Francisco Corsica
Hace poco más de un año iniciaba un evento que sigue siendo uno de los asuntos pendientes de resolución para la política internacional. Concretamente, el 24 de febrero del 2022, Vladimir Putin anunciaba el inicio de una «operación militar especial» sobre suelo ucraniano. Bajo ese eufemismo, comenzó un evidente ataque a la soberanía nacional de ese país de Europa del Este.
Desde entonces, los noticieros, medios impresos y digitales no dejan de publicar noticias al respecto. Aunque la frecuencia de estos reportajes haya disminuido, la humanidad continúa con la amenaza latente de una devastación. De hecho, sobre el actual presidente ruso recae una orden internacional de captura, dictada por la Corte Internacional de Justicia.
¿Por qué se dice que los sucesos de Ucrania son una «invasión» y no una «guerra»? Bueno, en teoría, sí se puede decir que se trata de una guerra. Sin embargo, tal vez el término más apropiado y preciso sea el primero, porque en efecto refleja lo que está sucediendo. Para el Diccionario de la Real Academia Española, el acto de invadir consiste en «ocupar anormal o irregularmente un lugar».
Si al acto de traspasar una frontera para tomar el territorio de un vecino por la fuerza no se le pudiera llamar una invasión, entonces la Real Academia Española estaría equivocada y se vería en la imperiosa necesidad de modificar el diccionario. Lamentablemente, está en lo correcto y el concepto describe con bastante precisión los terribles sucesos de ese lado del mundo. ¿Quién se atreve a afirmar a estas alturas que las pretensiones de Rusia no van —o iban— más allá de Ucrania?
Y si el mundo ha atravesado momentos difíciles por la pandemia de la COVID-19 y por los acontecimientos en Europa del Este, la amenaza del estallido de un nuevo enfrentamiento armado definitivamente no son buenas noticias. Por los vientos que han soplado durante el último par de semanas, Rusia y Ucrania no son los únicos países que podrían verse involucrados en nuevas guerras en los próximos tiempos.
Con una frecuencia mayor a la normal, se escucha de prácticas con misiles nucleares en Corea del Norte. Inclusive, la última —de esta misma semana— causó revuelo y órdenes de evacuación al norte de Japón, porque hasta allá llegó la estela. La orden tuvo que ser retirada 30 minutos después, porque no estaba sucediendo nada en suelo japonés. Afortunadamente, no pasó de un desagradable e innecesario susto.
Por otro lado, China y Taiwán también han dado de qué hablar en los últimos días. La reclamación territorial del gigante asiático desde que se proclamó una república comunista representa una amenaza para la seguridad de la isla, que no es reconocida como un Estado independiente. ¿Será posible que la primera se atreva a invadir la segunda en los próximos tiempos? Preguntas que uno no quisiera hacerse.
Y bueno, Oriente Medio es una olla de presión por explotar casi permanente, de modo que no es de sorprender lo que ha sucedido entre Israel, Palestina y Líbano en el último par de semanas… Días turbulentos para el mundo, por lo visto. Pareciera que hay algunas personas importantes y grupos de poder interesados en que se desate una guerra igual o peor que la ucraniana.
Respecto a este tipo de fenómenos, debería volverse una especie de mantra el comentario del piloto alemán Erich Hartmann, quien dijera en el contexto de la Segunda Guerra Mundial: “la guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian pero no se matan”.
Decir semejante afirmación no es un acto de pacifismo desenfrenado. Tampoco se trata de desconocer la naturaleza política de la guerra, después de todo, como decía el filósofo Heráclito: “la guerra es el padre de todas las cosas”. Y aunque el pensador griego solo hablaba en un sentido metafórico, no es menos cierto tampoco que la sangre derramada pertenece fundamentalmente a aquellos que poco o nada tienen que ver con el conflicto.
Como si esto no fuera suficiente, si algo así se desata, el «coletazo» se sentirá en el resto del mundo. Especialmente en el plano de lo económico y lo demográfico. Por ejemplo, si los niveles de inflación en la mayoría del mundo han sido alarmantes en estos dos años, ¿Cuán costosas se pondrán las cosas bajo este escenario? Y si Europa no se da abasto con la cantidad de refugiados ucranianos, ¿Otras sociedades serán igual de hospitalarias con las víctimas de un nuevo conflicto? Para reflexionar nada más.
El propósito de estas líneas no ha sido el de convertirse en una suerte de oráculo para ninguno de estos países o regiones. Bajo ningún concepto. Sería difícil precisar si estos territorios en efecto serán los próximos en padecer la guerra. Es más, ni siquiera se trata de apoyar o condenar los intereses de unos u otros, porque en la mayoría de las historias de la vida real no hay héroes ni villanos absolutos.
Simplemente, lo ideal sería que cualquier problema de esta magnitud se pueda evitar. O al menos, postergar. Diría la sabiduría popular: “mucho camisón para Petra”. En serio, las prácticas militares y nucleares no son un juego de carritos chocones. La humanidad no necesita mayores complicaciones en estos momentos. Muchísimo menos que se amenace de esa forma su propia existencia en la Tierra. En fin… ¡Qué tiempos tan difíciles! Y es una pena, pero pareciera que algunos quieren complicarlos aún más.