Opinión

Un estudiante en crisis

10 de diciembre de 2020

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Antonio José Gómez Gáfaro


 

Son muchas los problemas que la sociedad venezolana, para ser más precisos, que la familia venezolana, afronta: sencillamente basta que la familia enferme para que todo un país colapse. No es cosa sólo de Venezuela porque de hecho todos los países en mayor o menor medida padecen estos males sociales, pero ahora no vienen al caso. Preocupémonos primero por nuestra casa mientras se está a tiempo.

Podemos enumerar cada una de estas situaciones adversas para un tener una idea de la magnitud del problema. A veces se tiene la ligereza de pensar en cada uno de ellos por separado y decir “eso no es mucho”, “hay otros que están peores”, “mientras no nos falte esto o aquello estaremos bien”, “hay otras cosas por las que preocuparse”, y sí, en cierta forma son alicientes a la crisis humana, económica y política que no se puede negar. Hay personas muy buenas que tienen mucho, o quizá no tengan más que aquello que el ciudadano promedio, y se desviven para prestar ayuda al necesitado en medio de sus circunstancias particulares… No se puede negar: esta situación ha fomentado la generosidad, “el sentido cristiano”.

Pero hay otras cosas de las que preocuparse… No es una expresión burlesca al sufrimiento venezolano ni una valía en menos de éste, no, jamás, pero sí es preciso descender hasta el verdadero motivo de estos males sociales: el mal moral.

Soy un estudiante de ingeniería mecánica en crisis: no en medio de una “crisis existencial” porque, gracias a Dios, esto lo tengo claro, sino que vivo, al igual que todos, en medio de una crisis social, de una crisis moral. Se hablan de muchas cosas, pero no de esto. ¿Temor al qué dirán, a ser tachado de retrógrada, de conservador? Poco importan los apelativos: lo que sí importa es que no podemos permanecer callados ni como meros espectadores.

Hemos llamado felicidad a tener bienes -tener bienes no es malo, malo es verlos como fin y no como medio para ayudar-. A la astucia para robar señal de televisión sin que nadie se fije, a especular con los precios, a negociar con la salud del enfermo, a cobrar por prestar atenciones médicas, a exigir dinero por trámites administrativos, a falsificar dinero, a estafar, a la habilidad para saltar requerimientos legales, a todo esto y a muchas cosas más las hemos colocado en pedestal y adornado con flores con la excusa de que si otros lo hacen ¿por qué nosotros no?… Es muy común escuchar “¡le hace falta malicia!” cuando se da una opinión sana sobre estos aspectos: sin duda es decir “no sea bobo y hágalo” con otras palabras. ¿De verdad nos hace falta malicia?… ¡No, todo lo contrario, nos hace falta bondad! ¡Nos hace falta volver a aprender que la dignidad de toda persona viene de que es hija de Dios, de que estamos matando a nuestros hermanos, a nosotros mismos! ¡Nos hace falta volver a nuestras raíces cristianas! En pocas palabras: hemos escogido lo que nos hace daño sólo porque es más fácil. Al libertinaje le hemos cambiado el nombre a libertad.

¿Y en estos problemones, qué hacer? ¿Cómo evitar que esto carcoma a la familia? ¿Cómo evitar que se extiendan como un cáncer? ¿Cómo recuperar la democracia?… ¡Con la fe! Si volvemos a tener noción de que Dios sigue siendo Dios, de que es una verdad que tenemos inscrita en nuestra naturaleza y que, tristemente, ha sido el no querer un reproche moral a nuestra conducta lo que ha llevado a sacar a Dios de la sociedad; si volvemos a reconocer que nuestros conciudadanos son hijos de Dios y que tienen dignidad y que sus derechos -y deberes- emanan de allí; y si dejamos de hacer las cosas malas a pesar de que nadie nos vea y caemos en cuenta de que Dios sí nos ve, estamos seguros  de que Venezuela se levantará del lodazal en que se encuentra.

¿Por qué es tan importante tener la noción de la fe? Es simple: Si no hay Dios, si no está la visión clara del Amor, de la misericordia, y sí, de la justicia divina; si no está la visión de lo que es recto y bueno, la razón humana no tendrá rumbo ni guía. Si la razón pierde el sentido de la bondad, empezará a creer que está bien hacer todo y que el fin justifica los medios -sin duda una gran mentira-. ¿Y después de esto qué?… ¡La democracia! Si no hay fe que ilumine las conciencias y las guíe, simplemente la democracia será reflejo del estado de las masas, y sí, me permito hablar de masas, porque una sociedad sin criterio fijo es eso, una masa, que será modelada por vientos de doctrina so capa de placeres, “libertades” y “felicidades”. Y así es cómo se destruye una sociedad: saca a Dios de la vida de las personas y usa todos los medios a tu disposición para silenciar la voz de la moral, esparce en la población pequeñas crisis sociales que la lleven a “rebusques inofensivos” y hazle creer que está bien y foméntalo con políticas que de una manera u otra “obliguen” a seguir haciéndolo, y despreocúpate de la democracia porque caerá por su propio peso… Hagas lo que hagas, y sufra quien sufra, ya a nadie le importa -y si importa, lo que hagan no es suficiente para hacer reaccionar a la población-, y puedes distribuir relajado las ideologías que quieras. Es pan comido.

Otra expresión muy común en nuestros días es el “¡le hace falta carácter!”. ¡Bah!, si hubiera carácter no hubiéramos permitido tantas cosas, nos habríamos negado a nosotros mismos y no estuviéramos en donde estamos. ¿Queremos paz?, ¡pues que venga la guerra contra nosotros mismos porque la paz es consecuencia de la guerra! ¡De luchar contra nuestras propias tendencias a escoger lo que nos hace daño, contra nuestra comodidad y apatía! ¡A luchar contra la indiferencia! ¡A luchar para que nuestras familias sean luz, para pasar tiempo con nuestros hijos y educarlos! Que, si no lo haces tú, lo harán otros. No es lucha de clases; eso no tiene pies ni cabeza. No es quitar a los que están arriba para que los de abajo suban: es que los que están arriba ayuden a los que estén abajo a subir, a que nos ayudemos todos juntos. Es natural la desigualdad, si no, ¿cómo habría cooperación?

Hay que tomar cartas en el asunto: no podemos permanecer indiferentes ni sentados mientras Venezuela se nos cae. No podemos permanecer inmóviles ante políticas que socavan poco a poco a la familia atentando contra su estabilidad, la sacralidad del vínculo matrimonial,y la vida, ni mucho menos ante políticos de un color y otro que no velan por nuestro verdadero bien y nos tratan como masas. Ya hemos perdido mucho, y pongámosle firma, perdiendo la Venezuela cristiana perderemos todo. Volvamos a la fe, portémonos como Dios quiere y sanará nuestra familia, y sanará la sociedad, y reclamaremos lo que hemos perdido, más aún, los que nos han arrebatado. Venezuela se levantará. No es cuestión de un gobierno, esto viene de atrás, y de muy atrás, en un plan muy bien elaborado. Muchos dicen que no hay esperanzas. Yo sí tengo esperanza.

“Gloria a Dios en el Cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”, reza el evangelio de San Lucas (Lc 2.14). Estas crisis

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