«Tampoco saldrán encavas»: Suspendido el servicio interurbano en frontera
27 de abril de 2024
Carlos Orozco Carrero
Ya lo decía el gran Aristóteles, amigos. La risa es muy importante para el desarrollo del ser humano. Lo malo es el ejercicio vulgar al reírnos a mandíbula batiente. Galeno, extraordinario hombre dedicado a dar salud, ofrecía la risa como remedio para curar muchos males. Y por los años 1000, en territorio de lo que hoy se conoce como Suiza, un pensador barbudo definía al hombre como un ser mortal, que era capaz de reír. Por estas nimiedades de viejos es que en estas repelencias intentamos sacar sonrisas a todos los que dan un vistazo a esta parte del periódico. Recuerdo que una señora muy andina en su carácter para la crianza de los hijos advirtió a sus muchachos que esa tarde los visitaría un ahijado venido de tierra caliente. -Mucho cuidado con reírse cuando nos cuente sobre su familia. –¿Por qué nos vamos a reír, mamá?, preguntó la hija menor. –Pues, porque sufrió un accidente en un caballo con tan mala suerte que la cara se estrelló con una piedra del camino Real y le quedó como si se estuviera riendo permanentemente. –Mucho cuidado, sentenció. El muchacho llegó y saludo afectuosamente a su madrina y a todos los de la familia. Y, claro. Parecía que estaban contando chistes en el salón de la casa. El hombre detallaba cómo su caballo se espantó con una culebra y lo tiró en su brinco contra el suelo. Todos tenían cara de preocupación por la tragedia, mientras el visitante parecía carcajearse frente a la doña y sus hijos. Por supuesto, no aguantaron más y todos soltaron la carcajada contenida por tantos minutos. Cuentan que el ahijado les mentó la madre por esa burla y nunca más se supo de él por esa casa.
El mejor arquero de todos era admirado por sus amigos de juego, quienes regaron el cuento de su superioridad a la hora de parar cualquier balón en su área, señores. Alto y con flexibilidad que ni César Semidey en sus tiempos dorados pudo siquiera semejarse a tan espléndido portero. Esos tiros rastreros al palo los sacaba con la puntica de los dedos. Vinieron a firmarlo desde varios sitios para sus equipos profesionales y le hicieron varias pruebas, especialmente con esos estirones al rincón alto de los tres palos. Lo malo fue que revisaron sus guantes y en la punta de cada dedo tenía un mecanismo que hacía que esos dedos se estiraran más de la cuenta para lograr su éxito frente a todos. –Y eso que no me revisaron el tacón de la súper suela de los ganchos, gritaba mientras corría y se burlaba de todos.
A sacar entierros en Semana Santa, señores. Es creencia en nuestros pueblos bonitos que el Viernes Santo, a las 3 de la tarde, se abren las patas de los árboles, sueltan los rincones de las casas viejas y se revientan las piedras donde algún piadoso enterró su fortuna para utilizarla en cualquier evento importante de su vida. Lamentablemente a muchos de ellos los sorprendió la muerte y nunca ningún familiar supo de esas botijas guardadas sin destino de herencia. Don Ramón tenía un aparato traído de lejos para determinar dónde había algún metal enterrado. También sabía que debía llevar a un niño inocente a la hora de cavar para sacar el entierro. Dicen que los niños sacuden maldiciones en esos momentos extraños frente a la botija. Cuando nuestro amigo empezó a clavar la pala y a la hora exacta, el niño le preguntó: -Tío, ¿quién es ese viejito que está al lado suyo? -Cuál viejito, sobrino? –Ese, de barba blanca y sombrero negro. Ramón no veía a nadie. Agarró al niño de un brazo y arrancó a correr, intentando rezar alguna oración que lo salvara del viejito que había visto el sobrino frente a la botija. Apenas escuchó unas carcajadas y un olor a azufre invadió el camino Real que bajaba hasta el pueblo. ¡¡Viernes Santo a la 3 de la tarde!!
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