Opinión

Venezuela y la reverencia a China

20 de octubre de 2017

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Dentro de la importante bibliografía sobre el emerger de China hay un título que destaca por su profundidad analítica. Se trata de When China rules the world (“Cuando China domine al mundo”), obra publicada en Londres en el 2009. Su autor es Martin Jacques, profesor del London School of Economics. Al señalar las ocho grandes características que singularizan a China y que marcarán su impronta cuando se convierta en la primera potencia económica planetaria, Jacques mencionaba las siguientes:
Primero: China como Estado-civilización. Ello significa que sus rasgos como civilización (sus cinco mil años de historia y su identidad cultural única) preceden a su conciencia estatal y determinan una visión de sí misma que sobrepasa a la de un simple integrante de la comunidad internacional.
Segundo: China como eje de un sistema tributario. A lo largo de la mayor parte de su historia, esta nación fue objeto de tributo y subordinación por parte de las demás naciones del este asiático. Ello derivó de su preponderancia y de su superioridad cultural. Su emerger al primer plano de la escena mundial vendrá acompañado de un regreso a esta visión jerárquica y estratificada. Estratificación que está llamada a trascender a sus vecinos, para proyectarse sobre todos aquellos Estados que le resulten económica o políticamente subordinados.
Tercero: China como raza única. Ello determina una percepción jerárquica del mundo con China en su epicentro pero, a la vez, un sentimiento de unidad racial. Esto último no solo hace de Hong Kong y Taiwán parte natural de ella, sino que determina un sentido de unidad con la diáspora china.
Cuarto: China y su visión continental. Su dimensión territorial y su magnitud poblacional la hacen percibirse desde una óptica de multiplicidad más cónsona con la de un continente que con la de un Estado-nación. Ello se traduce en un manejo diversificado de sus políticas y de sus tiempos, así como en aperturas focalizadas de compuertas políticas y económicas.
Quinto: China como Estado hegemónico. A diferencia de sus congéneres de Occidente, el Estado en China se sustenta en una tradición de predominio absoluto sobre los demás poderes presentes en la sociedad, en la inexistencia de la noción de soberanía popular y en un sentido de legitimidad política basado en resultados.
Sexto: China como expresión de una modernidad propia. Lejos de adecuarse a modelos económicos o a paradigmas importados de Occidente, China persigue un desarrollo económico planteado en sus propios términos y sentido del tiempo.
Séptimo: Comunismo a la china. El suyo es un comunismo flexible, pragmático y evolutivo que sabe reinventarse periódicamente.
Octavo: China como país desarrollado y en desarrollo. Su predominio económico se inscribirá dentro de esta dicotomía, lo que le hará jugar simultáneamente en los tableros de los mundos desarrollados y en desarrollo, defendiendo alternativamente los intereses del uno o del otro, según más le convenga.
Jacques concluye señalando que el emerger de China impondrá una percepción distinta del tiempo: no determinada por las presiones del corto plazo, sino fundamentado en la paciencia como virtud. Considera que si Occidente fue agresivo, depredador y expansivo en su fase de predominio, China se caracterizará por un sentido arrogante pero no agresivo de su superioridad.
Lo escrito por Jacques asume particular significación por la fecha en la que su libro fue escrito. En efecto, si bien la mayoría de los planteamientos allí expresados dejaban ver un conocimiento profundo hacia el pasado, su segundo punto anticipaba una visión de preponderancia que para entonces no resultaba evidente. Hasta ese momento, en efecto, China todavía preservaba un bajo perfil que pronto comenzaría a dejar de lado a través de un flexionar de sus músculos y un posicionamiento hegemónico en su parte del mundo.
Bajo la premisa de Deng Xiaoping de “esconder la propia fortaleza y ganar tiempo”, Pekín tuvo particular cuidado en no presentarse ante propios y extraños como un gigante con apetitos hegemónicos. Esa fase quedó ya atrás y China no esconde su deseo de hacer de los mares que la circundan el equivalente de lo que hizo Estados Unidos con la Cuenca del Caribe.
Para Venezuela, ese mismo punto dos contiene una afirmación profundamente preocupante. De acuerdo con lo allí planteado, China asume una visión de estratificación jerárquica con todos aquellos Estados que en cualquier parte del mundo le resulten económica o políticamente subordinados. Una deuda que supera los cincuenta mil millones de dólares, y que sigue en ascenso, obviamente califica como subordinación económica. Todavía no es claro cómo ello puede traducirse en términos de una relación estratificada. Sin embargo, una sola cosa resulta clara. Para un Estado-civilización que a lo largo de cinco mil años de historia se percibió como centro del universo, toda condición tributaria exigirá de reverencias profundas.
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(Alfredo Toro Hardy)

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