Francisco Corsica
En escritos anteriores, ha sido abordado el auge de los bodegones y algunos problemas socioeconómicos que atraviesa el gentilicio venezolano. Asimismo, se ha puesto en evidencia que este es un país lleno de contrastes, que van más allá de la idiosincrasia o de la geografía. En realidad, resumir estudios minuciosos sobre el acontecer político y económico nacional no debe ser tarea sencilla.
Retomando estos aspectos, algo que sin duda no sale del pensamiento de muchas personas es la apertura de ciertos negocios a lo largo y ancho de Venezuela. Cualquiera que pasee por las calles de las ciudades criollas podrá notar que las cosas han cambiado bastante. Es decir, muchos locales han cerrado y han dado paso a otros más modernos. No solo son los bodegones: también se ven restaurantes y edificios nuevos.
Se dice por ahí que ahora hay muchas hamburgueserías. No me consta, pero tampoco me sorprende. Después de todo, hace un tiempo se bromeaba con que vendiendo un número específico de perros calientes, alguien se iba a poder comprar un carro costoso en cierta parte de Caracas. O algo así. Si se puede con perros calientes, ¿por qué no probar con las hamburguesas? Al fin y al cabo, son más caras.
Uno de los nuevos establecimientos comerciales es un restaurante llamado Altum. Se encuentra en Caracas y se ha convertido en toda una referencia de la «Venezuela Premium», que algunos han intentado vender como parte de una «nueva normalidad» en la que los males económicos del país habrían desaparecido. Suena tan mágico y repentino que hasta pareciera que han revivido al mismísimo Harry Houdini.
Básicamente, es un restaurante que consiste en una plataforma suspendida a 50 metros en el aire por una grúa, con capacidad para 25 comensales. Definitivamente, esta vivencia no es para quienes sufren de vértigo. Como si la persona estuviera flotando, se puede apreciar buena parte de la ciudad. Por la noche debe ser una vista espectacular.
Sí, aunque no lo parezca en ocasiones, hay gente dispuesta a pagar cientos de dólares por la experiencia. Y por las informaciones disponibles, ese monto no incluye la comida, solo la elevación con la grúa y la barra libre. Curioso, ¿no? Sobre todo contando que el PIB nacional se ha reducido casi 75% en los últimos años.
Hace poco abrió otro similar en Barquisimeto. Por lo que he podido ver, se llama Stairways to Heaven —en español, sería «escaleras al cielo»—. No es la famosa canción de Led Zeppelin, sino un restaurante. El nombre es muy bonito, aunque cuesta imaginarse los escalones cuando realmente se trata de una grúa. La mesa consta de 22 puestos para los clientes, y desde allí también se puede tener una vista panorámica de la ciudad.
Así como se dice en las redes sociales, lo lógico sería revisar si la apertura de esta clase de negocios y su lujosa oferta son el reflejo de una mejoría económica. En realidad, la respuesta es más que evidente: no lo es. Siempre será una buena noticia que se funden emprendimientos, que apuesten por el país, generen empleo y servicios de primera calidad. Pero uno o dos negocios exitosos no son un reflejo fiable de toda la sociedad.
¿Cómo se puede hablar de una mejoría significativa, si este país es uno de los más desiguales del continente? La brecha de los salarios entre el sector público y el privado es considerable. Y si la comparación fuera con los sueldos del resto del continente, quizá logre sacarle un par de lágrimas al lector. Por eso se decía atrás: ¿cuántas personas están dispuestas a pagar cientos de dólares solamente para comer elevadas por una grúa? Y si lo hacen, ¿tendrían la capacidad de volver a pagarlo?
En la región, el salario mínimo de nuestro país es de los más bajos —por no decir que el más bajo de todos—. Actualmente ronda los 6 u 8 dólares mensuales. Solamente para comparar, el de Argentina está fijado en 69.500 pesos, equivalentes a más de 300 dólares mensuales. Tomando en cuenta que ese puede ser casi el doble del monto promedio que ofrece el sector privado en Venezuela para trabajos profesionales, deja mucho por pensar de la situación económica en el país.
Razón le cabe a la UCAB cuando afirma que Venezuela es una sociedad desigual. Mientras en muchas partes del país la gente se queja por sus 6 dólares mensuales, otras personas gastan centenares de estos en un restaurante cuya novedad es que los pies del comensal no tocan piso mientras come. Dos grandes emprendimientos que no deben ser cuestionados por las oportunidades que pueden llegar a ofrecer. Lo que no termina de calzar es que haya tanta gente ganando tan poquito.
Para ir concluyendo, parece oportuno citar una frase del jurista español Pedro Schwartz: “No me importa la desigualdad, porque no soy envidioso. Me importa la pobreza”. Según los datos de la misma universidad privada, ahorita hay menos pobreza en el país que hace uno o dos años. Un pequeño tilde verde entre tanta equis roja. Y aun así, siguen siendo bastantes a quienes no les alcanza el dinero ni siquiera para lo más básico.
La aspiración debe ser esa: acabar con la pobreza. Al reducirla considerablemente, seguramente se reduzca también la desigualdad material. Esta última quizá no llegue a desaparecer nunca en la sociedad, pero sí se puede llevar al mínimo posible. La otra, en cambio, aliviaría muchos males si no existiese. Todo es difícil, aunque por algo hay que empezar para darle un vuelco a esta realidad y sustituirla por una mejor.