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4 de mayo de 2024
Carlos Casanova Leal
Sobre Lula pesaban procesos judiciales por corrupción. Su destino era la cárcel, pero frente a esa realidad surgió su candidatura a la presidencia de Brasil buscando su reelección, pero tenía que salvar el escollo de la inhabilitación política por los casos de corrupción, circunstancia que movió a todo el Foro de Sao Paulo para presionar que lo dejaran participar en las elecciones. El titular del periódico El País de España escribía: “Si se prohíbe ser candidato a Lula, sería un fraude” y agregaba el escrito: “el problema no es Lula, el problema es la democracia”.
Es exactamente lo que afirmamos en Venezuela, usando los mismos argumentos que esgrimieron con Lula: Si se prohíbe ser candidata a María Corina Machado, sería un fraude y agregaría exactamente igual, el problema no es María Corina, el problema es la democracia, toda vez que el argumento para pretender excluirla es el menudo hecho de no haber presentado una declaración en un tiempo, nada parecido a la corrupción de Lula.
La inhabilitación política que se ha pretendido sobre María Corina es un hecho fundado en una decisión política conforme al cual, si participa gana, y por ello es un problema para la democracia toda vez que todos los estudios de opinión señalan que ganaría ampliamente. En consecuencia, impedírselo sería atentar contra la voluntad ciudadana de cambiar el rumbo del país con su candidata.
Lo contrario, es mirar el poder por el poder mismo, pero no desde la democracia sino desde el autoritarismo.
Se requiere de coraje político y honestidad -que Lula no tiene para esgrimir los mismos argumentos que le favorecieron- en favor de otro, en este caso María Corina. Es un problema que acompaña la actividad política de estos tiempos: la doble moral y la falta de ética.
No existe posibilidad ni fórmula matemática que determine que el jefe de la revolución gobernante pueda ganar una elección en Venezuela. Pasearse por esa posibilidad sería aterrizar en la circunstancia de un masoquismo que el venezolano no tiene, de que vota por el responsable de su propia desgracia, sería como pensar que 8 millones de venezolanos que migraron en éxodo forzado, votarían por el candidato oficialista que los impulsó al exilio, o suponer que 24 millones de venezolanos que vivimos aún en el país, saldremos rápidamente a votar por el responsable de la fractura familiar.
En Venezuela hace tiempo que no existe polarización. El rechazo a la revolución y al modelo de pobreza cubana que impusieron en suelo patrio está consolidado, de ahí que se requiere de mucha responsabilidad política cuando se actúa, y lamentablemente encontramos actores que están endulzando la narrativa que no se le puede creer a la revolución y por ello los nuevos actores y relatores esgrimen que Venezuela se está arreglando.
Estos nuevos actores pretenden venderle al ciudadano desempleado la idea de que Venezuela se está reactivando sin energía eléctrica, que el consumo aumentó sin aumento de salario, que el sistema de salud es exportable, que la educación endógena sustituye la educación tecnológica, que somos una potencia productora de café porque llegamos a los niveles de 1960.
Esa viveza de adelantar fechas para tratar de sorprender a quien tiene las de ganar, no es viveza del gentilicio que nos hizo famosos en el mundo.
Algunas precisiones son importantes en este punto donde estamos de realidad política; los venezolanos presionamos el cambio en el modelo que nos gobierna y en las formas de hacer la política.
El elector define por quién votará y por quién no lo hará meses antes de la elección. El que tenga más rechazo que aceptación no tendrá posibilidades de ganar nada, sea opositor, colaborador del Gobierno, o del Gobierno mismo.
La sociedad debe seguir unida esperando que se revelen las estrategias y no caer en las desviaciones facilistas de que se designen candidatos con los que se pierde. Para ganar se requiere liderazgo, organización y estrategia.
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