Regional

Guitarra en mano, aún ayuda a sus hijos

19 de junio de 2021

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Freddy Durán


Con su familia dispersa por Suramérica, Jorge Vásquez, de 66 años, se defiende como músico callejero, un oficio que -dijo- le permite sobrevivir en la ciudad de Cúcuta, y hasta ayudar a sus dos hijos, Ronny y Desiré.

“Mira, yo vengo de Caracas, de un barrio llamado Petare. Voy para dos años en Cúcuta…” Así comienza el relato de un hombre que, con guitarra en mano y una voz potente, aseguró que se ha sabido ganar a la audiencia cucuteña e incluso alcanzó notoriedad en las redes sociales al componerle una canción al alcalde de la capital nortesantandereana, Jairo Tomás Yáñez, recién obtuvo un triunfo, un sexagenario como él y que se fajó en la calle para captar su propia audiencia.

“Mi oficio siempre ha sido cantar y tocar, y gracias a Dios me he mantenido aquí, a pesar de todo. Yo te tocó un repertorio variado, con canciones de la vieja guardia: Leonardo Favio, Nino Bravo, temas colombianos, venezolanos, rancheras”, enfatizó Vásquez

En la capital venezolana ya era considerado todo un patrimonio cultural viviente, pero la situación económica lo obligó a tomar otros rumbos, en un viaje que tal vez no se detenga en Colombia, pues su aspiración está en partir hacia Chile para reunirse con su hija Desiré, pero el convulsionado panorama mundial lo ha retenido.

—Tenía pensado ir por allá; pero, ¿cómo ir si hay problemas por todos lados? Mejor me quedo aquí, tranquilo. Esperar que pase este año y, si Dios lo permite y baja la marea, de pronto me reúno con mi hija en Chile— expresó.

Sobre su estadía en Cúcuta, solo tiene palabras de gratitud; sin embargo, él está consciente que no es la misma ciudad que conoció hace poco y, además, estar en situación de ilegalidad tampoco le ayuda.

—Lo más difícil de permanecer aquí, es no estar legal. Por ejemplo, yo quería cambiar un billete de 10 mil pesos y entonces me dijeron que fuera al Banco de la República, que allá me lo cambiaban. Cuando fui a la taquilla, lo primero que me preguntaron era que si yo era colombiano y cuando les respondí que no, el cajero me dijo que tenía que cambiarlo en otra parte. La gente me estima y me aprecia acá. No he sentido discriminación de ningún tipo, no puedo decir nada negativo de las autoridades. Para mí, el trato ha sido muy bueno, no puedo quejarme, y le doy gracias a Dios por haberme traído para acá— narró.

Lo que gana le permite ayudar a quien puede en Venezuela, e incluso a sus hijos ha tenido que echarles una mano, pues en todos lados las circunstancias se tornan complicadas.

—¿Que si mis hijos me mandan alguna remesa? Nooo…, más bien me dicen, ¡papá ayúdeme! –dijo soltando una sonora carcajada-; les mando plata porque sé que la situación está dura. Siempre me comunico con ellos desde el celular, y están muy pendientes de mí. Gracias a lo que hago acá he podido ayudar a unos sobrinos que están en Venezuela, incluso a uno de ellos lo operaron, y a una hermana. También a mi exesposa, en Caracas, que tiene varios postgrados, he tenido que mandarle, porque me ha dicho ¡aquí estamos sobreviviendo! Aunque es colombiana, no creo que se venga, tiene ya su vida hecha allá, y una hija que la apoya.

Siempre está en contacto con muchos músicos que se han establecido o están de paso por Cúcuta. A muchos de ellos, la pandemia los obligó a mudarse a Medellín o Cali, y por tal motivo ya no se ven tantos en plazas, vías y restaurantes, como antes.

—Yo toda la vida he sido un músico de la calle, un guataquero, yo he aprendido por mi cuenta. Y aunque no soy un gran músico, le digo, no envidio a un buen músico ahorita, porque el buen músico está pasando más trabajo que yo; más bien, a veces me invitan para tocar con ellos, porque les da pena hablar, les da pena pedir, les da como miedo escénico. Tú los ves en la novena con trajes de mariachis o con sus equipos de sonido, pero lo que ganan se lo tienen que repartir entre todos. De repente, lo que yo hago es mejor pagado; yo soy un guerrero de la calle, ellos tienen que andar de cuatro, tienen que andar en manada para hacer bulla. Afortunadamente, Dios me ha dado una voz que se hace escuchar entre el público— explicó.

Al inmigrante no le recomienda en la actualidad Cúcuta, una ciudad no poco golpeada por la pandemia.

—Está un poquito pesada la carga. Cuando yo vine a Cúcuta, esto parecía diciembre todos los días, era un río de gente para arriba y para abajo, con una frontera abierta. Ahora es una ciudad a media máquina. Yo les digo a los venezolanos, a los que vienen aquí, que Cúcuta se ha convertido en una ciudad de tránsito, ya no es una ciudad atractiva. La gente apenas llega aquí y ya se quiere ir al otro lado— contó.

 

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