. Jugarretas traicioneras contra sus abnegados maridos. –Viejas sapas, dirían en Lobatera.